Guerra y Paz. Leon Tolstoi
que venían de Rusia, exponíase a que los franceses que acababan de atravesar el puente de Viena aparecieran ante él, viéndose entonces obligado a aceptar la batalla durante la marcha, con todo el impedimento de bagajes y furgones y contra un enemigo tres veces superior en número, que le cerraría el paso por todas partes. Kutuzov se decidió por esto.
Tal como había anunciado el espía, los franceses, después de atravesar el río en Viena, se dirigieron a marchas forzadas sobre Znaim por la carretera que seguía Kutuzov, a unas cien verstas de distancia. Llegar a Znaim antes que los franceses era una gran esperanza de salvación para el ejército. Dejar a los franceses el tiempo de llegar, indudablemente era infligir al ejército una derrota comparable a la de Ulm, con la pérdida total de las fuerzas. Pero anticiparse a los franceses con todo el ejército era imposible. La marcha de los franceses desde Viena a Znaim era mucho más corta y mejor que la que habían de hacer los rusos desde Krems.
La misma noche que recibió el informe, Kutuzov envió la vanguardia de Bagration, cuatro mil hombres, por las montañas, a la derecha de la carretera de Krems a Znaim y la de Viena a Znaim. Bagration había de llevar a cabo esta marcha sin detenerse, teniendo delante a Viena y a la espalda a Znaim, y si conseguía adelantarse a los franceses había de detenerlos todo el tiempo que pudiera. Kutuzov en persona, con todo el ejército, se dirigía a Znaim. Después de recorrer durante una noche tempestuosa, con soldados descalzos y hambrientos y desconociendo el camino, cuarenta y cinco verstas a través de las montañas y perdiendo un tercio de sus fuerzas por los rezagados, Bagration salió a la carretera de Viena a Znaim por Hollabrum unas cuantas horas antes que los franceses, que avanzaban hacia el mismo lugar desde Viena. Kutuzov tenía todavía que marchar una jornada, con toda la impedimenta, para llegar a Znaim. Así, pues, para salvar al ejército, Bagration, con menos de cuatro mil soldados hambrientos y extenuados, había de retener durante veinticuatro horas al ejército enemigo, con el que había de enfrentarse en Hollabrum. Evidentemente, era imposible. No obstante, la caprichosa fortuna hizo posible el milagro. El éxito de la estratagema gracias a la cual había caído el puente de Viena en manos de los franceses sin disparar un solo tiro impulsó a Murat a engañar igualmente a Kutuzov. Al hallar al débil destacamento de Bagration en la carretera, creyó Murat que tenía ante sí a todo el ejército de Kutuzov. Con objeto de aniquilarlo por completo, quiso esperar a los rezagados por la carretera de Viena, y, en consecuencia, propuso un armisticio de tres días con la condición de que los dos ejércitos conservarían sus posiciones respectivas y no darían un solo paso. Afirmaba Murat que ya se habían entablado negociaciones de paz y que proponía el armisticio para evitar una inútil efusión de sangre. El general austriaco que fue a las avanzadas creyó las palabras de los parlamentarios de Murat, y al retroceder dejó al descubierto el destacamento de Bagration. El otro parlamentario se dirigió a la formación rusa para dar cuenta de la misma noticia de las entrevistas pacifistas y propuso a las tropas rusas tres días de armisticio. Bagration contestó que no podía aceptar ni rechazar tal armisticio y envió por un ayudante de campo a Kutuzov el informe sobre la proposición que acababa de serle hecha. El armisticio es para Kutuzov el único medio de ganar tiempo, de dar descanso al fatigado destacamento de Bagration y adelantar, con los furgones y los bagajes cuyos movimientos no veían los franceses, toda la distancia posible que le separaba de Znaim. La proposición de armisticio ofreció la única e inesperada posibilidad de salvar al ejército. Al recibir esta noticia, Kutuzov envió inmediatamente al ayudante de campo Witzengerod al campamento enemigo. Witzengerod había no sólo de aceptar el armisticio, sino proponer también las condiciones de capitulación, y, mientras tanto, Kutuzov enviaría a sus ayudantes de campo a acelerar todo lo posible el movimiento de los furgones y de la impedimenta por la ruta de Krems a Znaim. Únicamente el destacamento hambriento y fatigado de Bagration había de quedar inmóvil ante el enemigo, ocho veces más fuerte, y cubrir la marcha de todo el ejército y de sus bagajes.
La esperanza de Kutuzov se realizaba. La propuesta de capitulación que no obligaba a nada, dio a buena parte de la impedimenta el tiempo suficiente para pasar, y no hubo de tardar mucho tiempo en hacerse sentir la equivocación de Murat. En cuanto Bonaparte, que se encontraba en Schoenbrun, a veinticinco verstas de Hollabrum, recibió el informe de Murat y el proyecto de armisticio y capitulación, sospechó la estratagema y escribió a Murat la siguiente carta:
«Al príncipe Murat. Schoenbrun, 25 Brumario de l805. A las ocho de la mañana.
»Me es imposible encontrar palabras para expresar mi disgusto. Manda usted tan sólo mi vanguardia, y no tiene derecho a concertar armisticio alguno sin orden mía. Me hace perder el fruto de una campaña. Rompa inmediatamente el armisticio y láncese contra el enemigo. Le dirá usted que el general que ha firmado la capitulación no tiene poderes para hacerlo y que el único que tiene este derecho es el Emperador de Rusia. Siempre y cuando el Emperador de Rusia ratificara dichos convenios, los ratificaré yo también, pero esto no es más que una excusa. Destruya al ejército ruso. Se encuentra usted en situación de apoderarse de todo su bagaje y artillería. El ayudante de campo del Emperador de Rusia es un… Los oficiales no son nadie cuando no tienen poderes, y éste no tenía… Los austriacos se han dejado engañar en el puente de Viena. Usted se deja engañar por un ayudante de campo del Emperador.
«Napoleón.»
El ayudante de campo de Bonaparte galopó con esta carta terrible al encuentro de Murat. Bonaparte, receloso de sus generales, se dirigió con toda su guardia hacia el templo de befalls, temeroso de dejar escapar la esperada victima. El destacamento de cuatro mil hombres de Bagration preparaba alegremente el fuego, se secaba ante él, se calentaba, preparaba el rancho, por primera vez al cabo de tres días, y ni uno de los soldados pensaba ni sabía lo que le esperaba.
VI
A las cuatro de la tarde, el príncipe Andrés, que había reiterado con insistencia su demanda a Kutuzov, se presentó en el campamento de Bagration. El ayudante de campo de Bonaparte no había vuelto al destacamento de Murat y el combate no había empezado aún. Nada se sabía en el destacamento de Bagration de la marcha general de las cosas, y se hablaba de la paz sin creer, no obstante, que fuera posible. Hablábase también de la batalla y también creíasela inminente. Bagration, que sabía que Bolkonski era el ayudante de campo favorito y de confianza del general en jefe, le recibió con una distinción y una benevolencia singulares. Le dijo que probablemente la batalla comenzaría aquel día o al siguiente, y le dejó en absoluta libertad de colocarse a su lado durante la acción o de ir a la retaguardia para vigilar el orden durante la retirada, «lo que era también muy importante».
–Sin embargo, hoy no tendremos acción – dijo Bagration para tranquilizar al Príncipe, y pensó: «Si es un cotilla del Estado Mayor enviado a la retaguardia para obtener una recompensa, la conseguirá igualmente, y si quiere quedarse a mi lado, que se quede… Si es un valiente, podrá ayudarme.»
El príncipe Andrés no contestó y pidió al príncipe Bagration que le autorizara a recorrer la posición y examinar la situación de las tropas, con objeto de saber lo que sería conveniente hacer en el caso en que fueran atacadas. El oficial de servicio, un muchacho apuesto, vestido elegantemente, con un diamante en el índice, y que, a propósito, hablaba mal el francés, se ofreció a acompañar al Príncipe. Por todas partes veíanse oficiales con los uniformes chorreando agua, con las caras tristes y la actitud de quien busca algo que se ha perdido; veíanse también a muchos soldados que traían del pueblo, a rastras, puertas, bancos y maderos.
– ¿Ve usted, Príncipe? No se puede hacer nada con esta gente – dijo el oficial señalando a los hombres -. Los jefes son demasiado débiles. Véalos-y señalaba una cantina -; se pasan el día ahí dentro. Esta mañana los he echado a todos y ya vuelven a estar. Debemos acercarnos, Príncipe, y sacarlos de ahí. Es cuestión de un momento.
– Vamos. Compraré un poco de queso y pan – dijo el Príncipe, que todavía no había comido nada.
– ¿Por qué no lo había dicho usted antes, Príncipe? Yo hubiese podido ofrecerle algo.
Echaron pie a tierra y entraron en la cantina. Algunos oficiales, con las caras encendidas y cansados, estaban sentados ante las mesas comiendo y bebiendo.
–Pero ¿qué es esto, señores?-dijo el oficial de Estado Mayor con el enojado tono de quien ha repetido