Helter Skelter: La verdadera historia de los crÃmenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi
Leno no tenía antecedentes penales; Rosemary tenía una multa de tráfico que se remontaba a 1957.
Leno tenía un seguro de cien mil dólares. Había que repartirlos a partes iguales entre Susan, Frank y los tres hijos que había tenido Leno en un matrimonio anterior, cosa que parecía descartar que aquel fuera el móvil.
Leno LaBianca murió en la casa donde había nacido. Rosemary y él se habían mudado a la casa familiar, que Leno había comprado a su madre en noviembre de 1969.
Causa de la muerte: múltiples heridas de arma blanca. La víctima tenía doce heridas de arma blanca, además de catorce perforaciones realizadas con un tenedor de dos dientes, que sumaban un total de veintiséis heridas distintas. Seis de ellas pudieron ser mortales de necesidad.
Rosemary LaBianca, 3301 de Waverly Drive, mujer blanca, treinta y ocho años, un metro y sesenta y cinco centímetros, cincuenta y seis kilos, pelo castaño, ojos marrones (…)
Probablemente ni siquiera Rosemary sabía mucho de sus primeros años de vida. Se creía que nació en Méjico de padres norteamericanos, y que luego quedó huérfana o fue abandonada en Arizona. Permaneció allí en un orfanato hasta los doce años, cuando fue adoptada por la familia Harmon, que la llevó a California. Conoció a su primer marido trabajando de camarera en un restaurante drive in, el Brown Derby, de Los Feliz, a finales de los años cuarenta, cuando todavía no había cumplido los veinte. Se separaron en 1958, y fue poco después, trabajando de camarera en Los Feliz Inn, cuando conoció a Leno LaBianca y se casó con él.
Su antiguo marido hizo la prueba del polígrafo y lo exoneraron de cualquier participación en los crímenes. Hablaron con antiguos empleadores y novios, y con socios actuales. Ninguno de ellos pudo recordar a nadie que le tuviera aversión.
Según Ruth Sivick, socia de Rosemary en la Boutique Carriage, Rosemary tenía ojo para los negocios. No solo triunfaba la tienda: Rosemary invertía en acciones y materias primas, y le iba bien. Hasta qué punto, solo se supo al validar el testamento, cuando se descubrió que había dejado dos millones seiscientos mil dólares. Abigail Folger, la heredera de los asesinatos de Cielo, había dejado menos de una quinta parte de esa cantidad.
La Sra. Sivick vio por última vez a Rosemary el viernes, cuando fueron a comprar para la tienda. Rosemary telefoneó el sábado por la mañana para decirle que tenía planeado ir en coche hasta el lago Isabella, y le pidió que se pasara por casa aquella tarde para dar de comer a los perros. Los LaBianca tenían tres perros. Los tres ladraron con fuerza cuando se acercó a la casa en torno a las seis de la tarde. Después de darles de comer —sacó la comida para perros de la nevera—, la Sra. Sivick revisó las puertas —estaban todas cerradas con llave— y se fue.
El testimonio de la Sra. Sivick estableció que quienquiera que limpiara de huellas el tirador de la nevera con un trapo lo hizo algún momento después de que fuera ella allí.
Rosemary LaBianca: de camarera de restaurante drive in a millonaria a víctima de asesinato.
Causa de la muerte: múltiples heridas de arma blanca. La víctima tenía un total de cuarenta y una. Seis de ellas pudieron ser mortales de necesidad.
Leno LaBianca recibió todas las heridas menos una en la parte anterior del cuerpo; treinta y seis de las cuarenta y una ocasionadas a Rosemary LaBianca se encontraban en la espalda y las nalgas. Leno no tenía heridas defensivas, cosa que indicaba que probablemente le ataron las manos antes de apuñalarlo. Rosemary presentaba una herida defensiva de arma blanca en la mandíbula izquierda. Esta herida, y el cuchillo en la garganta de Leno, indicaban que la colocación de las fundas de almohada encima de las cabezas de las víctimas fue tardía, posiblemente incluso posterior a las muertes.
Identificaron las fundas de almohada, que eran de los LaBianca. Las habían quitado de las dos almohadas de su cama.
El cuchillo hallado en la garganta de Leno también era de la familia; aunque de un juego diferente al del tenedor, iba con otros cuchillos que encontraron en un cajón de la cocina. La dimensiones de la hoja eran: longitud, 12,1 centímetros; grosor, milímetro y medio; anchura, en el punto más ancho, dos centímetros; en el más estrecho, 0,7 centímetros.
Los inspectores del caso LaBianca apuntaron después en el informe: «El cuchillo recuperado de la garganta parecía ser el arma utilizada en los dos homicidios».
Lo cual no pasaba de ser una suposición, porque por algún motivo, el Dr. Katsuyama, a diferencia de su superior, el Dr. Noguchi, que llevó las autopsias del caso Tate, no tomó las medidas de las heridas. Y los inspectores asignados al caso LaBianca tampoco pidieron esos datos.
Las repercusiones de esa única suposición fueron inmensas. Una sola arma indicaba que probablemente solo hubo un asesino. Que el arma utilizada fuera de la vivienda significaba que el asesino llegó probablemente desarmado, y que decidió matar a la pareja en algún momento después de entrar en el edificio. Lo cual a su vez daba a entender: uno, que el asesino llegó con el propósito de cometer un robo o algún otro delito, y luego le sorprendió la vuelta a casa de los LaBianca, o dos, que las víctimas conocían al asesino, y que confiaban en él lo suficiente para dejarle entrar en casa a las dos de la mañana o más tarde.
Una suposición de nada, pero después traería muchos, pero muchos problemas.
Igual que la hora estimada de la muerte.
Cuando los inspectores pidieron a Katsuyama que determinara la hora, este propuso las tres de la tarde del domingo. Cuando otras pruebas parecieron contradecir esa hora, los inspectores volvieron a Katsuyama a pedirle que la calculara de nuevo. Entonces decidió que Leno LaBianca falleció en algún momento entre las doce y media de la noche y las ocho y media de la tarde del domingo, y que Rosemary murió una hora antes. Sin embargo, advirtió Katsuyama, la temperatura de la habitación y otras variables podían afectar al cálculo de la hora.
Todo ello era tan poco concluyente que los inspectores lo dejaron de lado sin más. Sabían, gracias a Frank Struthers, que Leno era un animal de costumbres. Todas las noches compraba el periódico, luego lo leía antes de acostarse, empezando siempre por la sección de deportes. Esa sección estaba abierta sobre la mesa de centro, al lado de las gafas de leer de Leno. A partir de eso y de otras pruebas (Leno llevaba pijama, no se habían acostado en la cama a dormir y demás) concluyeron que los asesinatos se produjeron probablemente alrededor de una hora después de que los LaBianca abandonaran el puesto de periódicos de Fokiano, o en algún momento entre las dos y las tres de la mañana del domingo.
Tan pronto como el lunes, la policía minimizaba las semejanzas entre los dos crímenes. El inspector K.J. McCauley dijo a los periodistas: «No veo ninguna relación entre estos asesinatos y los otros. Hay demasiadas diferencias. No veo ninguna relación, sin más». El sargento Bryce Houchin observó: «Hay cierta semejanza, pero no sabemos si es el mismo sospechoso o un imitador».
Había varios motivos para descartar las semejanzas. Uno era la falta de relación aparente entre las víctimas; otro, la distancia entre los crímenes. Otro más, y de mayor importancia a la hora de concebir un móvil, que se hallaron drogas en el 10050 de Cielo Drive, pero no en el 3301 de Waverly Drive.
Y quedaba otro motivo, quizás el de más peso. Incluso antes de que pusieran en libertad a Garretson, los inspectores del caso Tate ya tenían no uno, sino varios sospechosos más, muy prometedores.
DEL 12 AL 15 DE AGOSTO DE 1969
Gracias a William Tennant, el mánager de Roman Polanski, el LAPD supo que a mediados de marzo los Polanski dieron una fiesta con catering en Cielo con más de cien invitados. Como en cualquier reunión grande en Hollywood, se coló gente, entre ellos +Herb Wilson, +Larry Madigan y +Jeffrey Pickett, apodado Pic33. Se decía que los tres, de poco menos de treinta años, traficaban con droga. Al parecer durante la fiesta Wilson pisó a Tennant. Sobrevino una discusión, en la que Madigan y Pickett se pusieron del lado de Wilson. Irritado, Polanski los echó a los tres.
Era un incidente menor, que por sí mismo difícilmente constituía un motivo para cometer cinco salvajes