El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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dos culpables. Y el eunuco lo cumplió inmediatamente.

      Cuando los dos amantes estuvieron en presencia del rey, éste, muy sofocado, exclamó: "¡De modo que es cierto!" Y no pudo decir más, pues agarró con las dos manos la espada, y quiso arrojarse sobre Diadema. Pero Sett-Donia rodeó a su amante con sus brazos, unió sus labios a los de él, y gritó a su padre: "¡Ya que es así, mátanos a los dos!"

      Entonces el rey volvió a su trono, mandó al eunuco que llevase a la princesa hasta su habitación, y después dijo a Diadema:

      "¿Quién eres, corruptor maldito? ¿Y quién es tu padre? ¿Y cómo te has atrevido a llegar hasta mi hija?"

      Entonces Diadema contestó: "¡Sabe, ¡oh rey! que si es mi muerte lo que deseas, le seguirá la tuya, y tu reino quedará aniquilado!" Y el rey, fuera de sí, exclamó:

      "¿Y cómo es eso?" El otro repuso:"¡Soy hijo del rey Soleimán-Schach! ¡Y he tomado, según estaba escrito, lo que se me había negado! ¡Abre, pues, los ojos, ¡oh rey! antes de decretar mi muerte!"

      Al oír estas palabras, el rey quedó perplejo, y consultó a su visir sobre lo que debía hacer. Pero el visir dijo: "No creas, ¡oh rey! las palabras de este impostor. ¡Sólo la muerte puede castigar la fechoría de semejante hijo de zorra! ¡Confúndalo y maldígalo Alah!" Entonces el rey ordenó al verdugo: "¡Córtale la cabeza!"

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mafiana, y según su costumbre, se calló discretamente.

       Y CUANDO LLEGO LA 136ª NOCHE

      Ella dijo:

      Entonces el rey ordenó al verdugo:

      "¡Córtale la cabeza!" Y ya estaba perdido el príncipe, si en el momento en que el verdugo se disponía a ejecutar la orden no hubieran anunciado al rey la llegada de dos enviados del rey Soleimán que solicitaban su venia.

      Precisamente estos dos enviados precedían al rey y a todo el ejército. Y eran el visir y el joven Aziz. De modo que cuando les fué otorgada la entrada y conocieron al príncipe Diadema, hijo de su rey, les faltó poco para desmayarse de júbilo, y se echaron a sus pies y se los besaron. Y Diadema les obligó a levantarse, y les abrazó, y en pocas palabras les expuso la situación; y ellos también le enteraron de lo que había ocurrido, y anunciaron al rey Schahramán la próxima llegada del rey Soleimán y de sus fuerzas.

      Cuando el rey Schahramán comprendió el peligro que había corrido al ordenar la muerte del joven Diadema, cuya identidad era ya evidente, levantó los brazos y bendijo a Alah, que había detenido la mano del verdugo.

      Después dijo a Diadema: "¡Hijo mío! perdona a un anciano como yo, que no sabía lo que iba a hacer. Pero la culpa la tiene mi malvado visir, al cual voy a mandar empalar ahora mismo". Entonces el príncipe Diadema le besó la mano, y le dijo: "Tú eres, ¡oh rey! como mi padre, y yo soy más bien el que debe pedirte perdón por las emociones que te he causado".

      El rey dijo: "¡La culpa la tiene ese maldito eunuco, al cual voy a crucificar en un tablón podrido que no valga dos dracmas!" Entonces Diadema dijo: "¡En cuanto al eunuco, bien merece que lo castigues, pero al visir perdónalo para que otra vez no juzgue tan de ligero!"

      Entonces Aziz y el visir intercedieron para alcanzar el perdón del eunuco, al cual el terror le había hecho orinarse encima. Y el rey, por consideración al visir, perdonó al eunuco.

      Entonces advirtió Diadema: "¡Lo más importante es tranquilizar a la princesa Donia, que es toda mi alma!" Y el rey dijo:

      "Ahora mismo voy a verla". Pero antes mandó a sus visires, emires y chambelanes, que escoltaran al príncipe Diadema hasta el hammam, y le hicieron tomar un baño que le refrigerase agradablemente. Después corrió al pabellón de la princesa, y la halló a punto de clavarse en el corazón la punta de una espada cuyo puño apoyaba en el suelo. Al ver esto, sintió el rey que se le escapaba la razón, y gritó a su hija: "¡Se ha salvado tu príncipe! ¡Ten piedad de mí, hija mía!"

      Al oír estas palabra, la princesa Donia, arrojó la espada, besó la mano de su padre, y entonces el rey la enteró de todo. Y ella dijo:

      "¡No estaré tranquila hasta que vea a mi prometido!"

      Y el rey, apenas salió Diadema del hammam, se apresuró a llevarle al aposento de la princesa, que se arrojó a su cuello. Y mientras los dos amantes se besaban, el rey se alejó, después de cerrar discretamente la puerta. Y marchó a su palacio, ocupándose en dar las órdenes necesarias para la recepción del rey Soleimán, a quien se apresuró a enviar al visir y a Aziz, a fin de que le anunciasen el feliz arreglo de todas las cosas, y le envió como regalo cien caballos magníficos, cien dromedarios de carrera, cien jóvenes, cien doncellas, cien negros y cien negras.

      Y entonces fué cuando el rey Schahrarrián, ya terminados estos preliminares, salió en persona al encuentro del rey SoleimánSchah, cuidando de que le acompañase el príncipe Diadema y una numerosa comitiva.

      Al verlos acercarse, el rey Soleimán salió a su encuentro, y exclamó: "¡Loor a Alah, que ha hecho lograr a mi hijo sus propósitos!"

      Después se abrazaron afectuosamente los dos reyes, y Diadema se echó al cuello de su padre llorando de alegría, y su padre hizo lo mismo. Y enseguida mandaron llamar a los kadíes y testigos, y en el acto se escribió el contrato de matrimonio de Diadema y SetDonia. Y con tal motivo se obsequió largamente a los soldados y al pueblo, y durante cuarenta días y cuarenta noches se adornó e iluminó la ciudad. Y en medio de toda la alegría y de todas las fiestas, Diadema y Donia pudieron amarse a su gusto hasta el último límite del amor.

      Pero Diadema se guardó muy bien de olvidar los buenos servicios de su amigo Aziz, y después de enviarle con una comitiva en busca de su madre, que le lloraba desde hacía mucho tiempo, ya no quiso separarse de él. Y al morir el rey Soleimán, heredó Diadema su reino de la ciudad Verde y las montañas de Ispahán, y nombró a Áziz gran visir, al viejo guarda, intendente general del reino, y al jeique del zoco, jefe general de todos los gremios. ¡Y todos vivieron muy felices hasta la muerte, única calamidad irremediable".

      Cuando acabó de contar esta historia de Aziz y Àziza y la de Diadema y Donia, el visir Dandán pidió al rey Daul'makán permiso para beber un vaso de jarabe de rosas. Y el rey Daul'makán exclamó: "¡Oh mi visir! ¿Hay alguien en el mundo tan digno como tú de hacer compañía a los príncipes y a los reyes? ¡Verdaderamente, esta historia me ha encantado en extremo, por lo deliciosa y por lo agradable!" Y entregó al visir el mejor ropón de honor del tesoro real.

      En cuanto al sitio de Constantinia…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       Y CUANDO LLEGO LA 137ª NOCHE

      Ella dijo:

      En cuanto al sitio de Constantinia, ya hacía cuatro años que se prolongaba sin ningún resultado decisivo. Los soldados y los jefes empezaban a sufrir mucho al verse tan lejos de sus familias y de sus amigos, y la rebelión era inminente.

      De modo que el rey Daul'makán, dispuesto a tomar una resolución inmediata, llamó a los tres grandes jefes, Bahramán, Rustem y Turkash, en presencia del visir Dandán, y les dijo: "Bien sabéis lo que ocurre: os consta que la fatiga pesa sobre todos nosotros a consecuencia de este malhadado sitio.

      Conocéis las plagas que la Madre de todas las Calamidades ha hecho caer sobre nuestras cabezas, incluso la muerte de mi hermano, el heroico Scharkán. Reflexionad, pues, sobre lo que nos queda que hacer y contestadme como debéis contestar".

      Entonces los tres jefes del ejército bajaron la cabeza, recapacitaron largamente, y dijeron después: "¡Oh rey! el visir Dandán es más experto que todos nosotros, pues ha encanecido en la sabiduría!" Y el rey Daul'makán se volvió hacia el visir, y le dijo:

      "¡Aquí


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