Preguntas frecuentes. Emiliano Campuzano

Preguntas frecuentes - Emiliano Campuzano


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que para ustedes.

      –Sí, pero no tenía que burlarse de Sam.

      –No lo hice.

      –Sí lo hizo, con su «Y te gusta dibujar» y la exhibió enfrente de todos.

      –¿Destacar un talento es burla?

      Me quedé callado.

      –¿Qué? ¿Soy un imbécil por querer hacer mi trabajo?

      –No quise decir eso…

      Noel se levantó la manga. Tenía un tatuaje de trazos de pincel de acuarela que bien podría estar en un lienzo u hoja de Sam.

      –¿Sabes, Kate? Los prejuicios usualmente no son acertados.

      –Un poco de cautela nunca es mala.

      –Ese término está mal aplicado.

      De pronto, Noel empezó a caerme… no tan mal. No era un completo imbécil, o, por lo menos, ya no tanto.

      Entró Sam por la puerta.

      –Vámonos, Kate, ya todos salieron. Te estoy esperando —dijo.

      –Ven, Sam —pidió Noel.

      –No —dijo Sam haciendo gestos molesta.

      –Sam —dije para convencerla.

      Ella suspiró.

      –Te odio, Kate.

      –No, no me odias y soy Jace —le dije.

      –Jace Katherine —corrigió ella.

      Sam me abrazó por detrás y se aclaró la garganta.

      –¿Sí? —preguntó Sam.

      –No quería que te molestaras, pero hay un tiempo y un lugar para todo —dijo Noel.

      –Claro, debe ser de esos idiotas que creen que al arte es estúpido y que el colegio es lo único que importa —dijo Sam.

      Le apreté la mano a Sam para que se controlara.

      –Ve su brazo —dije.

      Sam lo miró y después se aclaró otra vez la garganta.

      –La Torre Eiffel de Delaunay. ¿Entonces también le gusta el arte abstracto? —preguntó Sam.

      –Sí y, al parecer, también eres una esnob, —Sam rio—. Solo digamos que me gusta enojarme y los colores son una buena manera de desquitarme —dijo Noel.

      –Sí, lo entiendo, es mejor dejarlo en el papel que contra una persona, supongo —dijo Sam.

      Reí sin entender la mitad de su conversación.

      –¿Qué tipo de músico quieres ser? —preguntó Noel—. Yo tuve una banda alguna vez, con Gerard, el profesor de música.

      –¿En serio? —pregunté.

      –Sí, yo era el baterista.

      –Yo quiero ser famoso, como, no sé, música rock. Algo así.

      Sam sonrió.

      –Entonces no eres tan idiota como aparentas —le dijo a Noel.

      –Una vez más que me digan así, y los repruebo —dijo él—. Pero no, no tanto. Solo es necesario ejercer control sobre el grupo.

      Sam se jaló una butaca, yo me senté en la silla y ella en la mesa. Nos pasamos el receso hablando.

      –Un día vayan a la cafetería, estaría cool verlos ahí —dijo Noel, despidiéndose.

      Sam y yo salimos y nos encontramos a Becca y Chris camino a nuestras clases.

      –¿Dónde estaban? —preguntó Chris.

      –Con Noel, el de filosofía —dijo Sam.

      –¿Los castigó? Me da clase y es un tarado —dijo Becca.

      –A mí también me da clases y me sacó por checar un mensaje.

      –No es tan mala persona —dije.

      –De hecho —complementó Sam.

      Chris y Becca nos vieron extrañados.

      Ya a la salida, Sam y yo estábamos por irnos cuando escuchamos a Noel.

      –Jace.

      –¿Sí? —respondí.

      –Vayan a la cafetería hoy en la tarde, en serio, hay algo que deben ver.

      –Eso me asusta —bromeó Sam.

      –No —rio Noel—. En serio.

      Sam y yo asentimos y caminamos a nuestras casas, aunque antes, Sam me invitó a comer.

      –¿Cómo crees? Tu mamá me va a odiar.

      –No —me abrazó Sam—. Le caes bien, además, tiene un problema para calcular las porciones de la comida. De seguro hay suficiente para ti —dijo.

      –No, Sam.

      –¿Qué? ¿Te están esperando a comer?

      –No, como solo casi siempre, pero…

      –Ahí está, no hay gran diferencia. Anda. Sirve que hacemos tiempo para ir a la cafetería.

      Asentí.

      Llegamos a su casa y al entrar, olía delicioso. Cosa que nunca sucedía en mi casa porque, bueno, siempre me preparaba yo algo o pedía de afuera.

      Lorena salió de la cocina.

      –Kate, qué sorpresa. Pasa, hice ravioles, y hay suficientes para una vida —rio.

      Nos sentamos Sam y yo y empezamos a comer. Sam se veía de alguna manera, fuera de sí. Al terminar de comer, subimos a su cuarto.

      –¿Estás bien? —pregunté.

      –Sí. ¿Por qué?

      –Hace rato te enojaste mucho y en la comida casi ni hablaste.

      –Estaba disfrutando la comida.

      –Sam…

      –Kate, en serio.

      Sam se aventó a su cama de tamaño matrimonial y fingió quedarse dormida.

      –Quiero dormir hasta el 2200.

      –Es el sueño, Sam.

      Reímos.

      Sam hizo una señal de que fuera y me recosté también.

      –¿Quieres saber qué tengo?

      –Sí…

      Sam negó con la cabeza y se quitó su gorra.

      –Nos mudamos porque mi papá engañó a mi mamá.

      –Sí…

      –Y, bueno, mi mamá quería que empezáramos de nuevo lejos y es lo que hicimos, pero la he escuchado a veces llorar en las noches y me aflige.

      –Supongo que es normal… ¿Por qué no hablas con ella? —le pregunté.

      –Lo he hecho, lo que me asusta es que lo extrañe tanto que regrese con él, quiero decir, es mi papá y todo, pero después de eso, no es como que quiera tenerlo cerca.

      –No creo…

      –Llora porque lo extraña.

      –Se le pasará.

      –¿Tú crees? —preguntó Sam.

      La miré.

      –Yo creo que sí, tu mamá es fuerte.

      –Lo sé, pero igual, además, me gusta empezar de nuevo.

      –¿En serio?

      –Sí —Sam asintió—. Después de… Bueno, todo lo que pasé allá, no está mal probar nuevos aires, y conocer gente nueva, como tú.

      Sonreí. Ella también.

      –¿Qué pasaste allá? —pregunté.

      –Uff —Sam rio—. De todo,


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