Helter Skelter: La verdadera historia de los crÃmenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi
forense que trabajaba en la SID, la División de Investigación Científica del LAPD, ya estaba manos a la obra, tras llegar alrededor de las diez de la mañana. La tarea de Granado era tomar muestras de cualquier sitio donde pareciera haber sangre. Por lo general, en un caso de asesinato, Granado terminaba en un par de horas. Pero aquel día no. En el 10050 de Cielo Drive, no.
La Sra. Tate telefoneó a Sandy Tennant, amiga íntima de Sharon y esposa de William Tennant, mánager de Roman Polanski. No, ni ella ni Bill sabían nada de Sharon desde finales de la tarde anterior, cuando Sharon dijo que ella, Gibby (Abigail Folger) y Voytek (Frykowski) se quedarían en casa aquella noche. Jay había dicho que pasaría más tarde, y ella invitó a Sandy a que se apuntara. No se había planeado ninguna fiesta, solo era una noche tranquila en casa. Sandy, que acababa de pasar la varicela, declinó la invitación. Igual que la Sra. Tate, intentó telefonear a Sharon aquella mañana pero no obtuvo respuesta.
Sandy aseguró a la Sra. Tate que probablemente no había relación entre el rumor del incendio y el 10050 de Cielo Drive. Sin embargo, en cuanto colgó la Sra. Tate, Sandy telefoneó al club de tenis de su marido y pidió que lo llamaran por megafonía. Dijo que era importante.
En algún momento entre las diez y las once de la mañana, Raymond Kilgrow, agente comercial de una compañía telefónica, subió al poste por fuera de la verja del 10050 de Cielo Drive y descubrió que habían cortado cuatro cables telefónicos. Los cortes estaban cerca de la fijación al poste, lo que indicaba que la persona que lo había hecho posiblemente había subido también allí. Kilgrow reparó dos cables y dejó que los inspectores examinaran los restantes.
Llegaban coches de policía cada pocos minutos. Y a medida que fueron más agentes a ver el lugar de los hechos, este cambió.
Las gafas de carey, observadas la primera vez por DeRosa, Whisenhunt y Burbridge cerca de los dos baúles, se habían movido de alguna manera ciento ochenta centímetros hasta la parte superior del escritorio.
Dos trozos de empuñadura, vistos por vez primera cerca del recibidor, estaban ya debajo de una silla del salón. Como exponía el informe oficial del LAPD: «Al parecer, uno de los primeros agentes que llegaron los mandó de una patada debajo de una silla. Sin embargo, nadie admite haberlo hecho18».
Un tercer trozo de empuñadura, menor que los otros, se halló después en el porche delantero.
Y uno o más agentes fueron dejando sangre del interior del domicilio en el porche y el camino de delante, con lo que añadieron varias huellas de sangre a las que ya había allí. En un intento de identificar y eliminar las adiciones posteriores, sería necesario hablar con todo el personal que había ido al lugar de los hechos y preguntar a cada uno si llevaba botas, zapatos de suela lisa u ondulada, etcétera.
Granado seguía tomando muestras de sangre. Después, en el laboratorio de la policía, les haría la prueba de Ouchterlony para determinar si la sangre era animal o humana. De ser humana, se aplicarían otras pruebas para establecer el grupo sanguíneo —A, B, AB o O— y el subgrupo. Hay unos treinta subgrupos sanguíneos. No obstante, si la sangre ya está seca cuando se toma la muestra, solo es posible establecer si es de uno de estos tres: M, N o MN. Había sido una noche calurosa, y estaba subiendo la temperatura otra vez. Para cuando Granado se puso manos a la obra, la mayor parte de la sangre, a excepción de los charcos próximos a los cadáveres dentro de la casa, ya se había secado.
Los días siguientes Granado obtendría de la Oficina Forense19 una muestra de sangre de cada una de las víctimas, e intentaría cotejarlas con las muestras que ya había recogido. En un caso de asesinato corriente, la presencia de dos grupos sanguíneos en el lugar del crimen podría indicar que el asesino, además de la víctima, había sido herido, una información que podría ser una pista importante acerca de la identidad del mismo.
Pero aquel no era un asesinato corriente. En vez de un cuerpo, había cinco.
De hecho, había tanta sangre que Granado pasó por alto algunos sitios. En el lado derecho del porche de la puerta principal, si uno se acercaba desde el camino, había varios charcos grandes de sangre. Granado solo tomó una muestra de un sitio, al suponer, como dijo después, que todos tenían la misma sangre. Justo a la derecha del porche, los arbustos parecían rotos, como si alguien hubiera caído a la maleza. Unas manchas de sangre que había allí daban la impresión de confirmarlo. A Granado se le pasaron. Y tampoco tomó muestras de los charcos de sangre en los alrededores de los dos cadáveres del salón, ni de las manchas próximas a los dos cadáveres del césped, al pensar, como declararía después, que eran de las víctimas más cercanas, y que de todos modos obtendría las muestras del coroner.
Granado tomó un total de cuarenta y cinco muestras de sangre. Sin embargo, por algún motivo jamás explicado, no analizó los subgrupos de veintiuna de estas muestras. Si no se hace una semana o dos después de la recogida, la sangre se descompone.
Después, cuando se intentó reconstruir los asesinatos, estas omisiones originarían muchos problemas.
Un poco antes del mediodía llegó William Tennant, todavía con ropa de tenis, que fue acompañado por la policía al otro lado de la verja. Era como si lo condujeran por una pesadilla, pues lo llevaron primero junto a un cadáver y luego junto a otro. No reconoció al joven del automóvil. Pero identificó al hombre del césped como Voytek Frykowski, a la mujer como Abigail Folger, y los dos cadáveres del salón dijo que eran Sharon Tate Polanski y, con indecisión, Jay Sebring. Cuando la policía levantó la toalla ensangrentada, el rostro del hombre estaba tan gravemente contusionado que Tennant no pudo estar seguro. Luego salió fuera y vomitó.
Cuando el fotógrafo de la policía terminó su trabajo, otro agente cogió sábanas del armario de la ropa blanca y cubrió los cadáveres.
Más allá de la verja, los periodistas y fotógrafos ya se contaban por docenas, y cada pocos minutos llegaban más. Los coches de la policía y de la prensa atestaban a tal extremo Cielo Drive que destacaron a varios agentes para intentar desenmarañarlos. Mientras Tennant se abría paso entre la multitud, agarrándose el estómago y sollozando, los periodistas le lanzaron preguntas: «¿Sharon está muerta? ¿Los han asesinado? ¿Ha avisado alguien a Roman Polanski?». Hizo caso omiso de ellos, pero leyeron las respuestas en su rostro.
No todos los que vieron el lugar de los hechos fueron tan reacios a hablar. «Aquello es como un campo de batalla», dijo a los periodistas el sargento de policía Stanley Klorman con gesto sombrío por la impresión que le había producido lo que había presenciado. Otro agente, no identificado, dijo: «Parecía un ritual». Y este único comentario sirvió de base a una cantidad increíble de conjeturas estrambóticas.
La noticia de los asesinatos se propagó como las ondas expansivas de un terremoto.
«CINCO ASESINATOS EN BEL AIR», decía el titular del primer teletipo de Associated Press. Aunque se envió antes de que se conociera la identidad de las víctimas, informaba correctamente sobre la ubicación de los cadáveres, sobre el hecho de que se habían cortado las líneas telefónicas y sobre la detención de un sospechoso no identificado. Había errores: uno de ellos, muy repetido, que «una víctima tenía una capucha en la cabeza (…)».
El LAPD avisó a los Tate, a John Madden, que a su vez avisó a los padres de Sebring, y a Peter Folger, el padre de Abigail. Los padres de Abigail, socialmente prominentes, estaban separados. Su padre, presidente del consejo de administración de A.J. Folger Coffee Company, vivía en Woodside, y su madre, Inés Mejía Folger, en San Francisco. Sin embargo, la Sra. Folger no estaba en casa, sino en Connecticut, visitando a unos amigos después de un crucero por el Mediterráneo, y el Sr. Folger se puso en contacto con ella allí. No se lo podía creer: había hablado con Abigail hacia las diez de la noche del día anterior. Madre e hija habían planeado volar a San Francisco al día siguiente para verse, y Abigail había hecho una reserva en el vuelo de las diez de la mañana de United.
Al llegar a casa, William Tennant hizo la que fue, para él, la llamada más difícil. No solo era el mánager de Polanski, sino también amigo íntimo suyo. Tennant comprobó el reloj y sumó automáticamente nueve horas para obtener la de Londres. Aunque allí sería tarde por la noche,