Listos para correr. T.J. Murphy
PREFACIO
EL PRIMER Y CRUCIAL PASO: SACAR AL CORREDOR QUE LLEVAS DENTROT. J. MURPHY
Jugadores de fútbol americano de la NFL, soldados de élite, pilotos de cazas, bailarines del Ballet de San Francisco, ciclistas del Tour de Francia, crossfitters y powerlifters de clase mundial y corredores de todas las disciplinas… son algunos de los muchos atletas que se han beneficiado del genial enfoque del doctor Kelly Starrett respecto al movimiento y la mecánica del aparato locomotor.
Los estudios y formación de Kelly son igualmente eclécticos. Perteneció al equipo estadounidense de piragüismo y kayak, y compitió en dos campeonatos del mundo con el equipo masculino de rafting. Sus intereses son amplios y variados, desde el surf, las artes marciales, el monopatinaje o la halterofilia olímpica, hasta el programa de danza So-You-Think-You-Can-Dance que se emite por televisión.
En cierto sentido, el camino emprendido por Kelly hasta convertirse en un experto en movimiento de fama internacional comenzó al final de su trayectoria como kayakista. Mientras sumaba una hora más de duro entrenamiento –una más de las miles que ya había acumulado–, su cuello y hombro sufrieron una parálisis muy similar a cuando un ordenador se queda colgado. Ni siquiera podía girar el cuello. Su carrera profesional en aguas bravas había terminado.
Fue entonces cuando se inició su obsesión por el movimiento y la mecánica del cuerpo humano. Si uno pasa tiempo con Kelly, se da cuenta con claridad de que ve y procesa todo a través de una lente de 300 aumentos. Tal como me dijo una vez su mujer, Juliet Starrett, Kelly detecta las enfermedades y lesiones en los demás antes de que se manifiesten los síntomas. En consecuencia, fue algo natural que gravitase hacia la órbita de la fisioterapia y acabase siendo médico de esta disciplina, para llegar más tarde a ser un pensador con ideas innovadoras sobre soluciones afines al rendimiento en la internacionalmente reconocida Stone Clinic de San Francisco.
Un día, mientras practicaba una serie de movimientos de combate con un cuchillo que vio en un vídeo en Internet, Kelly se topó con crossfit, el por entonces incipiente programa de acondicionamiento físico basado en variar constantemente movimientos funcionales practicados con gran intensidad. Enseguida él y Juliet abrieron una de las primeras filiales de crossfit del mundo: San Francisco CrossFit. Su percepción y sus conocimientos de fisioterapia, libremente aplicados en un entorno similar al de un laboratorio como son los gimnasios de crossfit, le permitieron observar y aprender de los miles de sesiones entrenando a miembros de su gimnasio. Se inauguró así una nueva línea de pensamiento para resolver los diversos problemas que suponen una plaga para el rendimiento deportivo.
Éste es un libro de atletismo, en concreto para carreras de fondo, pero también trata los problemas que afrontan todos los atletas que corren, desde los que acaban de iniciarse en fitness hasta el esquinero profesional de la NFL que corre en los partidos de fútbol americano y también en los entrenamientos. Es también para crossfitters, muchos de los cuales dejan claro que «odian» correr, y para ultramaratonianos experimentados que están hartos de que les persigan las lesiones.
Mediante la mejora de las posturas que se adoptan y de la salud de los tejidos afectados, y también gracias a la recuperación de la movilidad normal de las articulaciones, es probable que se adquiera energía adicional para correr más rápido y más tiempo.
Las ideas y el marco que establece Kelly en este libro no sólo sirven para prevenir y curar lesiones. Un extraordinario dividendo adicional –que se suma a las soluciones basadas en la mecánica, la postura y la movilidad del cuerpo humano para problemas originados por lesiones– es que también concede al cuerpo la capacidad de un rendimiento adicional quizá desconocido hasta este momento. Las mismas restricciones de los tejidos que causan un dolor en la rodilla tal vez también estén mermando cierto flujo oculto de energía. Al mejorar las posturas que se adoptan y la salud de los tejidos implicados, así como al recuperar el grado de movilidad normal de las articulaciones, es posible obtener energía adicional para correr más rápido y más lejos.
En mi caso, abrir la mente a las ideas de Kelly no sólo sirvió para curarme una lesión persistente, sino que me permitió curarme de todas las lesiones persistentes, incluida una que, al echar la vista atrás, era similar a la que Kelly sufrió en su último día de kayakista profesional.
Fue en noviembre de 2011 y me alojaba en un hotel en el centro de Nueva York. Quedaban cinco semanas para que corriera un medio maratón en Las Vegas. Fue un sábado y mi plan de entrenamiento consistía en una carrera a un ritmo del 75 - 85 por ciento de mi frecuencia cardíaca máxima y con un promedio de entre 170 y 175 latidos por minuto.
Mientras me preparaba para reproducir la carrera en una cinta sin fin en el gimnasio del hotel, no tenía ni idea de cuánto influiría esa sesión de entrenamiento en la dirección que iba a tomar mi vida como atleta y corredor.
No me había marcado como objetivo un tiempo específico para el medio maratón, sino más bien completar un año de entrenamiento ininterrumpido, una hazaña que se me había escapado de las manos durante más de una década. Era una tarea bien definida, de oficinista, como despecharse tras años de trabajo de camionero, o sea, nada de lo que presumir. Y, sin embargo, era como si condujera el camión por una carretera destrozada y sembrada de piedras. Cuando comencé a entrenar en 2011, me atrevía a echar la vista atrás y contemplar el desastre de los años previos de lucha por mantener mi identidad como atleta. En las pocas ocasiones en que había logrado mantener mi integridad y ganarme una camiseta por haber acabado un maratón o un Ironman, luego pagaba con creces esos esfuerzos, desplazándome por la vida como si hubiera atravesado el parabrisas de aquel camión y luego éste me hubiera pasado por encima.
Ya entrado en los cuarenta, las lesiones se dispararon. Era como una escena de Posesión infernal, con dolores crónicos y lacerantes de rodilla y una espalda traicionera que trastocaban cualquier objetivo atlético al que me aproximara cojeando. Esos parones y caídas libres desde el punto de vista psicológico llegaban con el lastre añadido de que terminaba engordando. En el período en que fui más rápido como corredor, pesaba entre 72 y 75 kilogramos. Después de una de mis lesiones, mi peso rondaba los 95 kilogramos. Lo cual volvía mucho más difícil el siguiente desafío de romper el círculo vicioso de las lesiones crónicas.
Es dolorosamente embarazoso hacer un recuento de las lesiones debilitadoras que se fueron apilando una sobre otra durante tantos años.
Soy como muchos otros que corren o practican deportes en los que hay que correr: lo hago por tomar el fresco y por las ventajas para la salud. Me inspiro en las personas de 70, 80 y 90 años que se niegan a retirarse y a adquirir el estatus de meros espectadores. He visto a un hombre de 80 años acabar en menos de 17 horas un triatlón Ironman; es decir, 3,8 kilómetros de natación, 180 de carrera en bicicleta y 42 de carrera a pie. Hablé por teléfono con un triatleta alemán de 60 años que había completado un Ironman en menos de diez horas.
Los fines de semana paseo a mi perro cerca de un campo donde multitud de atletas que rondan los 60 años juegan al fútbol; el otro día, mientras estaba en los CrossFit Games, vi un vídeo de un crossfitter que ya había cumplido los 100 años.
Para cada vez más personas de cualquier edad y origen, ser atletas es al menos tan importante como animar a las estrellas que juegan en su equipo favorito en la liga. Me encanta ver por la tele un buen partido de fútbol americano, pero me resulta más satisfactorio participar en una carrera local como Turkey Trot que ver el Super Bowl. (Para mí, un gran domingo de Super Bowl es participar