El prÃncipe roto. Erin Watt
que nadie más se meta en nuestras mierdas…
—Tus mierdas —lo interrumpo y, al instante, me arrepiento, porque se encoge de dolor como si le hubiese pegado.
—Cierto —murmura—. Mis mierdas. Supongo que fue una estupidez pensar que mi hermano me cubriría las espaldas.
—Y te las cubro. Sabes que sí. Pero Ella no tiene nada que ver con esto. —Siento impotencia y se me forma un nudo en la garganta—. Nuestra relación es…
Me corta con una risotada brusca.
—¿Vuestra relación? Bueno… eres un chico con suerte. Debe de ser genial. Yo también tuve una relación hace tiempo.
Me muerdo la lengua. Entiendo que esté deprimido, pero yo no soy el culpable de su situación actual. Ya se las apañó el solito.
—¿Sabes lo que tengo ahora? ¡Nada en absoluto!
Gideon parece estar a punto de arrancarse el pelo mientras da vueltas por mi habitación.
—Lo siento. —Sé que mi respuesta es totalmente inadecuada, pero es todo cuanto soy capaz de decir.
—Haces bien en sentirlo. Tienes que alejarte de Ella. Es una buena chica, y la estás destrozando.
La verdad que hay en sus palabras me quema más que su mirada sentenciosa. La culpa me come por dentro.
—Puede —contesto con voz ronca—, pero no puedo dejarla marchar.
—¿No puedes? Querrás decir que no lo vas a hacer. —El rostro de Gideon se vuelve rojo—. Olvídate de Ella.
Imposible.
—Eres un puto egoísta —susurra mi hermano cuando percibe mi negativa al mirarme a los ojos.
—Gid…
—Yo también tuve a una Ella en mi vida. Tuve a una chica con la que vi que podía tener un futuro y le rompí el corazón. Ahora está tan enfadada con el mundo que no ve las cosas con claridad. ¿Eso es lo que quieres para Ella? ¿Quieres ser nuestro puto padre? ¿Hacer que alguien se suicide de lo triste y deprimida que está?
—Ejem.
Ambos nos giramos y nos encontramos a Easton en el umbral de la puerta. Sus cautos ojos azules se fijan de forma intermitente entre Gid y yo.
—Ni siquiera voy a preguntar si interrumpo —dice—, porque ya veo que sí. Tampoco voy a disculparme.
Gideon tensa la mandíbula.
—Danos un minuto, East. Esto no te incumbe.
Nuestro hermano menor se ruboriza. Se acerca a nosotros y cierra la puerta.
—Ni de coña. No vais a darme puerta. Ya no. —East clava un dedo en el centro del pecho de Gideon—. Estoy harto de vuestros secretos y de vuestros cuchicheos. Deja que lo adivine, Gid… tú sí sabías lo que Reed hacía con Brooke.
Gid se encoge de hombros.
La mirada resentida de East se posa en mí.
—¿Qué pasa? ¿No era lo bastante importante como para formar parte de vuestro club?
Aprieto la mandíbula por la frustración que siento y los dientes me rechinan.
—No hay ningún club. Fue un error estúpido, ¿vale? ¿Y desde cuando necesitas saber con qué chicas me acuesto? ¿Estás intentando vivir a través de mi polla o algo?
Eso me gana un puñetazo en el abdomen.
Me tambaleo hacia atrás y me golpeo el hombro contra la esquina del armario. Pero no le devuelvo el golpe. East está prácticamente echando humo por la boca. Nunca lo he visto tan enfadado. La última vez que me pegó un puñetazo éramos todavía niños. Creo que discutimos por algún videojuego.
—A lo mejor debería llamar a Brooke —suelta East hecho una furia—. ¿Verdad? Porque está claro que zumbarse a la novia de papá es un requisito extraño y enfermizo para poder entrar en vuestro pequeño club VIP. Si me la tiro, no tendréis más remedio que aceptarme, ¿verdad?
Gideon responde con un silencio atronador.
Yo tampoco digo nada. No tiene sentido hablar cuando Easton está de tan mal humor.
Se pasa las dos manos por el pelo y suelta un gruñido cargado de frustración.
—¿Sabéis qué? Que os den a los dos. Seguid con vuestros secretitos y lleváoslos a la tumba. Pero no vengáis a mí cuando necesitéis que os salven el culo.
Sale de mi habitación y cierra la puerta de un portazo tan fuerte que hasta el marco tiembla. El silencio que nos envuelve a su paso es ensordecedor. Gideon parece agotado. Yo estoy nervioso. Necesito pelear. Necesito descargar todas las emociones que llevo dentro antes de que le haga daño a alguien de esta casa.
Capítulo 6
A la mañana siguiente, salgo de mi cama a rastras y mi cuerpo protesta ante el simple acto de moverse. No estaba exactamente en mi mejor forma en la pelea de anoche. Sí, la rabia me cegaba, pero no tenía la suficiente resistencia. Me llevé varios golpes que ahora a la luz del día me hacen encogerme de dolor.
El moratón en el lado izquierdo de las costillas ya está morado y verde. Rebusco en el armario para ponerme una camiseta ancha que me esconda la herida y me enfundo un par de pantalones de chándal.
Abajo, en la cocina, encuentro a Brooke sentada en el regazo de mi padre. Tan solo son las nueve y media, pero mi padre ya tiene su habitual copa de whisky escocés en la mano. Si yo estuviera follándome a Brooke, supongo que también bebería durante las veinticuatro horas de los siete días de la semana, pero joder… ¿por qué no es capaz de ver cómo es realmente?
—¿Se sabe algo del investigador privado? —pregunto a mi padre.
Él sacude la cabeza con brusquedad.
—Todavía nada.
—Me pone enferma todo esto —se queja Brooke—. Esa pobre chica está sola, quién sabe dónde… —Le acaricia la mejilla a mi padre—. Querido, tienes que hablar seriamente con Easton sobre su adicción a las apuestas. Imagínate cómo habrá tenido que ser ese corredor de apuestas para espantar a Ella de esta manera.
Brooke me mira fijamente a los ojos por encima de la cabeza de mi padre y me guiña un ojo.
Qué puta pesadilla. Me mantengo ocupado con el desayuno. Sandra se levantó temprano para preparar un montón de tostadas francesas, que ha dejado en el horno para que las devoremos, junto con una pila de beicon. Levanto mi plato y me apoyo contra la encimera, reacio a sentarme a la mesa mientras ese demonio y mi padre estén haciéndose carantoñas.
Papá se da cuenta y sienta a Brooke en la silla contigua a la suya.
—Ven y siéntate, Reed. No somos animales.
Lo atravieso con la mirada.
—¿Usas los dichos de mamá para atacarme? Eso es un golpe bajo —murmuro, y luego me arrepiento al ver como tensa la boca, dolido. Brooke tampoco parece muy feliz, pero eso es porque le encanta fingir que Maria Royal nunca existió.
—¿Quedan tostadas francesas? —La voz de Sebastian en el umbral de la puerta interrumpe lo que sea que Brooke estuviera a punto de decir.
—Sí, te sirvo un plato —le ofrezco—. ¿Va a bajar Sawyer?
—Todavía no. Está hablando por el teléfono.
Una sonrisa aparece en las comisuras de la boca de Seb. Seguramente, Sawyer esté manteniendo sexo telefónico con Lauren, la novia de los gemelos.
De repente, recuerdo lo que Daniel dijo para provocarme.
—¿Estáis teniendo cuidado? —pregunto en voz baja mientras le paso a Seb su plato.
Él