Encuentro Con Nibiru. Danilo Clementoni

Encuentro Con Nibiru - Danilo Clementoni


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del género humano habían dado por descontadas. Hechos, descubrimientos científicos, creencias, ritos, religiones e incluso la evolución del hombre estaban a punto de ser puestos del revés. La noticia del descubrimiento de que seres provenientes de otro planeta, desde el inicio de los tiempos, hubiesen manipulado y guiado con habilidad el desarrollo de la humanidad, tendría sobre todos un efecto parecido al de la revelación de que la Tierra no era plana sino redonda. Azakis y su querido amigo y compañero de aventuras, Petri, permanecían inmóviles en el centro del puente de mando mientras que, con la mirada, intentaban seguir los movimientos de Elisa que, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones, daba vueltas por la habitación, nerviosa, mientras balbucía palabras incomprensibles. Jack, por el contrario, se había desplomado en una butaca y con las manos intentaba mantener erguida la cabeza que parecía haberse vuelto muy pesada improvisamente. Fue justo él quien, después de unos minutos de interminable silencio, decidió tomar las riendas de la situación. Se levantó de repente y, volviéndose hacia los dos alienígenas, dijo con voz resuelta: «Si nos habéis elegido para este trabajo tendréis vuestras motivos. Sólo puedo deciros que no os desilusionaremos.» Después miró a Azakis a los ojos y preguntó con resolución: «¿Podríais mostrarnos por medio de esa locura» e indicó con la mano la imagen virtual de la Tierra que todavía rotaba lentamente en el centro de la habitación «una simulación del acercamiento de vuestro planeta?». «Ningún problema», replicó al instante Azakis. Mediante su implante N^COM recuperó todos los cálculos hechos por los Ancianos e hizo que apareciese la representación gráfica delante de ellos.

      Â«Esto es Nibiru» dijo indicando el planeta más grande. «Y estos son sus satélites de los que estábamos hablando.»

      Alrededor del majestuoso planeta, siete cuerpos celestes, mucho más pequeños, giraban velozmente a distancias y velocidades diferentes entre ellos. Azakis acercó el dedo índice hacia el que estaba orbitando más lejos de todos y lo agrandó hasta hacerlo tan alto como él. Después dijo solemnemente, «Señores, os presento a Kodon, el imponente amasijo rocoso que ha decidido causar unos cuantos problemas a vuestro amado planeta.»

      Â«Â¿Cómo es de grande?» preguntó Elisa, mientras observaba curiosa aquel grumoso globo gris oscuro.

      Â«Digamos que, por lo que respecta a su dimensión, es ligeramente más pequeño que vuestra Luna pero casi duplica su masa.» Azakis hizo un gesto rápido con la mano y enfrente de ellos apareció todo el sistema solar con los planetas que se movían lentamente en sus respectivas órbitas. Cada una de las trayectorias estaba representada por finas líneas de distintos colores.

      Â«Esta» continuó Azakis, indicando una marca rojo oscura «es la trayectoria que Nibiru seguirá durante la fase de aproximación al Sol.» A continuación aceleró el movimiento del planeta hasta acercarlo a la Tierra y añadió «Y este es el punto donde las órbitas de los dos planetas se cruzarán.»

      Los dos terrestres seguían maravillados, pero con mucha atención, la explicación que Azakis les estaba dando sobre el incidente que, dentro de pocos días, pondría sus vidas patas arriba y también la de todos los habitantes del planeta.

      Â«Â¿A qué distancia pasará Nibiru de nosotros?» preguntó con tranquilidad el coronel.

      Â«Como estaba diciendo», respondió Azakis «Nibiru no os molestará mucho. Será Kodon el que rozará la Tierra y creará unos cuantos problemas.» Acercó todavía más la imagen y mostró la simulación del satélite en el momento en que llegaría al punto más cercano de la órbita terrestre. «Este será el momento de máxima atracción gravitacional entre los dos cuerpos celestes. Kodon pasará a sólo 200.000 kilómetros de vuestro planeta.»

      Â«Â¡Porras!» exclamó Elisa. «Una tontería de nada»

      Â«La última vez» contestó Azakis «hace exactamente dos ciclos, pasó aproximadamente a 500.000 kilómetros y todos sabemos la que montó»

      Â«Sí, el famoso Diluvio Universal»

      Jack estaba de pie con las manos cruzadas detrás de la espalda mientras se movía arriba y abajo sobre la punta de los pies y luego sobre los talones columpiándose de esta manera hacia delante y hacia atrás. De repente, con un tono muy serio, rompió el silencio diciendo «No soy seguramente un experto en la materia pero temo que ninguna tecnología terrestre sea capaz de hacer nada para contrarrestar un acontecimiento de este tipo»

      Â«Quizás podríamos lanzar contra él unos misiles con cabezas nucleares» se arriesgó a decir Elisa.

      Â«Eso sólo sucede en las películas de ciencia ficción» dijo sonriente Jack. «Además, admitamos que conseguimos que lleguen a Kodon, nos arriesgamos a fragmentar el satélite en miles de pedazos provocando de esta forma una amenazante lluvia de meteoritos. Eso si que sería el fin de todo»

      Â«Perdonad» dijo entonces Elisa volviéndose hacia los dos alienígenas. «¿No habíais dicho antes que, a cambio de nuestro valiosísimo plástico, nos ayudaríais a resolver esta absurda situación? Espero que tengáis una buena idea para ayudarnos, sino estamos fritos»

      Petri que, hasta este momento había permanecido callado en un segundo plano sonrió levemente y caminó en dirección al escenario tridimensional que se encontraba en mitad del puente de mando. Con un rápido movimiento de la mano hizo aparecer una especie de rosquilla plateada. La tocó con el dedo índice y la movió hasta colocarla exactamente entre la Tierra y Kodon, después dijo «Esta podría ser la solución.»

      Tell el-Mukayyar – La fuga

      En la tienda laboratorio, los dos falsos beduinos que habían intentado robar a los alienígenas el valioso contenido de su nave espacial, habían sido amordazados y atados con fuerza a un barril lleno de carburante. Estaban sentados sobre la tierra, con las espaldas apoyadas en el pesado contenedor metálico, colocados de manera que mirasen en direcciones opuestas. Fuera de la tienda, un ayudante de la doctora estaba de guardia y, de vez en cuando, se asomaba al interior para controlar la situación.

      El más delgado de los dos que, a causa del golpe que había recibido del coronel en el costado tenía, seguramente, un par de costillas rotas, a pesar del dolor que le estaba impidiendo casi respirar, no había dejado ni un momento de mirar alrededor buscando algo que pudiese servirle para liberarse.

      Desde un pequeño agujero en la pared la luz del sol vespertino penetraba tímidamente en el interior de la tienda, dibujando en el aire caliente y polvoriento un sutil rayo luminoso. Aquella especie de espada de luz perfilaba sobre el suelo una pequeña elipse blanca que muy lentamente se movía hacia los dos prisioneros. El tipo delgado estaba siguiendo, casi hipnotizado, el lento avance de aquella mancha blanca cuando un repentino rayo de luz lo devolvió a la realidad. Semienterrado en la arena, a unos cinco metros de él, una cosa metálica reflejó la luz solar directamente hacia su ojo derecho. Movió ligeramente la cabeza e intentó comprender de qué se trataba, sin conseguirlo. Intentó, entonces, alargar una pierna en aquella dirección pero un dolor agudo e intenso en el costado le recordó las condiciones de sus costillas y decidió desistir. Pensó que, de todas formas, no hubiese llegado; intentando hablar a través de la mordaza susurró: “Eh, ¿estás vivo?”

      El compañero gordo no estaba mejor que él. Después de la caída que le había provocado la acción de Petri, sobre su rodilla izquierda había aparecido un enorme hematoma, tenía un bonito chichón sobre la frente, el hombro derecho le dolía a morir y la muñeca derecha estaba hinchada como una pelota.

      Â«Creo


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