El gorrión en el nido. José Antonio Otegui
plantar árboles frutales, aunque sé que pasarán varios años antes de obtener frutos. También me parece adecuado preparar un gallinero, pero con la condición de que seas tú, Paka, quien se encargue de su gestión y me mantengas al margen de huevos, gallinas, estiércol y demás zarandajas.
—No te preocupes —dijo Paka muy interesada por la conversación—, sigue, sigue.
—Fuera del horario de trabajo —continuó Patxi— puedo dedicar tiempo a vender y reparar aparatos de radio y hacer instalaciones y mantenimiento de todo lo relacionado con la electricidad entre los vecinos del pueblo que, aunque la mayoría son unos manitas, en cuanto tienen que enfrentarse a la electricidad prefieren pasar a otro el encargo antes de meterse con un enemigo al que no comprenden y les muerde al menor descuido.
Llegados a este punto, Paka le miró con ojitos, hubo acuerdo sellado con un beso y una consumación. De inmediato Patxi se puso manos a la obra.
Primero fue al caserío de Silvestre, el caserío se situaba bajo la peña de San Miguel y desde él se divisaba todo el pueblo y más allá. Silvestre vivía aislado con su hermana Modesta, hablaban poco y siempre en euskera. Eran autosuficientes, tenían ganado, huerta y multitud de árboles; de hecho, Silvestre era quien más conocía en la comarca de árboles frutales y de árboles en general. Gustaba de llevar albarcas, calcetines de lana de oveja y amplio blusón de cuadros azules del que por la parte trasera le colgaba siempre un paraguas. Patxi y Silvestre quedaron junto a La Central.
—Hola, Silvestre —saludó Patxi al verlo llegar.
—Egun on —dijo Silvestre contestando al saludo.
—Verás, queremos plantar árboles frutales y quería saber qué nos aconsejas.
—Aquí a este lado isquierdo —dijo Silvestre de inmediato—, plantar tres siruelos de los de siruelas claudias, cagüen sos, las más ricas, no las hay mejores para mermeladas, los pondré en renke uno tras otro. Ahí enfrente plantar cuatro hermosos nogales que cuando sean grandes dar sombra a una mesa en el sentro y unos bancos alrededor. A esta derecha de los nogales, dos membrillos para buen olor en armarios de casa y haser dulse para comer con queso y con nueses de los nogales. A ese fondo un mansano de reinetas para mansanas asadas y un peral de peras de agua refrescantes en verano, ¡anda la hostia que no son buenas! A esta derecha plantar dos castaños para castañas de asar y una higuera para compotas con mansanas y peras. También plantar un par de pinos de piñas para ensender fuego en invierno y dar buen olor. A los lados del camino plantar árboles grandes que al creser y juntar harán túnel.
—¿Y qué hacemos con los árboles que ya hay? —preguntó Patxi.
—No matar árboles, Patxi, solo por nesesidad se puede —dijo Silvestre—. Los chopos ya aquí antes que tú y que yo y los castaños pilongos que acompañar Sirauntsa ser matrimonio con rio.
—Me parece bien, Silvestre —dijo Patxi—. Lo que pasa es que lo que dices valdrá mucho dinero y ahora mismo estoy un poco justo.
—No preocupar, Patxi, yo nesesitar lus en caserío. Tu llevar lus a caserío y yo pagar material y poner árboles —dijo Silvestre alargando la mano en señal de trato.
Patxi también se hizo con un libro de cuentas y trazó en sus páginas varias líneas verticales con un encabezamiento en cada una de ellas indicando: fecha, cliente, trabajo realizado, importe facturado y total. En este libro apuntaría cada uno de los trabajos y para estrenarlo anotó la fecha de inicio del encargo de Silvestre. En trabajo realizado puso: «llevar línea eléctrica al caserío de Silvestre y poner bombillas en todas las estancias»; en importe facturado: «árboles frutales» y total «cero». No era un gran comienzo, pero era un comienzo.
Finalmente, preparó el gallinero en el trastero bajo la escalera que daba acceso a la planta superior donde se ubicaba la vivienda. Lo vació, colocó una valla cerrando el espacio donde las gallinas podrían salir al aire libre, arregló la puerta haciéndola más fuerte para que el zorro no robase las gallinas y colocó en el interior, a la derecha según se entraba, una fila de gruesas varas de madera, de pared a pared, donde las gallinas dormirían con un acceso a modo de escalera. Debajo, lo rellenó de paja para recoger el abono. A la izquierda preparó unos nichos rellenos también de paja donde las gallinas pondrían los huevos y los incubarían. Los padres de Paka aportaron tres gallinas blancas y el tío Julio, que vivía en la misma casa que los padres, otras tres coloradas. El gallo multicolor hubo que comprarlo con el dinero de la bolsa de «varios».
Con todo en marcha comenzaron a pasar los días, los árboles aún tardarían en hacerse ver y algunos encargos de instalaciones habían comenzado a llegar, Patxi vendió una radio, la compraba por piezas, la montaba y se la entregaba al cliente, probada y funcionando, obteniendo así, en la transacción, un buen beneficio. Por su parte, las gallinas comenzaron a poner huevos, unas los ponían blancos y otras colorados, pero ninguna se puso culeca y no conseguían tener polluelos. Patxi le echaba la culpa al gallo:
—Con tanta «pluma» multicolor arcoíris no tengo claro si es gallo o gallona —comentaba con Paka—. Además, nunca canta antes de las diez de la mañana, lo que me hace sospechar que es un vago.
—Con seis gallinas a las que atender todas las noches, se le debe de hacer muy tarde y quedar muy cansado, por lo que es normal que luego no madrugue —le justificaba Paka.
Con los huevos, Paka pudo hacer tortillas, huevos duros y revueltos con los perretxicos que trajo Patxi en primavera, además de claras batidas y mayonesas. Los que sobraban los empleaba para hacer trueque y así consiguió no gastarse todo el dinero de la bolsa de la comida.
Paka, comenzó a tener algunos síntomas de embarazo y en cuanto pudo, le informó a su madre de su sospecha:
—Mamá, creo que estoy esperando un bebé, pero no lo tengo claro. Me encuentro cansada y me dan arcadas cada vez que preparo huevos en cualquier forma, además, tengo un retraso. ¿Tú qué crees?
—Pues no lo sé, aún es pronto para estar segura, pero me haría muy feliz ser abuela —le dijo su madre mostrando su alegría y recurriendo a su personal botica—. Mira, hija, te entrego este puñado de trigo y este otro de cebada. Coloca el trigo en una lata pequeña de sardinas bien lavada y haz lo mismo con el de cebada y luego los cubres con tu orina. Al cabo de dos semanas debes mirar en su interior, si las semillas no han germinado es que no estás embarazada, si germina el trigo es que estás embarazada de una niña, y si germina la cebada es que estás embarazada de un niño.
La madre de Paka era un poco bruja y conocía todas las hierbas del campo, disponía de una buena despensa con botes identificados por el efecto de alivio que producían sus infusiones, las etiquetas estaban pegadas en cada frasco, algunas amarilleaban por el paso de los años y se podía leer en ellas: fiebre, dolor de tripas, piedras de riñón, cólico miserere, tristeza profunda, y así una larga lista de males con sus remedios.
—Así lo haré, mamá —dijo Paka.
Paka siguió al pie de la letra las instrucciones: colocó las dos latas con su respectivo contenido en un lugar del gallinero donde sabía que las gallinas no llegaban y donde tenía la seguridad de que Patxi no las encontraría. Cuando dejó las latas vio con sorpresa que una gallina se había puesto culeca y estaba incubando los huevos.
Al final del mes, como cualquier otro día, llegó Patxi a comer, trayendo el sobre con el salario, al que añadió los dineros que había conseguido con las instalaciones y la venta de la radio. Comieron, Patxi echó la cabezada de costumbre y volvió al trabajo. Tras recoger la mesa, lavar los platos y barrer la cocina, Paka sacó las bolsas de tela; completó la de la comida hasta el importe total del mes añadiendo lo que faltaba, ya que aún contenía algunas monedas. Rellenó el resto de bolsas y consiguió meter algunas monedas y un billete en la del ahorro. Con la alegría del éxito se acercó al gallinero a ver el estado de las latas tras las dos semanas de espera. La primera en ser inspeccionada fue la del trigo y estaba como la había dejado; no había germinado. Luego miró la de la cebada y su corazón le dio un vuelco mientras le parecía que la cabeza se le iba, estaba embarazada de un niño.
Con