Rumbo a Tartaria. Robert D. Kaplan
rumanos figuraban entre las tropas más aguerridas del Eje. En Stalingrado, los rusos consiguieron romper las líneas rumanas porque los soldados balcánicos fueron obligados a avanzar durante días sin recibir alimento. Cuando el periodista C. L. Sulzberger preguntó al general alemán Hans Speidel cuáles eran las mejores tropas no alemanas del Eje, éste contestó: «Los rumanos. Deles un buen comandante y serán tan buenos como los mejores».[30] Cuando, en agosto de 1944, Rumania cambió de bando, los mandos aliados también se mostraron satisfechos con la agresividad de los rumanos. La actitud de los militares rumanos hacia Estados Unidos no era ahora menos entusiasta de lo que había sido hacia los dos bandos con los que lucharon en la Segunda Guerra Mundial. Durante la crisis de Irak, en marzo de 1998, el jefe del Estado Mayor rumano, general de división Constantin Degeratu, me dijo que «hemos concedido a Estados Unidos el derecho de sobrevolar nuestro territorio y utilizar varias bases aéreas. Apoyamos a Estados Unidos. Estamos preparados para participar en cualquier operación. Di a Shelton [presidente de la junta de jefes del Estado Mayor] plenas garantías, respaldadas por nuestro presidente y nuestro gobierno. Entendemos el problema que ustedes tienen con Irak».
El edificio del Ministerio de Defensa era una de las muchas estructuras monstruosas y horribles creadas por Ceauşescu que habían requerido el derrocamiento del Bucarest histórico del siglo XIX. Allí, agasajado con café turco, me reuní con el jefe del Estado Mayor rumano, un hombre bajo, nervioso, de menos de cincuenta años, con el pelo negro y una sonrisa cálida. Degeratu me explicó la posición estratégica de Rumania:
—Antes de la Segunda Guerra Mundial intentamos permanecer neutrales y hacer tratos con todo el mundo. Esto resultó imposible. Y, así, tuvimos que luchar con los alemanes contra los rusos, luego con los rusos contra los alemanes. Pero al final caímos bajo el dominio ruso. Más tarde tratamos de azuzar a los chinos, y en pequeña medida a los norteamericanos, contra los rusos. Pero eso también fracasó. Terminamos aislados, con un equipamiento de baja calidad y unos militares cuyas aptitudes sólo les capacitaban para el trabajo de esclavos.
Estaba en desacuerdo con Brucan.
—La neutralidad no funciona —continuó Degeratu—. Nosotros no somos una gran potencia, y nuestra posición es demasiado vulnerable. Rumania es el único país de Europa situado entre las dos grandes regiones de inestabilidad e incertidumbre, la antigua Yugoslavia y la antigua Unión Soviética. Por nuestro propio bien y por el de Europa, necesitamos estabilidad. Ningún otro país de Europa necesita a la OTAN tanto como nosotros.
El coronel Mihai Ionescu, historiador militar y estratega, desarrolló los puntos del general Degeratu:
—En esta época de recuperación imperial, Rusia empleará medios más sutiles para dominarnos de nuevo: crimen organizado, operaciones de espionaje y fomento de la corrupción de nuestras elites. Pero, de momento, tenemos espacio para maniobrar. Rusia ya no linda directamente con nuestras fronteras, sino que tiene que operar a través de Ucrania y Moldavia. Y con la desintegración de la Unión Soviética, el mar Negro ya no es un mar ruso. Pero es peligroso pensar que esta situación ambigua va a durar. ¡Por eso es por lo que Occidente tiene que ampliarse hacia el este!
Los rumanos estaban aterrados viendo lo que ocurría en la antigua Unión Soviética. El descenso en desarrollo que yo había percibido cuando pasé de Hungría a Rumania se duplicaba cuando uno pasaba de Rumania a Moldavia y Ucrania: zonas deprimidas con carreteras espantosas, donde, si dejabas el coche y no vigilabas, lo más probable era que te lo robaran. En el pasado había sido el ejército ruso el que había infundido miedo a los rumanos; ahora temían que la anarquía social pudiera generar una reacción tiránica en Moscú. En cierto sentido no sólo subsistía el telón de acero como una realidad sino que además, entre Europa oriental y la antigua Unión Soviética, había un «segundo telón de acero».
Iulian Fota, un ingeniero pulcramente vestido a quien Constantinescu había nombrado subsecretario de Defensa, me dijo:
—La estrategia de Rusia consiste en restablecer su esfera de influencia en toda la antigua Unión Soviética y Bulgaria, y luego trabajar con Francia y Grecia, y tal vez también con Siria e Irán, para limitar el poder de Estados Unidos en Oriente Próximo. Para hacer frente a esta configuración, Turquía y Azerbaiyán firmarán una alianza con Israel. Nosotros podemos ayudar a los turcos y a los israelíes. En cuanto el petróleo del mar Caspio empiece a llegar a Europa a través del mar Negro aumentará la seguridad internacional de Rumania. Rumania ya no está en la periferia de Europa. Con nuestras refinerías instaladas en Constanza [en el mar Negro] y Ploieşti quedaremos dentro de la nueva red de oleoductos. Estamos en medio de una nueva región, difícil de delimitar, entre Europa y el Caspio.
Aunque interesado, este análisis era ciertamente agudo. Grecia puede formar parte de la OTAN, pero en 1992 el líder serbobosnio Radovan Karadjic, acusado de crímenes de guerra, fue recibido como un héroe en Atenas, lo cual sugiere la existencia de una vinculación histórica y religiosa más profunda, paralela a la estructura oficial de alianzas en los años que siguieron a la guerra fría.[31] Pero Rumania era una potencial baza estratégica por una razón que en el Ministerio de Defensa nadie había mencionado:
En una democracia estable, como la que Rumania pugnaba por conseguir, la política de seguridad está unida en última instancia a la opinión pública. Por haber vivido bajo el estalinismo de Ceauşescu y la incertidumbre que comportaba estar situados en la franja oriental del mundo occidental, los rumanos —tanto civiles como militares— tenían un sentimiento proamericano tan apasionado como el de los ingleses y franceses después del día V-E [día de la Victoria en Europa] en mayo de 1945. Mientras que los ciudadanos de Europa occidental censuraban a Estados Unidos por su «belicismo» en Irak, los rumanos les dieron abiertamente su apoyo. En muchas crisis — exceptuada la de Kosovo—, los franceses, los italianos y los ciudadanos de otros países occidentales buscaban la más pequeña incongruencia en la política estadounidense para negar su validez. A medida que se intensificaba el resentimiento cultural por el ostentoso materialismo de Estados Unidos y ganaba importancia el efecto unificador de una moneda única, crecía la posibilidad de que los países de Europa occidental y central formaran un bloque de poder neutral, tal vez incluso hostil. Por eso era decisivo para Estados Unidos tener amigos en países del sureste europeo cuyas bases pudieran utilizar. En la guerra de Oriente Próximo en 1973, Estados Unidos se apoyó en Portugal como base para reabastecer a Israel cuando sus aliados tradicionales —Gran Bretaña, Francia y la República Federal de Alemania— se negaron a colaborar. Rumania podría convertirse en un nuevo Portugal en el otro extremo del continente.
Como Oriente Próximo era una región con grandes reservas de petróleo, viejos dictadores, altas tasas de desempleo entre los varones jóvenes, acelerado crecimiento absoluto en población y urbanización, y decreciente abastecimiento de agua, los problemas de Occidente con Saddam Hussein podrían presagiar otras crisis militares en la región durante el siglo XXI. Rumania, en la franja noroeste del gran Oriente Próximo, era una base avanzada natural, especialmente a medida que el poder petrolífero se desplazaba hacia el norte, desde la península Arábiga hasta el mar Caspio, y el poder político de la vecina Turquía aumentaba debido a que sus inmensas reservas de agua le daban una creciente ventaja sobre los estados árabes, pobres en este recurso natural.
Pero los militares temían que si Rumania no llegaba a convertirse en una base avanzada de Occidente, el país se precipitaría en un abismo. En una cena celebrada ya entrada la noche en el club de oficiales, con mucho aguardiente de ciruela y mucho vino, saqué a colación la tesis del «choque de civilizaciones» de Samuel Huntington, profesor de Harvard.[32] El coronel Ionescu, un hombre alto y afable, respondió con cierto enojo:
—Huntington es peligroso, especialmente en lo tocante a la ampliación de la OTAN.
Pero Ionescu no pretendía rebatir la validez de la tesis de Huntington. Por el contrario, él, como todos los oficiales rumanos con los que hablé, se horrorizaba ante la idea de una frontera entre civilizaciones, una frontera «civilizacional» en Europa, de acuerdo con la cual la ampliación de la OTAN terminaba en la frontera húngaro-rumana y la región multiétnica de Transilvania se convertía en un campo de batalla entre cristianos orientales y occidentales.
Rumania era el verdadero