Preguntas frecuentes. Emiliano Campuzano

Preguntas frecuentes - Emiliano Campuzano


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gusta el panorama —contestó.

      –Escenario —corregí. Ella rio.

      –Escenario, eso. No sé, suena bien, es como decirles a las personas que les confiarías tu vida en una situación de caos.

      –¿Le confías tu vida a gente que acabas de conocer? —pregunté.

      –¿Por qué no? —cuestionó ella.

      Asentí con la cabeza.

      –Podría comenzar a enumerar razones…

      –Bueno, quizá a ti sí —me interrumpió.

      La miré y me sonrió.

      –¿Tú qué haces aquí? —preguntó.

      –Aún no llega mi mamá —contesté—. ¿A qué hora sale el siguiente bus?

      –En dos horas —contestó Sam agachando la cabeza entre los brazos.

      –Mierda —dije.

      –Sí.

      Entonces recibí un mensaje de mi madre.

      «¿Podrías regresar caminando? Tuve un problema y tardaré en salir de aquí. Tu papá está trabajando. Te amo».

      Suspiré.

      –¿Qué pasa? —preguntó Sam.

      –Tendré que volver caminando a casa —contesté.

      –¿Es muy lejos?

      –Un poco, como unos cuarenta minutos caminando.

      –¿Quieres que vaya? —preguntó Sam.

      –No, ¿cómo crees? —la miré.

      –No quiero que vayas solo —contestó.

      –Pero entonces tú regresarías sola.

      –¿Por dónde vives?

      –Por el Graham Park.

      –Yo como a dos manzanas —contestó sonriendo—. Vamos.

      Estábamos como a cuarenta minutos caminando de nuestras casas, así que no perdimos más tiempo y nos colgamos las mochilas al hombro. Nos dirigimos a casa, a pesar de que no conocíamos bien la ciudad todavía.

      –Y dime, Kate, ¿tienes novia? —preguntó Sam.

      –No —contesté.

      –¿Novio?

      –No, me gustan las chicas —respondí.

      –Entonces estoy descartada —bromeó Sam.

      –Claro que no.

      –¿Cuántas relaciones has tenido? —preguntó Sam.

      –¿Por qué? —pregunté.

      –Curiosidad, hacer el camino menos pesado —rio.

      Pensé un segundo.

      –Dos.

      –¿Dos? —preguntó Sam sorprendida.

      –Sí. ¿Tú? —interrogué.

      –Dos también —contestó segura.

      –¿Ah, sí?

      –No porque tú creas que parezco niño significa que no soy guapa —afirmó Sam.

      –No considero que luzcas como un chico —dije.

      –Pero no crees que soy linda —complementó Sam.

      Me quedé callado, a la niña le gustaba vivir veloz.

      –El primero en la secundaria, se llamaba Roger, era un imbécil, pero supongo que yo no era muy madura entonces.

      –¿Eras? —bromeé.

      –Cállate —rio—. En fin, me engañó y terminamos, luego en primero de preparatoria fue Matt, jugaba futbol americano.

      –¿Qué tienen con el futbol americano? —pregunté.

      –Es sexi —contestó Sam. La miré levantando una ceja—. Cuando eres una chica cool, lo es —sonrió.

      –¿Y qué pasó?

      –Me mudé acá —contestó Sam.

      –¿Y no pudieron hablar por internet? —pregunté.

      –No, él… Él ya tenía a alguien más.

      –Lo siento.

      –No tienes que, Kate.

      –Jace…

      –Kate.

      Sam se detuvo un segundo a estirar el cuello un poco, estaba cansada por lo pesado de la mochila.

      –Hey, te ayudo —le cargué la mochila.

      –No, no es necesario —contestó Sam queriendo quitármela, pero no la dejé—. Gracias… —asentí.

      Seguimos caminando en silencio un par de metros más hasta que Sam volvió a hablar.

      –Y bueno, Jace Katherine, cuéntame de tus relaciones.

      –No —reí.

      –Anda, anda, anda —Sam insistió—. Te conté de las mías.

      –Nadie te pidió que lo hicieras —bromeé.

      –Es etiqueta básica, Kate —me miró seria, pero a la vez en broma.

      Me aclaré la garganta.

      –Oh, Dios —dijo Sam. Me carcajeé.

      –La primera se llamaba Ivette, también me engañó y también en la secundaria.

      –El primer amor nunca es el bueno. ¿Eh?

      –Quizá sí, pero quizá no siempre llega en orden —reí—. La segunda es Grace, ella, bueno… Ella fue increíble —suspiré.

      –¿Y?

      –Me mudé acá —la imité.

      –Ya —entendió Sam.

      Finalmente, llegamos a casa de Sam y tocamos el timbre. Su mamá abrió preocupada y se miraba un tanto molesta.

      –Samantha, tenías que haber llegado hace casi una hora. ¿Y tu teléfono? —preguntó su mamá.

      –Se me terminó la batería y perdí el bus —contestó Sam—. Pero me vine con Kate —me señaló.

      –Oh, Kate —exhalé, ahora hasta su mamá me decía Kate—. Disculpa, mucho gusto, soy Lorena.

      –Mucho gusto —dije sonriendo.

      –Gracias por traer a Samantha.

      –No hay problema —respondí.

      Sam la miró con ojos de cachorro y su mamá asintió como entendiéndola sin hablar.

      –Kate —dijo su mamá.

      –¿Sí? —pregunté.

      –¿Por qué no pasas? —preguntó.

      –No, no —traté de crear una excusa—. Seguramente me están esperando en la casa —mentira—. Y ya han de tener comida y…

      –No es cierto, sus padres están ocupados —tosió Sam.

      La mamá de Sam sonrió.

      –Anda, pasa —me invitó y no pude negarlo.

      Entré y acompañé a Sam a dejar sus cosas, pero ella subió a cambiarse, así que me quedé esperando en la sala.

      –¿Te gusta el spaghetti, Kate? —preguntó su mamá desde la cocina.

      –Sí, pero no se preocupe —respondí acercándome.

      –No, en serio. No solía cocinar, así que no supe medir las cantidades de pasta y ahora puedo alimentar a toda la capital —bromeó su mamá—. Entonces… ¿te quedas a comer con nosotros? Claro, si no hay inconveniente.

      –¡Se queda! —gritó


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