Siddhartha - De Hermann Hesse (EDICIÓN EXTENDIDA). Libros Clasicos

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que aquel pretendido Buda había sido antes un asceta y había vivido en el bosque, y luego se había entregado a la buena vida y a los placeres del mundo y no daba mucha importancia a este Gotama.

      –¡Oh Siddhartha!– dijo un día Govinda a su amigo–. Hoy estuve en la aldea y un brahmán me invitó a entrar en su casa, y en su casa estaba el hijo de un brahmán de Magadha, el cual ha visto con sus propios ojos al Buda y ha escuchado sus enseñanzas. En verdad que entonces sentí un dolor en el pecho,y pensé para mí: "¡Ojalá pudiera yo también, ojalá pudiéramos ambos, Siddhartha y yo, conocer la hora en que recibiéramos lección de la boca de aquel bienaventurado!" Di, amigo, ¿no podríamos ir nosotros también a su encuentro y escuchar de los labios del Buda la lección?

      Habló Siddhartha:

      —Siempre, ¡oh Govinda!, he pensado que Govinda permanecería entre los samanas, siempre he creído que su meta era llegar a los sesenta o a los setenta, practicando siempre las reglas y ejercicios que adornan a los samanas. Pero mira: yo conocí poco a Govinda, sabía poco de su corazón. De modo que ahora quieres, mi fiel amigo, tomar la senda y llegar hasta allí donde el Buda enseña su doctrina.

      Habló Govinda:

      —Te gusta bromear. ¡Puedes bromear cuanto quieras, Siddhartha! Pero ¿no te ha venido en gana, no ha despertado en ti el deseo de escuchar esta doctrina? ¿Y no me has dicho en otra ocasión que no seguirías por más tiempo el camino de los samanas?

      Sonrió Siddhartha a su manera, con lo que el tono de su voz adquirió un matiz de tristeza y una sombra de mofa, y dijo:

      —Bien has dicho, Govinda, bien has dicho y bien has recordado. Sin embargo, también deberías recordar lo otro que a mí me oíste, es decir, que estoy cansado y desconfío de todas las doctrinas y enseñanzas y que es poca mi fe en las palabras de los maestros que llegan hasta nosotros. Mas, ¡ea, querido!, estoy dispuesto a escuchar aquellas enseñanzas, aunque creo de todo corazón que el mejor fruto de ellas ya lo hemos saboreado.

      Habló Govinda:

      —Tu buena disposición regocija mi corazón. Pero dime, ¿cómo es posible que antes de escuchar la doctrina del Gotama hayamos gustado ya sus mejores frutos?

      Habló Siddhartha:

      —¡Gocemos de este fruto y esperemos lo demás, oh Govinda! Pero este fruto que ya hemos de agradecer al Gotama, ¡consiste en que nos llama para sacarnos de entre los samanas! Si nos ha de dar otras cosas y algo mejor, ¡oh amigo!, esperemos en ello con corazón tranquilo.

      Aquel mismo día, dio a conocer Siddhartha al anciano de los samanas su decisión de dejarlos. Se lo dio a conocer con la cortesía y humildad que conviene a un joven y a un alumno. Pero el samana se llenó de enojo al ver que los dos jóvenes querían abandonarlos, y habló descompuestamente y profirió groseros insultos.

      Govinda estaba asustado y perplejo, pero Siddhartha se inclinó sobre el oído de Govinda y susurró:

      —Ahora quiero demostrar al viejo que he aprendido algo entre ellos.

      Mientras se acercaba al samana, con el alma concentrada prendió la mirada del anciano con la suya, le hechizó, le hizo callar, se apropió de su voluntad, le impuso la suya, le ordenó que hiciera silenciosamente lo que le pedía. El anciano quedó mudo, sus ojos miraban fijamente, su voluntad estaba paralizada, sus brazos pendían inertes, estaba sin fuerzas, preso en el encanto de Siddhartha.

      Pero los pensamientos de Siddhartha se habían apoderado de los del samana, y este debía hacer todo lo que el otro le ordenara. Y así, el anciano se inclinó varias veces, hizo ademán de bendecirlos una y otra vez y pronunció, vacilante, una piadosa oración de despedida. Y los jóvenes respondieron agradecidos a las inclinaciones, a los votos de ventura, y salieron de allí saludando.

      Por el camino, dijo Govinda:

      —¡Oh Siddhartha!, has aprendido con los samanas más de lo que yo creía. Es muy difícil, dificilísimo, hechizar a un viejo samana. En verdad que si te hubieras quedado allí habrías aprendido pronto a caminar sobre las aguas.

      —No codicio el andar sobre el agua— dijo Siddhartha—. Que los viejos samanas se den por contentos con semejantes artes.

CAPÍTULO III

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