El plan de tu alma. Robert Schwartz

El plan de tu alma - Robert  Schwartz


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teórica sobre este tema.

      Te animo a leer las historias con el corazón. El corazón posee un conocimiento más elevado y una sabiduría mayor que la mente. El análisis intelectual sólo te serviría hasta cierto punto. Estos relatos deben ser sentidos. Cuando tú, como alma eterna, planeaste tu vida actual, no te preocupaste por los conocimientos que podría adquirir tu mente. En lugar de eso, querías experimentar los sentimientos que generaría una vida en la dimensión física. Las dificultades de la vida son un medio especialmente poderoso para crear sentimientos que son, por otra parte, vitales para el autoconocimiento del alma. Estos sentimientos no pueden ser comprendidos por la mente; de hecho, la mente es una barrera. En muchos sentidos, la vida es un viaje que va desde la cabeza hasta el corazón. Planeamos las dificultades de nuestra vida para facilitar este viaje, para abrir nuestros corazones y de este modo poder conocerlos, y valorarlos mejor.

      La empatía es la llave que abre la puerta del corazón, y hará posible que comprendas estos relatos y su significado espiritual. Al igual que fue necesario que las personas que aparecen en este libro reunieran el valor suficiente para planear sus vidas y para compartirlas contigo, será necesario que tú también reúnas el valor para empatizar con ellos. Yo creo que la empatía es curativa. Si buscas la sanación, descubrirás que tu valentía será recompensada.

      Este capítulo te proporcionará la información necesaria para apreciar los aspectos metafísicos de los relatos. Si no estás familiarizado con la metafísica, algunas de estas ideas pueden parecerte inusuales, igual que me ocurrió a mí. Te pido paciencia. Cuando las veas ilustradas en estos relatos, adquirirán un significado y una validez mayor, y más aun cuando las apliques a tus propias vivencias. Este capítulo te dará, además, una visión general de los puntos comunes que he encontrado en los proyectos de vida de los entrevistados. Con esto obtendrás los cimientos sobre los que asentar la sabiduría que estas personas han compartido contigo.

      La planificación que hacemos antes de nacer es detallada, y tiene un gran alcance. Incluye la selección de situaciones vitales, pero va mucho más allá. Nosotros elegimos a nuestros padres (y ellos nos eligen a nosotros), elegimos cuándo y dónde nos reencarnaremos, las escuelas a las que asistiremos, los hogares en los que viviremos, la gente a la que conoceremos, y las relaciones que tendremos. Si tienes la sensación de que ya conocías a alguien a quien acaban de presentarte, es posible que sea verdad. Probablemente, esa persona fue parte de tu planificación prenatal. Cuando un lugar, un nombre, una imagen o una frase te resulta familiar la primera vez que lo ves o lo oyes, esa familiaridad es, a menudo, un vago recuerdo de lo que se planeó antes de la encarnación. En muchas sesiones de planificación, usamos el nombre y tomamos la apariencia física que tendremos después de nacer. Tales prácticas nos ayudan a reconocernos unos a otros en el plano físico. El sentimiento de déjà vu se atribuye a menudo a un suceso de una vida pasada, pero muchas sensaciones de déjà vu son, en realidad, recuerdos de planes prenatales.

      Cuando entramos en el plano terrestre, olvidamos nuestro origen espiritual. Antes de la encarnación sabemos que esta amnesia autoinducida tendrá lugar. La expresión “tras el velo” se refiere a este estado de falta de memoria. Como alma divina, olvidas tu verdadera identidad porque al recordarla más tarde lograrás un conocimiento mucho más profundo de ti mismo. Para obtener esta profunda conciencia, tenemos que abandonar el reino espiritual (un lugar de alegría, paz y amor), porque allí no experimentamos ningún contraste. Y sin contraste, no podemos conocernos totalmente.

      Imagínate un mundo en el que sólo hay luz. Si nunca has experimentado la oscuridad, ¿cómo podrías comprender y apreciar la luz? Es el contraste entre luz y oscuridad lo que lleva a un conocimiento más profundo. El plano físico nos proporciona este contraste porque es un mundo de dualidad: arriba y abajo, caliente y frío, bueno y malo. El dolor en la dualidad nos permite apreciar mejor la alegría. El caos de la Tierra aumenta nuestra apreciación de la paz. El odio que podemos encontrar profundiza nuestra comprensión del amor. Si nunca hemos experimentado estos aspectos de la humanidad, ¿cómo podríamos reconocer nuestra divinidad?

      Imagina que provienes de un lugar en el que suena la música más bella que jamás fuera creada. Es una música arrebatadora, deslumbrante. La has escuchado siempre, durante toda tu vida. Nunca ha estado ausente, ni ha estado presente ninguna otra música. Un día te das cuenta de que, como siempre la has oído, nunca la has escuchado realmente. Es decir, que nunca la has valorado, porque no has conocido otra cosa. Por ello, decides que te gustaría poder valorar esta música. ¿Cómo podrías hacerlo?

      Una forma de hacerlo sería ir a un lugar en el que la música de tu Hogar no exista. Quizá en este sitio suene una música distinta, una música que contenga notas discordantes, o estrofas estridentes. Este contraste te provocaría una nueva apreciación de la música que has escuchado siempre en tu Hogar.

      Otra forma sería ir a un lugar en el que la música de tu Hogar no exista, e intentar recrearla de memoria. La experiencia de componer esos magníficos sonidos te daría una comprensión incluso más profunda de su belleza.

      Existe una tercera posibilidad, una mucho más desafiante, pero que además contiene una mayor recompensa. Se te ocurre pensar que podrías obtener un conocimiento realmente profundo si fueras a un lugar en el que la música de tu Hogar no sonara, y una vez allí intentaras recrearla pero sólo después de haber olvidado cómo sonaba. La experiencia de recordar, y después componer la extraordinaria sinfonía de tu Hogar produciría el más rico, pleno, y extenso conocimiento de su grandeza.

      Y con esta misma valentía viajas al mundo que ofrece la tercera opción. Allí escuchas una música que, al carecer de me­moria, crees que es la única que has oído siempre. Algunas canciones son adorables, pero otras aporrean tus oídos con sus disonancias. Estos tonos desagradables fomentan el deseo en tu interior (y, finalmente, la resolución) de crear una música original.

      Pronto empiezas a escribir tus propias composiciones. Al principio, te distrae la estridente música de este mundo nuevo. Sin embargo, con el tiempo, a medida que te apartas del estrépito externo y escuchas las melodías de tu corazón, tus creaciones musicales se hacen más bellas. Finalmente compones una obra maestra, y cuando la terminas recuerdas algo: la obra maestra que has escrito es la misma música que sonaba en tu Hogar. Y este recuerdo desencadena otro: Tú eres esa música. No es algo que oíste fuera de ti mismo; la música eres tú, y tú eres la música. Y al crearte a ti mismo en un nuevo lugar, llegas a conocerte de un modo que no hubiera sido posible si no hubieras dejado tu Hogar.

      Ésta es la experiencia que desea el alma. El alma es una chispa Divina; la personalidad (el ser humano) es una parte de la energía del alma en cuerpo físico. La personalidad consiste en unos rasgos temporales que existen sólo durante la vida física, y un núcleo inmortal que se reúne con el alma después de la muerte. El alma es algo mucho mayor que la personalidad, aunque cada personalidad es vital para el alma, y muy apreciada por ella.

      En gran medida, la personalidad tiene libre albedrío. Los desafíos de la vida pueden ser, por tanto, aceptados o rechazados. La vida en la Tierra es una etapa en la que la personalidad se ciñe o se desvía del guión que fue escrito antes del nacimiento. Nosotros elegimos cómo respondemos: con ira y amargura, o con amor y compasión. Cuando nos damos cuenta de que somos nosotros mismos quienes hemos planeado nuestras dificultades, la elección es mucho más clara y más fácil de hacer.

      Mientras estamos en el cuerpo físico, nuestra alma se co­munica con nosotros a través de los sentimientos. Sentimientos como alegría, paz y emoción nos recuerdan que estamos actuando y pensando de un modo consecuente con nuestra verdadera naturaleza como almas amorosas. Sentimientos como el miedo y la duda nos sugieren que no lo estamos haciendo. Nuestros cuerpos son receptores (y transmisores) de energía extremadamente sensibles que nos dicen, a través de los sentimientos, si hay acuerdo o desacuerdo entre lo que realmente somos, y el modo en el que nos estamos comportando.

      Las dificultades de la vida existen para que podamos experimentar quiénes


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