El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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perdido la voluntad!"

      Y después de esto se levantaron, saludaron al viejo guarda, y volvieron a la casa, donde se reunieron con la anciana nodriza.

      Como había transcurrido la semana, la princesa quiso, según costumbre, dar su paseo por el jardín, y comprendió entonces la falta que hacía su anciana nodriza. Y desolada por esto, recapacitó y se dió cuenta que había obrado muy mal con aquella que le había servido de madre. Enseguida envió un esclavo al zoco, y otro esclavo a todas las casas donde pudiera estar Dudú.

      Y precisamente la nodriza, que acababa de repetir a Diadema las recomendaciones necesarias para el encuentro en el jardín, se dirigía sola hacia palacio.

      Entonces la vió uno de los esclavos, y se le acercó para rogarle respetuosamente, en nombre de su ama, que fuese a reconciliarse con ella. Verificada la reconciliación, después de algunas dificultades de pura fórmula, la princesa la besó en las mejillas, y Dudú le besó las manos, y seguidas de las esclavas, franquearon la puerta secreta y entraron en el jardín.

      Por su parte, el príncipe se atuvo por completo a las instrucciones de su protectora.

      Entonces el visir y Aziz le vistieron un traje magnífico, que seguramente valdría cinco mil dinares, le abrocharon un cinturón de oro afiligranado, incrustado de pedrería, con una hebilla de esmeraldas, y le pusieron un turbante de seda blanca con finos dibujos de oro y un airón de brillantes. Después invocaron sobre él las bendiciones de Alah, y habiéndole acompañado hasta el jardín, se volvieron, para dejarle penetrar solo.

      El príncipe, al llegar a la puerta, encontró sentado al viejo guarda, que al verle se levantó en honor suyo, y le devolvió su zalema con respeto y cordialidad. Y como ignoraba que la princesa Donia hubiese entrado en el jardín por la puerta secreta, dijo a Diadema: "¡El jardín es tu jardín y yo soy tu esclavo!" Y abrió la puerta enseguida, rogándole que la franqueara. La cerró después, y volvió a sentarse en el lugar acostumbrado, alabando a Alah, que se miraba en tales criaturas.

      Y Diadema hizo cuanto la vieja le había indicado, ocultándose en un bosquecillo por donde tenía que pasar la princesa. Esto en cuanto a él.

      Pero en cuanto a la princesa Donia, he aquí lo que pasó. La vieja, mientras se paseaban, le dijo: "¡Oh señora mía! Tengo que decirte algo que contribuirá a hacerte más deliciosa la contemplación de estos hermosos árboles, estas frutas y estas flores".

      Y Donia dijo:

      "Estoy dispuesta a escucharte, mi buena Dudú". Y la anciana dijo: "Deberías mandar que se retirasen todas estas esclavas, para que te dejen gozar libremente de esta encantadora frescura. Son realmente una molestia para ti". Donia dijo:

      "Tienes razón, nodriza". Y despidió con una seña a sus esclavas. Y así, sola con su nodriza, avanzó la princesa Donia hacia el bosquecillo en que estaba oculto el príncipe Diadema.

      Y el príncipe, al verla, quedó tan sobrecogido de su hermosura, que se desmayó en el acto. Y Donia prosiguió su camino, y llegó a la sala en que había mandado pintar el visir la escena del pajarero. A petición de Dudú penetró en ella por primera vez en su vida, pues antes jamás había tenido la curiosidad de visitar aquel local, reservado a la servidumbre de palacio.

      Al ver aquella pintura, la princesa Donia llegó al límite de la perplejidad, y dijo: "¡Mira, mi buena Dudú! ¡Es mi sueño de tiempo atrás, pero todo al revés! ¡Qué conmovida está mi alma!" Y apretándose el corazón, se sentó en la alfombra, y dijo: "¡Oh Dudú! ¿me habré engañado? ¿El maldito Eblis se habrá reído de mi credulidad en los sueños?"

      Y la nodriza dijo: "¡Pobre hija mía! mi experiencia ya te había avisado de tu error.

      Pero vámonos a pasear, ahora que desciende el sol y la frescura es más suave". Y salieron al jardín.

      Y ya Diadema, vuelto en sí, se había puesto a pasear lentamente, según le había encargado Dudú, como si sólo atendiese a la belleza del paisaje.

      Y al desembocar en una alameda, la princesa le vió, y entonces dijo: "¡Oh nodriza! ¡Mira qué hermoso es ese joven, qué alto, y qué gallardo! ¿Le conoces por casualidad?"

      Y la vieja repuso: "No lo conozco, pero a juzgar por su apostura debe de ser hijo de algún rey. ¡Ah mi señora! ¡cuán maravilloso es en efecto!"

      Y Sett-Donia repuso:

      "¡Es extremadamente hermoso!" Y la vieja asintió:

      "¡Extremadamente! ¡Cuán dichosa será su amada!" Y a hurtadillas hizo señas al príncipe para que saliera del jardín y regresara a su casa.

      Y el príncipe así lo hizo, mientras que la princesa le seguía con la mirada, y decía a su nodriza: "¿Adviertes, ¡oh Dudú! el cambio que se ha verificado en mí? ¿Es posible que yo pueda sufrir tal turbación al ver a un hombre? ¡Comprendo que estoy enamorada, y que ahora me toca a mí solicitar el favor de tu ayuda!"

      Y la vieja dijo: "¡Confunda Alah al Tentador maldito! ¡Hete aquí, ¡oh señora! cogida en sus redes! ¡Pero realmente es muy hermoso el varón que va a liberarte de ellas!" Y Donia dijo: "¡Oh Dudú, mi buena Dudú! no tienes más remedio que traerme a ese hermoso joven. ¡No lo quiero recibir más que de tus manos, mi querida nodriza! ¡Por favor, ve a buscarle! Y he aquí para ti mil dinares y un vestido de mil dinares. ¡Y si te niegas, me moriré!"

      La vieja contestó: "Vuelve entonces a palacio, y déjame obrar a mi gusto, y te prometo que realizaré esa unión tan admirable".

      E inmediatamente dejó a la princesa, y salió en busca del príncipe, que la recibió lleno de alegría y empezó por darle mil dinares de oro. Y la vieja le dijo: "Ha pasado tal y cual cosa". Y le contó la emoción sufrida por Donia y todo su diálogo.

      Y Diadema dijo: "Pero ¿cuándo nos uniremos?" Y la vieja respondió: "¡Mañana sin falta!" Entonces Diadema le dió otro vestido y regalos por valor de mil dinares de oro, que aceptó la vieja diciéndole: "Yo misma vendré a buscarte a la hora propicia".

      Y fué corriendo en busca de la princesa Donia, que la aguardaba muy impaciente, y le preguntó: "¿Qué noticias me traes, ¡oh Dudú!?" Ella dijo: "He logrado encontrar su rastro y hablarle. Mañana te lo traeré de la mano". Entonces la princesa llegó al colmo de la felicidad, y dió a su nodriza mil dinares de oro y regalos por valor de otros mil dinares. Y aquella noche durmieron los tres con el alma llena de alegría y de dulces esperanzas.

      Apenas llegó la mañana, la vieja fué a casa del príncipe, que la estaba esperando. Desató un paquete que había traído, sacó de él unas ropas de mujer, y vistió con ellas al príncipe, acabando por envolverle con el gran izar, cubriéndole la cara con un velillo tupido.

      Entonces dijo: "Ahora imita los movimientos de las mujeres, al andar balancea las caderas a derecha e izquierda, y camina a pasos cortos, como las jóvenes. Y sobre todo, déjame responder a mí sola a todas las preguntas de la gente, y que bajo ningún pretexto se oiga tu voz, ¡oh mercader!"

      Diadema contestó entonces: "Escucho y obedezco".

      Salieron los dos y echaron a andar hasta la puerta del palacio, cuyo guarda era precisamente el jefe de los eunucos en persona. Y al ver a aquella desconocida, el jefe de los eunucos preguntó a la vieja:

      "¿Quién es esta joven que nunca he visto?

      Has que se acerque, para que la pueda examinar, pues las órdenes son terminantes.

      La he de palpar en todos sentidos, y la he de desnudar, si es preciso, porque están bajo mi responsabilidad estas esclavas nuevas. Y como a ésta no la conozco, ¡déjame que la palpe con mis manos y que la mire con mis ojos!" Pero la vieja se escandalizó, y dijo:

      "¿Qué dices, ¡oh jefe de los eunucos!? ¿No sabes…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta, según costumbre, no prolongó más su relato aquel día.

      


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