Peregrinaciones. Rubén Darío
se diría que se espera como la aparición continua de un ceremonial antiguo.
Las artes bellas están representadas por magníficas esculturas en que el desnudo una vez más sella el poder de su encanto plástico. Y al lado de la avenida de Antin, en arcaicos mosaicos la historia de las artes aparece en frisos policromos. Al penetrar en el magno edificio sorprenden la monumental escalera y la techumbre de vidrio. Allí dentro está, como os he dicho, el arte francés de los últimos cien años, del cual claro es que no he de haceros ni la historia ni el análisis; y la exposición decenal, es decir, lo que el arte de esta potente Francia ha creado desde 1889.
Hay maravillas, hay cuadros enormes de mérito relativo y oficial, y pequeñas telas en que se reconcentra un mundo de meditación, de audacia, de ensueño. Están representadas todas las tendencias que en estos últimos tiempos han luchado, con excepción de ciertas obras sublimes a que la crítica de los discernidores de medallas no ha puesto su pase autoritario. Todo adorador de la belleza sugestiva y profunda lamentará no encontrarse por ejemplo, con el sublime Cristo de los Ultrajes del formidable y apocalíptico Henri de Groux, que aunque nacido en Bélgica, ha hecho más por el arte francés que señalados y enriquecidos miembros del Instituto. Pues ha cambiado bastante la época en que el autor de Graindorge escribía: «Le métier est dur. Des hommes de cinquante ans qui ont un nom célébre, ne gagnent pas dix mille francs». Que le pregunten sobre esto a Carolus-Durán, o al benemérito señor de Bouguereau.
Entre tanta obra producida por pinceles franceses, se ve que no siempre existe lo que llama Ruskin el amor a «la espontánea o inviolada naturaleza.» La rebusca ha sido perjudicial por un lado, y la ciega sujeción al academismo por otro. Cuando libremente se han manifestado los temperamentos y los caracteres artísticos, ha surgido en su superioridad la obra maestra.
Atraen al gran público dos especies de trabajos: las grandes machines de historia y sobre todo de batalla, y los desnudos. El alto vulgo no dejará de detenerse ante los retratos de Bonnat, cuya seriedad fría es dominadora en la vanidad oficial de ese mundo selecto. Benjamín Constant se impone con cuadros como la Entrada en Tolosa del Papa Urbano II y un retrato de la reina Victoria. Entra el hábil orientalista ahora bajo los auspicios de la iglesia, pues después del Papa Urbano ha de darnos el Papa León; así, en estos momentos trabaja en Roma en perpetuar la imagen del Sumo Pontífice.
Siento que una fuerte corriente simpática me atrae hacia Carrière, cuyas varias telas representan en este certamen la noble y generosa conciencia de un artista de verdad. Con su visión especial en que los lineamientos se esfuman, en lo indeciso revelador, hace entrever el alma de los personajes que reproduce, y concediendo a éstos como una existencia distinta de la real, en la realidad misma, halla el medio de expresar lo inexplicable, en una comunicación casi exclusivamente espiritual. Ya es en El sueño la poetización de una idea, o en el Cristo en la cruz la imposición visible de lo supernatural, o en el retrato de ese otro crucificado, Paul Verlaine, la concreción de todas las tristezas en la miseria y debilidad humanas, prodigiosamente habitadas por el genio.
No por admirar a Carrière que es lo vago, he de dejar de acercarme a Collin, que halaga con sus claros plenos aires y sus figuras en que una sangre viviente circula, o a Cotlet, que vence dificultades en la composición y en el colorido, faltando tan sólo que triunfe en las de movimiento; o a Roll, que cultiva el vigor con tanta maestría, y cuya Fiesta del puente Alejandro III llama de continuo la curiosidad de los visitantes. En la Centenal luce con su serena luz antigua la obra del gran Puvis; en la Decenal no figura nada del ilustre maestro de las nobles actitudes, de las figuras simples y grandiosas. El hijo de un insigne profesor de belleza a quien con justicia se denominará el Platón moderno, Ary Renan, deleita con diminutos paisajes en que se contiene la visión y el sentimiento de la vasta naturaleza—así en un caracol se contiene al ruido del océano—; y hay en esas pinturas que abarcan escasos centímetros de tela, una religiosidad augusta que indica el paso de la musa misteriosa que hace comprender y significar obras grandes, según la palabra de Leonardo. Herencia. Quizás. De mí diré que no he podido menos que recordar los prodigiosos espectáculos de armonía que en una sencilla página sabía crear aquel levita mágico de la palabra. Con la diferencia de que el padre obraba en la plena luz de un sol griego, como el que dorase su frente de artista cuando pronunciara su oración divina delante de la acrópolis sagrada; y el hijo suele internarse en vagarosas indecisiones de ensueño a través de las cuales aparece la eterna X de la vida, el problema misterioso de las cosas, entre brumas de luz y de sombra. Hacen también el gozo de las almas meditativas los trabajos de Harpignies, con sus melancolías crepusculares, de luces desfallecientes, de tonos suaves y tamizados.
Entre los retratos, fuera de los admirables de Carrière, de los protocolares de Bonnat, este pintor de cámara de los reyes burgueses, están los de Benjamín Constant, entre los cuales sobresale el de la Calvé, los ojos y la gracia de la picante Carmen. M. de la Gándara, que ha impuesto tan vivos rasgos en sus retratos, sobre todo en los de las mujeres, en que la felinidad femenina está asida de tan personal manera, M. de la Gándara tiene aquí varias páginas fisonómicas comentadas con una seguridad de toques y una aristocracia de factura, que explican sea hoy, al mismo tiempo que uno de los preferidos de la aristocracia, uno de los más queridos de los artistas.
Rodeado de un mar de colores y de formas, mi espíritu no encuentra ciertamente en dónde poner atención con fijeza. Sucede que, cuando un cuadro os llama por una razón directa, otro y cien más os gritan las potencias de sus pinceladas o la melodía de sus tintas y matices. Y en tal caso pensáis en la realización de muchos libros, en la meditación de muchas páginas. Mil nebulosas de poemas flotan en el firmamento oculto de vuestro cerebro; mil gérmenes se despiertan en vuestra voluntad y en vuestra ansia artística; pero el útil del trabajador, vuestro oficio, vuestra obligación para con el público del periódico, os llaman a la realidad. Así apuntáis, informáis, vais de un punto a otro, cogéis aquí una impresión como quien corta una flor, allá una idea, como quien encuentra una perla; y a pocos, a pasos contados, hacéis vuestra tarea, cumplís con el deber de hoy, para recomenzar al sol siguiente, en la labor danaideana de quien ayuda a llenar el ánfora sin fondo de un diario.
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