El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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cargar tanta cosa". Y la joven sonrió al oírlo. Después se detuvo en casa de un destilador y compró diez clases de aguas: de rosas, de azahar y otras muchas, y varias bebidas embriagadoras, como asimismo un hisopo para aspersiones de agua de rosas almizclada, granos de incienso macho, palo de áloe, ámbar gris y almizcle, y finalmente velas de cera de Alejandría.

      Todo lo metió en la espuerta, y dijo al mozo: "Lleva la espuerta y sígueme". Y el mozo la siguió, llevando siempre la espuerta, hasta que la joven llegó a un palacio, todo de mármol, con un gran patio que daba al jardín de atrás. Todo era muy lujoso, y el pórtico tenía dos hojas de ébano, adornadas con chapas de oro rojo.

      La joven llamó, y las dos hojas de la puerta se abrieron. El mandadero vió entonces que había abierto la puerta otra joven, cuyo talle, elegante y gracioso, era un verdadero modelo, especialmente por sus pechos redondos y salientes, su gentil apostura, su belleza y todas las perfecciones de su talle y de todo lo demás. Su frente era blanca como la primera luz de la luna nueva, sus ojos como los ojos de las gacelas, sus cejas como la luna creciente del Ramadán, sus mejillas como anémonas, su boca como el sello de Soleimán, su rostro como la luna llena al salir, sus dos pechos como granadas gemelas. En cuanto a su vientre juvenil, elástico y flexible, se ocultaba bajo la ropa como una carta preciada bajo el rollo que la envuelve.

      Por eso, a su vista, notó el mozo que se le iba el juicio y que la espuerta se le venía al suelo. Y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡En mi vida he tenido un día tan bendito como el de hoy!"

      Entonces esta joven tan admirable dijo a su hermana la proveedora y al mandadero:

      "¡Entrad, y que la acogida aquí sea para vosotros tan amplia como agradable!"

      Y entraron, y acabaron por llegar a una sala espaciosa que daba al patio, adornada con brocados de seda y oro, llena de lujosos muebles con incrustaciones de oro, jarrones, asientos esculpidos, cortinas y unos roperos cuidadosamente cerrados.

      En medio de la sala había un lecho de mármol incrustado con perlas y esplendorosa pedrería, cubierto con un dosel de raso rojo.

      Sobre él estaba extendido un mosquitero de fina gasa, también rojo, y en el lecho había una joven de maravillosa hermosura, con ojos babilónicos, un talle esbelto como la letra aleph, y un rostro tan bello, que podía envidiarlo el sol luminoso. Era una estrella brillante, una noble hermosura de Arabia, como dijo el poeta: ¡El que mida tu talle, ¡oh joven! y lo compare por su esbeltez con la delicadeza de una rama flexible, juzga con error a pesar de su talento! ¡Porque tu talle no tiene igual, ni tu cuerpo un hermano! ¡Porque la rama sólo es linda en el árbol y estando desnuda! ¡Mientras que tú eres hermosa de todos modos, y las ropas que te cubren son únicamente una delicia más!

      Entonces la joven se levantó, y llegando junto a sus hermanas, les dijo: "¿Por qué permanecéis quietas? Quitad la carga de la cabeza de ese hombre". Entonces entre las tres le aliviaron del peso. Vaciaron la espuerta, pusieron cada cosa en su sitio, y entregando dos dinares al mandadero, le dijeron: "¡Oh mandadero! vuelve la cara y vete inmediatamente". Pero el mozo miraba a las jóvenes, encantado de tanta belleza y tanta perfección, y pensaba que en su vida había visto nada semejante. Sin embargo, chocábale que no hubiese ningún hombre en la casa. En seguida se fijó en lo que allí había de bebidas, frutas, flores olorosas y otras cosas buenas, y admirado hasta el límite de la admiración, no tenía maldita la gana de marcharse.

      Entonces la mayor de las doncellas le dijo:

      "¿Por qué no te vas? ¿Es que te parece poco el salario?" Y se volvió hacia su hermana, la que había hecho las compras, y le dijo: "Dale otro dinar". Pero el mandadero replicó: "¡Por Alah, señoras mías! Mi salario suele ser la centésima parte de un dinar, por lo cual no me ha parecido escasa la paga. Pero mi corazón está pendiente de vosotras. Y me pregunto cuál puede ser vuestra vida, ya que vivís en esta soledad, y no hay hombre que os haga compañía. ¿No sabéis que un minarete sólo vale algo con la condición de ser uno de los cuatro de la mezquita? Pero ¡oh señoras mías! no sois más que tres, y os falta el cuarto. Ya sabéis que la dicha de las mujeres nunca es perfecta si no se unen con los hombres. Y, como dice el poeta, un acorde no será jamás armonioso como no reúnan cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Vosotras, ¡oh señoras mías! sólo sois tres, y os falta el cuarto instrumento: la flauta. ¡Yo seré la flauta y me conduciré como hombre prudente, lleno de sagacidad e inteligencia, artista hábil que sabe guardar un secreto!"

      Y las jóvenes le dijeron: "¡Oh mandadero! ¿no sabes tú que somos vírgenes? Por eso tenemos miedo de fiarnos de algo. Porque hemos leído lo que dicen los poetas:

      "Desconfía de toda confidencia, pues un secreto revelado es secreto perdido".

      Pero el mandadero exclamó: "¡Juro por vuestra vida, ¡oh señoras mías! que yo soy un hombre prudente, seguro y leal! He leído libros y he estudiado crónicas. Sólo cuento cosas agradables, callándome cuidadosamente las cosas tristes. Obro en toda ocasión según dice el poeta: ¡Sólo el hombre bien dotado sabe callar el secreto! ¡Sólo los mejores entre los hombres saben cumplir sus promesas! ¡Yo encierro los secretos en una casa de sólidos candados, donde la llave se ha perdido y la puerta está sellada!"

      Y escuchando los versos del mandadero, muchas otras estrofas que recitó y sus improvisaciones rimadas, las tres jóvenes se tranquilizaron; pero para no ceder en seguida, le dijeron: "Sabe, ¡oh mandadero! que en este palacio hemos gastado el dinero en enormes cantidades. ¿Llevas tú encima con qué indemnizarnos? Sólo te podremos invitar con la condición de que gastes mucho oro. ¿Acaso no es tu deseo permanecer con nosotras, acompañarnos a beber, y singularmente hacernos velar toda la noche, hasta que la aurora bañe nuestros rostros?" Y la mayor de las doncellas añadió: "Amor sin dinero no puede servir de buen contrapeso en el platillo de la balanza". Y la que había abierto la puerta dijo: "Si no tienes nada, vete sin nada". Pero en aquel momento intervino la proveedora, y dijo: "¡Oh hermanas mías! Dejemos eso, ¡por Alah!, pues este muchacho en nada ha de amenguarnos el día. Además, cualquier otro hombre no habría tenido con nosotras tanto comedimiento. Y cuanto le toque pagar a él, yo lo abonaré en su lugar".

      Entonces el mandadero se regocijó en extremo, y dijo a la que le había defendido:

      "¡Por Alah! A ti te debo la primera ganancia del día". Y dijeron las tres: "Quédate, ¡oh buen mandadero! y te tendremos sobre nuestras cabezas y nuestros ojos". Y en seguida la proveedora se levantó y se ajustó el cinturón. Luego dispuso los frascos, clasificó el vino por decantación, preparó el lugar en que habían de reunirse cerca del estanque, y llevó allí cuanto podían necesitar.

      Después ofreció el vino y todo el mundo se sentó, y el mandadero en medio de ellas, en el vértigo, pues se figuraba estar soñando.

      Y he aquí que la proveedora ofreció la vasija del vino y llenaronla copa y la bebieron, y así por segunda y por tercera vez. Después la proveedora la llenó de nuevo y la presentó a sus hermanas, y luego al mandadero. Y el mandadero, extasiado, improvisó esta composición rimada: ¡Bebe este vino! ¡El es la causa de toda nuestra alegría! ¡El da al que lo bebe fuerzas y salud! ¡El es el único remedio que cura todos los males! ¡Nadie bebe el vino, origen de toda alegría, sin sentir las emociones más gratas! ¡La embriaguez es lo único que puede saturarnos de voluptuosidad!

      Después besó las manos de las tres doncellas, y vació la copa. En seguida, aproximándose a la mayor, dijo: "¡Oh señora mía! Soy tu esclavo, tu cosa y tu propiedad!"

      Y recitó estas estrofas. en honor suyo: ¡A tu puerta espera de pie un esclavo de tus ojos, acaso el más humilde de tus esclavos! ¡Pero conoce a su dueña! ¡El sabe cuánta es su generosidad y sus beneficios! ¡Y sobre todo, sabe cómo se lo ha de agradecer!

      Entonces ella le dijo, ofreciéndole la copa:

      "Bebe, ¡oh amigo mío! y que la bebida te aproveche y la digieras bien. Que ella te dé fuerzas para el camino de la verdadera salud".

      Y el mandadero cogió la copa, besó la mano a la joven, y con una voz dulce y modulada 'cantó quedamente estos versos: ¡Yo ofrezco a mi amiga un vino resplandeciente como sus mejillas, mejillas tan luminosas, que sólo


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