Aquiles... un hetero curioso. Gonzalo Alcaide Narvreón

Aquiles... un hetero curioso - Gonzalo Alcaide Narvreón


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      Pudo sentir que su vagina comenzaba a humedecerse y que sus pezones se endurecían. Su cuerpo estaba avanzando más rápido de lo que lo hacía su cabeza.

      Miró fijamente a Aquiles, agarró la sabana que cubría su pelvis y la desplazó hacia atrás, dejándolo completamente desnudo. Giró y se sentó frente a él, entre sus piernas.

      –¿Querés que comencemos ahora? –dijo Marina, dándole un tremendo beso y metiéndole la lengua hasta casi ahogarlo.

      Aquiles no esperaba esa reacción; solo había respondido a la pregunta de Marina y, en todo caso, tenía interés en continuar con su desayuno/almuerzo y conversar sobre el tema hijos.

      –Pará amor, déjame respirar –dijo Aquiles, intentando separar su boca de la de Marina, y continuó– me tengo que levantar, me esperan los muchachos para jugar.

      –Yo también quiero jugar... juguemos un rato –contestó Marina, que, sin darle chances de escaparse, comenzó a descender con su lengua recorriendo el torso peludo de Aquiles, llegando a su ombligo, a su pelvis, a su pene flácido y aun cubierto de fluidos ya secos. Pudo percibir el aroma característico del semen y de su propio néctar. Se sintió excitada como pocas veces lo había estado.

      Aquiles intentó zafar y quiso levantarse, pero Marina no lo dejó.

      –Amor, en serio... esta noche lo hacemos –insistió Aquiles.

      Marina no tenía intención de detenerse y comenzó a lamerle el escroto, sabiendo que era una de las mayores debilidades de Aquiles.

      –Sos una hija de puta –dijo Aquiles, entregándose nuevamente a la ninfómana en la que parecía haberse convertido su mujer.

      –Haceme un hijo –dijo Marina, sabiendo que no sería factible, ya que tenía colocado un DIU y debía visitar a su ginecólogo para que se lo quitara.

      Marina comenzó a practicarle una felatio, logrando que el pene de Aquiles estuviese totalmente erecto y rígido.

      Como lo había hecho a la mañana, pero de manera directa, se posicionó y lo introdujo dentro de su vagina, mientras que agarraba sus pechos con ambas manos y se concentraba en su propio placer.

      Aquiles estaba entregado y se sintió sometido como nunca antes. Marina había tomado la iniciativa y estaba decidida a satisfacer sus deseos, sin importarle cómo, ni otra cosa más que eso y que ella.

      Comenzó a moverse con un constante sube y baja, que cada vez se hizo más intenso.

      Aquiles, a pesar de su cansancio, se sintió alborotado por las palabras emitidas por Marina “Haceme un hijo...” A pesar de las sesiones previas, sintió que su pene estaba absolutamente erecto y que respondía para satisfacer los deseos de su mujer, pero no pensaba hacer ningún tipo de esfuerzo para moverse, simplemente, no tenía energías como para hacerlo.

      Marina comenzó a gemir y a descontrolarse. Súbitamente, fue invadida por un orgasmo que la hizo gritar. Aquiles sintió en su pene las contracciones de los músculos vagina–les y percibió el estado de lubricación extrema de la vagina de Marina. Se concentró en lograr su propio orgasmo y en llegar a eyacular.

      Se concentró en lograr su propio orgasmo y en llegar a eyacular.

      Rápidamente, sintió que ya no tenía control y que su esperma había comenzado el recorrido hacia su glande...

      Emitió un gemido cortado, arqueó su espalda y hundiendo la cabeza en la almohada, sintió como su semen comenzaba a fluir. No fue el mejor orgasmo de su vida, pero fue placentero.

      –Mi amor –exclamó Marina, que sin dejar que Aquiles terminase de acabar, se incorporó y fue con su boca en busca del miembro erecto y mojado de su macho; lo introdujo en su boca y con los dedos, comenzó a masajearle el perineo. Aquiles sintió desmayarse de placer y percibió que eyaculaba un nuevo chorro de semen, que Marina saboreó como si fuese crema helada. Continuó mamándoselo, hasta estar segura de que no quedaba más nada por sacar.

      Aquiles comenzó a sentir espasmos que lo hicieron temblar. Su glande estaba muy sensible y era la cuarta eyaculación que experimentaba en menos de 24 horas; dos el viernes, una hacía apenas unas horas, más la reciente.

      –Basta amor, no doy más y me tengo que ir –dijo Aquiles, con tono de súplica.

      Marina se puso nuevamente sobre él y tomó con ambas manos la cara de Aquiles; acercó su boca a la de él y de una manera muy morbosa, dejó que una mezcla de saliva y de semen, comenzara a caer. Aquiles intentó esquivar el hilo de fluidos, pero no pudo hacerlo.

      Si bien no era una práctica habitual, en algunas ocasiones, con la boca de Marina cargada de semen, se habían dado besos blancos; incluso, Aquiles había limpiado con su lengua la vagina de Marina luego de haber eyaculado dentro de ella.

      Marina continuó lo que había iniciado, dándole un beso profundo, haciendo que Aquiles tragase su propio semen y como si nada hubiese pasado, se incorporó.

      –Ahora sí amor podés irte a jugar con tus amigos, dijo Marina sonriendo, mientras se levantaba para dirigirse al baño.

      Aquiles se incorporó, pasó por al lado de Marina y tocándole el culo dijo:

      –Sos muy pero muy puta... y sin darle tiempo a responder, siguió camino hacia el baño para darse una ducha y quitarse el olor a sexo impregnado en todo su cuerpo.

      Tarde de fútbol

      Aquiles tomó una rápida y reparadora ducha, anudó un tallón a su cintura y fue hacia el vestidor en buscar de ropa.

      Eligió calzas y short blanco, la remera de fútbol que usaba con su equipo, medias, botines, canilleras, un buzo liviano y preparó su bolso con algo de ropa deportiva extra y ropa interior, por si luego del partido decidía ducharse en el vestuario.

      Las canchas quedaban no muy lejos de su casa, por lo que aún tenía margen de tiempo como para llegar a horario.

      Vio que Marina ingresaba al baño y que se metía bajo la ducha. Se despidió y fue hacia la cocina para agarrar de la heladera un par de botellas de bebida isotónica que puso dentro de su bolso. Agarró las llaves de su auto, la billetera y salió rumbo al encuentro con sus amigos.

      Era una espléndida tarde primaveral, sin viento y con el cielo absolutamente despejado.

      Aquiles manejó distendido, disfrutando del día, estacionó su auto dentro del complejo y se unió al grupo que ya estaban dentro de la cancha.

      Años más, años menos, todos habían pasado los cuarenta, algunos estaban en forma como Aquiles y otro no tanto.

      Jugaron durante hora y media, con algunos goles, algunos roces y bastantes bromas que se hacían entre ellos. Era un grupo que se encontraba para entretenerse, sin el afán desmedido por ganar, por lo que solía ser un momento de encuentro entretenido, que utilizaban como una excusa para juntarse.

      Terminó el partido, se despidieron y Aquiles se quedó tomando algo con Félix, con Adrián y con Marcos, sus tres amigos de la infancia.

      –Estoy molido –dijo Aquiles.

      –Vamos... no corriste tanto hoy –comentó Félix.

      –Me parece que este está molido por otra cosa, miren la cara demacrada que tiene –dijo Adrián.

      Los cuatro rieron.

      –Dale, contá –dijo Marcos

      Esbozando una sonrisa y con un gesto de vergüenza, Aquiles, blindado por la confianza que se tenían y por el hecho de haberse contado siempre todo, comenzó a relatarles con lujo de detalles los episodios sexuales que había tenido con su mujer, desde el viernes a la noche, hasta lo sucedido hacía apenas un rato, antes de ir a jugar.

      –Uy boludo... tu mujer te está consumiendo –dijo Adrián riendo.

      –Lo


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