El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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su padre, su casa, su patria y los ojos de sus favoritas!"

      Y Aziz tendió a Diadema el papel en que acababa de trazar esta composición rimada, y habiéndola recitado para apreciar la tonalidad de los versos, se declaró satisfechísimo, y dijo a Asís: "Es excelente tu carta!oh hermano mío!". Y la entregó a la anciana, que corrió a llevarla a la princesa.

      Apenas la hubo leído la princesa, sintió estallar su ira, y exclamó: "¡Maldita Dudú de todas las calamidades! tú eres la única causante de estas humillaciones! ¡Sal pronto de aquí, si no quieres que te destrocen a latigazos mis esclavas! ¡Márchate, o te rompo los huesos con mis talones!"

      Y la vieja salió corriendo, al ver que Donia se disponía efectivamente a llamar a las esclavas. Y se apresuró a ir en busca de los dos amigos, para contarles lo que había pasado.

      Diadema se afectó entonces mucho, y dijo a la vieja, acariciándole la barbilla: "¡Oh buena madre! ¡Ahora se aumentan mis amarguras al ver lo que te ocurre por mi causa!"

      Pero ella respondió: "Tranquilízate, ¡oh hijo mío! no desconfío, ni mucho menos, de la victoria. Porque nunca se dirá que una vez en mi vida no he podido unir a los enamorados. ¡Y esta dificultad anima mi astucia para hacerte lograr tus deseos!"

      Entonces Diadema preguntó: "Pero ¿cuál es la causa que impulsa a la princesa a sentir ese horror hacia todos los hombres?" Y contestó la vieja: "Es un sueño que tuvo".

      Diadema exclamó: "¿Un sueño? ¿Nada más que eso?"

      Y prosiguió la vieja: "Sencillamente eso, y hételo aquí:

      "Una noche, durmiendo la princesa Donia, vio en sueños a un pajarero que tendía las redes en el campo, y que después de haber echado granos de trigo alrededor, se quedaba en acecho esperando su suerte.

      "Y en seguida, de todos los puntos del bosque acudieron las aves y se precipitaron sobre las redes. Entre aquellas aves que picoteaban los granos de trigo había dos palomas, macho y hembra. Y el macho mientras picoteaba, hacía la rueda alrededor de su hembra, sin advertir los lazos que le acechaban. Y en uno de sus movimientos, se le enredó una pata entre las mallas, que se apretaron y le hicieron prisionero: Y las aves, asustadas de sus aletazos, volaron ruidosamente.

      "Entonces la hembra, abandonándolo todo, no tuvo otra preocupación que la de libertarle. Y tanto trabajó y tan bien, que desgarró la red con el pico, y acabó por libertar al palomo, antes que el pajarero tuviera tiempo para atraparlo. Y ella se remontó con él, y volaron juntos para volver luego a picotear los granos extendidos en torno de los lazos.

      "El macho empezó nuevamente a dar vueltas alrededor de la hembra, que al retroceder para evitar sus incansables escarceos, se aproximó inadvertidamente a las mallas, en las cuales quedó presa a su vez. Y el macho, lejos de preocuparse por la suerte de su compañera, voló veloz con las demás aves, dejando que el pajarero se apoderase de la cautiva y que la degollara.

      "Este sueño sobrecogió de tal modo a la princesa, que se despertó llorando a mares, y me llamó para referirme, toda temblorosa, su amarga visión". Y me dijo: "Todos los machos se parecen, ¡oh mi Dudú! y los hombres deben ser peores que los animales; por lo cual nada bueno puede esperar de su egoísmo la mujer. ¡Por eso juro ante Alah que evitaré con toda mi alma el horror de que se me acerquen!"

      Entonces el príncipe Diadema dijo: "Pero ¡oh buena madre! ¿no le advertiste que todos los hombres no son como aquel palomo infame, y que tampoco son todas las mujeres como su fiel y desventurada compañera?"

      La vieja contestó: "Nada de eso ha podido convencerla después. Vive solitaria, adorando únicamente su hermosura. Y el príncipe dijo:

      "¡Oh mi buena madre! te ruego de todos modos que me la dejes ver, aunque me exponga a morir. Verla aunque sólo sea una vez, y que penetre en mi alma una sola de sus miradas. ¡Oh buena señora haz eso por mí, discurriendo el medio que te dicte tu fértil sabiduría".

      Y la vieja dijo: "Sabe, ¡oh luz de mis ojos! que junto al palacio en que vive la princesa Donia hay un jardín reservado únicamente para ella. Va allí una vez al mes, acompañada de sus esclavas, y entra por una puerta secreta para evitar las miradas de los transeúntes. Precisamente dentro de una semana bajará al jardín, y entonces vendré a servirte de guía y a ponerte en presencia del ser amado. Creo que a pesar de todas sus prevenciones, sólo con que te vea la vencerá tu hermosura. Porque el amor es un don de Alah, y viene cuando a El le place".

      Entonces Diadema respiró más a gusto, y dió gracias a la vieja, y la invitó, puesto que ya no podía presentarse a su señora, a aceptar la hospitalidad de su casa. Y en seguida cerró la tienda y marcharon los tres hacia la morada del príncipe.

      Y por el camino, Diadema se volvió hacia Aziz, y le dijo: "¡Oh hermano Aziz! como no tendré tiempo de ir a la tienda, te la cedo completamente. ¡Y harás de ella lo que te parezca mejor!" Y contestó Aziz: "Escucho y obedezco".

      Y llegaron a la casa, y refirieron al visir toda la historia, como también lo del sueño de la princesa y lo del jardín en que debían encontrarse. Y le pidieron su parecer sobre el asunto.

      Entonces el visir reflexionó un buen rato, y después levantó la cabeza, y dijo: "¡Ya he encontrado la solución! ¡Vamos ahora al jardín para examinar bien el terreno!" Y dejó a la vieja en la casa, y se dirigió acompañado de Diadema y Aziz al jardín de la princesa.

      Cuando llegaron a él vieron sentado a la puerta al viejo guarda, a quien saludaron. El guarda les devolvió el saludo, y entonces el visir empezó por deslizar cien dinares en la mano del viejo, y le dijo: "¡Oh mi buen jeique! desearíamos refrescarnos el alma en ese hermoso jardín y tomar un bocado entre las flores y los arroyos. Somos forasteros que buscamos para nuestro regocijo los sirios agradables".

      Entonces el jeique contestó: "Entrad, pues, huéspedes míos, y acomodaos mientras yo voy a comprar lo necesario para comer". Y los hizo penetrar en el jardín, y marchó al zoco,no tardando en volver con un carnero asado y pasteles. Y se sentaron en corro a la orilla de un riachuelo, y comieron a satisfacción. Entonces el visir dijo al guarda:

      "¡Oh jeique! ese palacio que se ve desde aquí se halla en muy mal estado. ¿Por qué no lo mandan arreglar?" Y el guarda exclamó: "¡Por Alah! Es el palacio de la princesa Donia, que lo dejaría caerse a pedazos antes de ocuparse de él. Vive demasiado retirada para atender a tales cosas".

      Y el visir dijo: "¡Qué lástima, mi buen jeique! Siquiera el piso bajo deberían arreglarlo un poco, pues es lo que se ve más.

      Si quieres, yo pagaré todos los gastos". Y el guarda dijo: "¡Que Alah te oiga!" Y contestó el visir: "Toma entonces esos cien dinares por tu trabajo, y ve a buscar albañiles, y un pintor que sepa bien el manejo de los colores".

      Y el guarda se apresuró a ir en busca de los albañiles y del pintor, a quienes el visir dió las instrucciones necesarias. Y cuando el salón del piso bajo estuvo reparado y bien blanqueado, el pintor se puso a trabajar, siguiendo las órdenes del visir. Y pintó una selva con unas redes en las cuales estaba presa una paloma que daba aletazos.

      Y cuando acabó, le dijo el visir: "Pinta ahora en el otro lado la misma cosa, pero figurando un palomo que va a libertar a su compañera, y que entonces es cogido por el pajarero y muere, víctima de su abnegación".

      Y el pintor ejecutó fielmente el dibujo, y después se fué, generosamente retribuido.

      Entonces el visir, los dos jóvenes y el guarda, se sentaron un momento para juzgar bien el efecto y la perspectiva. Y el príncipe Diadema seguía muy triste, y miraba todo aquello muy pensativo. Y después dijo a Aziz: "¡Oh hermano mío! dime algunos versos que aparten las torturas que me matan". Y Aziz dijo:

      Ibn-Sina, en sus escritos sobre medicina, indica lo siguiente como remedio supremo:

      "¡Él mal de amores no tiene otro remedio que el canto melodioso y la copa bien servida en los jardines!" ¡He seguido las prescripciones de IbnSina, y no he obtenido resultado, ¡ay de mí! ¡Entonces corrí a otros amores, y vi que el Destino me sonreía y me otorgaba la curación!

      Te


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