Rumbo a Tartaria. Robert D. Kaplan

Rumbo a Tartaria - Robert D.  Kaplan


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Sin embargo, en ningún lugar eran tan visibles estos fenómenos como en la Bulgaria de 1998, un país pobre y pequeño en el que las instituciones democráticas han estado luchando con valentía contra los intentos que los rusos hacían con criminal sigilo por convertirlo de nuevo en su satélite. Bulgaria ilustra que los posibles males del siglo venidero son amenazadores precisamente por su ambigüedad, pues no es casual que se emplee la palabra «grupos» en vez de «mafias». Estas redes incluyen empresas legales —auditadas por economistas occidentales y cada vez más unidas con las multinacionales occidentales—, así como entidades legítimas que practican actividades como piratería de discos compactos, narcotráfico, blanqueo de dinero y extorsión. Un diplomático extranjero me dijo: «Estos grupos practican la intimidación violenta y contratan a políticos corruptos, pero su gran habilidad consiste en cubrir sus huellas, de modo que son cuasi legales».

      En Bulgaria los grupos ponen de manifiesto que el capitalismo global no promueve necesariamente el bienestar de la sociedad civil: todo depende de la naturaleza del capitalismo en cada situación. Lo que tal vez aparezca como una empresa legítima puede ser un submundo de gansterismo de puertas para dentro. Hace algunos años, el propietario de un conocido banco de Sofía agredió al responsable de operaciones en moneda extranjera delante de todos los empleados. El hombre estaba enfurecido porque su subalterno había perdido un millón doscientos mil dólares en una operación. A raíz de esto, le hizo firmar un documento en el que se comprometía a trabajar por un sueldo miserable hasta que compensara la pérdida. El dueño del banco, un antiguo luchador, es ahora un influyente miembro de varios «grupos económicos» de aquí.[38] La anécdota fue narrada por Jovo Nikolov, un hábil reportero de lo criminal que escribe en el semanario Kapital, la publicación de actualidad más prestigiosa de la nación. Con su traje raído, su cara sin afeitar, el cigarrillo siempre en los labios, Nikolov era la antítesis del periodista norteamericano de otros tiempos. Además de él, varios funcionarios búlgaros, diplomáticos extranjeros y otros me contaron cómo evolucionaban los grupos criminales en Bulgaria, me relataron lo que hacían y me explicaron que ilustraban la nueva estrategia imperialista de Rusia.

      En Bulgaria el crimen organizado no tiene una tradición de varios siglos como en Italia, ni siquiera una tradición como la de las bandas de heroicos bandidos y guerreros de Rusia, Serbia o Albania. Tampoco existe aquí el pintoresco ingrediente étnico que distingue a los círculos criminales del Cáucaso, especialmente en Georgia y Chechenia, cuyas mafias y bandas de atracadores están integradas por los miembros de una misma familia. Los grupos búlgaros son el resultado de la transición del totalitarismo comunista a la democracia parlamentaria. Como esa transición es única en la historia, los grupos criminales también lo son. Zhelyu Zhelev, primer presidente no comunista y autor del libro ¿Qué es fascismo?, que publicó en 1982 cuando era un disidente y en el que en realidad describe el comunismo, me dijo que normalmente a un Estado totalitario debía seguirle un régimen militar, como en España, donde Francisco Franco convirtió su régimen fascista en un régimen militar y en una dictadura militar apoyada por la Iglesia, cosa que hizo posible una transición pacífica, relativamente civilizada y lenta a la democracia.[39] «La victoria de Occidente en la guerra fría y su apoyo a la democracia en todo el mundo hicieron posible una transición directa en Europa oriental», explicaba Zhelev. No obstante, las nuevas democracias, instituciones débiles y deficientes, generaban vacíos de poder que eran aprovechados por el crimen organizado.

      En Bulgaria el imperio del crimen apareció a finales de los años ochenta, antes de la caída del muro de Berlín, cuando Andrei Lukanov, un hombre de mediana edad miembro del aparato comunista búlgaro que había pasado muchos años en la Unión Soviética y allí tenía muchos contactos con el partido, comprendió que el sistema comunista estaba agonizando. Así, Lukanov elaboró un plan para convertir a los líderes del partido comunista búlgaro en hombres de negocios. Todor Zhivkov, el viejo líder del partido comunista de Bulgaria desde 1954, creía que Lukanov era un reformista radical y le odiaba. Pero Lukanov entendía el futuro. Exactamente igual que ese hombre de mediana edad y miembro del partido comunista de Serbia, Slobodan Milosevic, comprendió que los camaradas de su generación podían conservar sus chalés y pabellones de caza tras el hundimiento del comunismo si se fomentaba el nacionalismo étnico, Lukanov vio que los comunistas búlgaros podían seguir en el poder mediante una «reforma» económica. Lukanov, que a principios de los años noventa fue dos veces primer ministro de un gobierno neocomunista elegido democráticamente, utilizó la privatización para ayudar a fundar el Multigrupo — el más poderoso de los «grupos» oligárquicos— transfiriendo fondos del Estado a sus amigos.

      El 2 de octubre de 1996, Lukanov, que entonces tenía cincuenta y dos años y ya había sido primer ministro, fue abatido a tiros delante de su casa en Sofía. Nadie fue detenido, pero se cree que fue asesinado por la bestia que él mismo había creado. Sus ideas habían pasado a ser demasiado conservadoras para el nuevo régimen de Multigrupo, dirigido por un luchador exolímpico e hijo político de uno de los jefes de los servicios de seguridad durante la era comunista. De acuerdo con otra teoría, el asesinato fue ordenado por antiguos aliados en el régimen socialista búlgaro cuya corrupción Lukanov amenazaba con denunciar. Un ejecutivo occidental que trabajaba aquí me dijo:

      —Lukanov sabía que sus amigos estaban chupando tanto del Estado que pronto no quedaría nada que chupar. Sabía que a la postre ellos tendrían que pactar un compromiso con las autoridades democráticas para satisfacer al Fondo Monetario Internacional y a los inversores internacionales.

      Eso fue, de hecho, lo que empezó a ocurrir en 1999 y 2000. Otros, a su vez, creen que el asesinato fue obra de la mafia rusa. No obstante, en el mundo tenebroso en el que Lukanov acumuló poder y dinero, todos esos sospechosos tienen en común el ser enemigos de la reforma democrática. Alguno de los antiguos asociados de Lukanov pudo matarlo por la misma razón por la que Zhivkov le odiaba: Lukanov siempre había sido el mensajero de un futuro que no gustaba a ninguna de esas personas.

      Naturalmente, los grupos no surgieron simplemente porque Lukanov tuviera una idea. El hundimiento del Estado comunista proporcionó numerosas oportunidades de beneficiarse a personas próximas al poder. Algunos luchadores olímpicos se hicieron con el control de los moteles a lo largo de las autopistas internacionales de Bulgaria y los controles fronterizos, que les proporcionaban ingresos a través de la prostitución y el cambio de moneda y les facilitaban el acceso al negocio del robo de coches. Éste abarcaba tanto los vehículos robados en el país como los robados en Europa occidental, que desde Bulgaria atravesaban en barco el mar Negro con destino a la antigua Unión Soviética. En 1989, último año del comunismo en Europa oriental, en Bulgaria se robaron 4 318 coches. En 1991, el número fue de 12 873 y desde entonces se ha mantenido en ese nivel. Los grupos formaron asimismo compañías aseguradoras que ofrecían garantías contra los robos de coches a cambio de fuertes primas. En los coches y las casas de toda Bulgaria se veían pegatinas con el nombre de una agencia de seguridad, en especial la VIS-2, dirigida por otro antiguo luchador. A menudo estas pegatinas no iban acompañadas por sistemas de alarma: los propietarios habían pagado para que los protegieran y estaban a salvo de atracos. (En el verano de 1998, el Estado empezó a perseguir con dureza estas pegatinas y terminó erradicando la práctica.)

      Los grupos también poseían compañías eléctricas, instalaciones deportivas y turísticas, y empresas procesadoras de alimentos, a menudo compradas con préstamos gubernamentales concedidos por funcionarios corruptos, préstamos que, de acuerdo con diplomáticos y otros expertos, nunca se pagaban. (El impago de estos cuantiosos préstamos contribuyó a avivar la inflación.) El control que los grupos ejercían en el mercado de la importación-exportación de productos agrícolas búlgaros se consiguió mediante «palizas, secuestros y asesinatos», de acuerdo con el periodista Jovo Nikolov, que afirmaba que «los grupos económicos más grandes a veces presentan un extraño parecido con el mismo Estado. Mantienen gigantescos departamentos de seguridad, información y procesamiento de datos...». Por consiguiente, si las multinacionales, cada vez más poderosas, pueden ser un organismo político en proceso de desarrollo, en el antiguo mundo comunista las oligarquías basadas en el crimen también pueden serlo, todo ello bajo la rúbrica triunfante del «capitalismo global».

      Una disputa entre Bulgaria y Rusia en la época de mi visita reveló que el Kremlin estaba utilizando los grupos como


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