Preguntas frecuentes. Emiliano Campuzano

Preguntas frecuentes - Emiliano Campuzano


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la chica caminando a una mesa ya ocupada.

      –Creo que ya está ocupa…

      Sam se sentó sin preguntar y solo se le quedó mirando a la bola de chicos junto a ella, no pasaron ni cinco segundos y se fueron, dejando la mesa libre.

      –Da —terminé mi frase.

      –Ya no —dijo Sam—. Ven, siéntate. Cuéntame de ti, Kate.

      Sam era la excepción, de la masa uniforme de personas que se expandía a través del campus, ella era genuina y, aunque tuve que analizarla, como siempre lo hacía con todos, me quedé con más preguntas que respuestas.

      –Pues…

      –Aparte de que tienes nombre de chica —bromeó ella.

      –Sam también es nombre de chico —contrataqué.

      –¿Te parece que me importa? —dijo riendo, por un momento pensé que la había ofendido. —Exacto. —No fue así.

      –¿Touché? —reí.

      –Sí —Sam sonrió a medias y siguió—. Empiezo yo. Tengo diecisiete años y me acabo de mudar acá con mi mamá que se acaba de divorciar, mis colores favoritos son el rosa y el verde, me gusta mucho leer lo que sea y amo las películas de terror. Siempre quise ser piloto de aviones de pequeña y, aunque sé que creíste que era un chico cuando me viste por primera vez, sí, Kate, soy chica. ¿Mucha información?

      Sí.

      –No —mentí—. Tengo diecisiete años también y soy malísimo en los deportes; me gusta el rock británico y las películas en general.

      –Cool —interrumpió Sam.

      –Mi color favorito es el azul, creo, también soy nuevo en la ciudad y nací en California. Vivo con mis papás y mi prima que se vino con nosotros para estudiar la universidad aquí. Quiero tener una banda famosa cuando crezca y mi sueño es dedicarme a tocar guitarra y escribir canciones.

      –¿Escribes canciones? —Sam volvió a interrumpir.

      –Bueno, no, aún no. No es tan fácil.

      –Me imagino.

      –No pensé que eras un chico cuando te vi.

      Sam levantó una ceja y asintió con una sonrisa incrédula.

      –No, claro que no —dijo con sarcasmo.

      –En serio —respondí.

      –De verdad, está bien —terminó Sam—. Me lo dicen seguido, hasta mamá lo hace. Me gusta mi cabello, tarda menos en secarse así.

      –Supongo que tienes razón —contesté.

      –Oh, olvidé mencionarlo, soy demasiado preguntona —asintió con la cabeza y pensó—. Y un poco impulsiva también.

      –Sí, lo noté.

      –Tú eres más frío, eso es bueno —contestó Sam.

      –¿Ah, sí?

      –A veces, depende qué resultado busques.

      Antes de que pudiera notarlo, la campana volvió a sonar, pero esta vez, no nos tocaba en la misma clase, yo iría a Música y ella a Pintura. Nos despedimos por esas dos horas y nos dirigimos a nuestros respectivos salones.

      En Música había pocos alumnos, había una chica un poco bajita y de cabello chino que se veía que tampoco era de muchos amigos, un chico con una gorra snapback que se veía a kilómetros que era baterista, dos chicos en el teclado y, claro, no podía faltar el bajista, solo que aquí era chica y era una chica coreana que sabía poco español y que, al igual que yo, era nueva.

      Nuestro profesor de música llevaba por nombre Gerard, era un rockero de profesión, graduado de una prestigiosa universidad, derrochaba talento y tenía tatuajes en casi todo su cuerpo. Me cuestioné cómo alguien así había terminado dando clases en una preparatoria pública, pero antes de poder preguntarle a él, fuimos directo al grano y nos dio indicaciones para tocar un cover de Seven Nation Army, una canción tan icónica que, sin importar la experiencia en música, todo el mundo sabe tocar. A un par de salones pude ver el salón de Sam.

      Gerard nos explicó que el proyecto del semestre sería tocar para un concierto navideño, nos dio una lista de canciones y nos dejó a nosotros elegir el resto conforme fuera pasando el año, empezaba a gustarme la clase.

      El chico baterista era Chris, los del teclado nunca hablaron ni mencionaron su nombre, pero se parecían bastante, por lo que solo eran twins (gemelos), la chica bajita cantaba increíble y su nombre era Bianca; la chica bajista era Bora y era extrañamente buena armando ritmos. Nos divertimos un rato ensayando la icónica canción.

      Para cuando la clase terminó, fui por Sam a su clase de pintura y no me preguntes por qué, pero dicen que en el arte que haces expresas quien realmente eres, y como no podía analizarla, moría por ver lo que había pintado. De verdad me sorprendió.

      –¿Y… qué es? —pregunté.

      –Hoy —contestó Sam cerrando un poco los ojos y viendo su pintura.

      El lienzo parecía haber sido atacado por un grupo profesional de Gotcha… Básicamente había cientos de pincelazos sin simetría ni sentido aparente, algo así como un Pollock.

      –¿O sea?

      –No sé solo sucedió —rio Sam—. Podríamos ponerlo en un museo y venderlo por unos cinco millones de dólares. ¿No?

      –Sí —me hizo reír, era cierto—. Pensé que harías algo más…

      –¿Común? —interrumpió Sam e hizo una mueca—. Me esfuerzo demasiado para alejarme lo más que puedo de eso, no tendría sentido seguir la instrucción de hacer una flor que era el proyecto de hoy.

      –Sí, si quieres pasar —gritó la maestra desde su lienzo personal.

      –¡Es una flor surreal! —contestó Sam.

      –¿Lo es? —le pregunté.

      –El arte es subjetivo, Kate.

      –Jace.

      –Katherine.

      Nos sonreímos por un segundo; al parecer había encontrado a alguien en quien confiar en el primer día y ya no me sentía nervioso, que no es que lo hubiera hecho en primer lugar…

      –Entonces… ¿Amigos, Kate? —preguntó Sam como si aún no estuviera segura.

      –Amigos, Samantha —contesté.

      –Sam —me corrigió.

      –Samantha.

      –Katherine.

      CAPITULO

      2

      En el receso del tercer día, estaba buscando a Sam para ir a comer juntos cuando ella me sorprendió por la espalda.

      –Kate —rio.

      –Jace… —corregí. Sam traía con ella una chica introvertida que quizá vi en la cafetería el primer día.

      –Te presento a Becca; Becca, él es Kate

      –Soy Jace, mucho gusto —saludé a Becca..

      Becca se veía como ese tipo de chica que no habla mucho, pero que, si te toma confianza, no la callas nunca; también se veía que le gustaba estudiar, tenía esa chispa de nerd que tanto caracteriza a la gente así y, por eso, me agradó bastante.

      –Becca escribe poemas —dijo Sam.

      –Meh, más o menos —corrigió Becca.

      –Ay, cállate, claro que lo haces.

      –No, en serio… —siguió Becca.

      –Además, son buenísimos —siguió Sam.

      –Ni siquiera los has leído —suspiró Becca.

      –¡Shh! —la calló Sam bromeando, noté que Becca estaba genuinamente


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