El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
Y me dicen: "¿Pero encuentras en el objeto amado otra cosa que lágrimas, penas y escasos placeres?
"¿No sabes que al mirarte en el agua límpida sólo verás tu sombra? ¡Bebes de un manantial cuya agua sacia antes de ser saboreada!"
Y yo contesto: "¡No creáis que bebiendo se ha apoderado de mí la embriaguez, sino sólo mirando! ¡No fué preciso más; esto bastó para que el sueño huyera por siempre de mis ojos!
"¡Y no son las cosas pasadas las que me consumen, sino solamente el pasado de ella! ¡No son las cosas amadas de que me separé las que me han puesto en este estado, sino solamente la separación de ella!
"¿Podría volver mis miradas hacia otra, cuando toda mi alma está unida a su cuerpo perfumado, a sus aromas de ámbar y almizcle?"
Cuando acabó de cantar, su hermana le dijo: "¡Ojalá te consuele Alah, hermana mía!"
Pero tal aflicción se apoderó de la joven portera, que se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada en el suelo.
Pero al caer, como una parte de su cuerpo quedó descubierta, el califa vió en él huellas de latigazos y varazos, y se asombró hasta el límite del asombro. La proveedora roció la cara de su hermana, y luego que recobró el sentido, le trajo un vestido nuevo y se lo puso.
Entonces el califa dijo a Giafar: "¿No te conmueven estas cosas? ¡,No has visto señales de golpes en el cuerpo de esa mujer?
Yo no puedo callarme, y no descansaré hasta descubrir la verdad de todo esto, y sobre todo, esa aventura de las dos perras". Y el visir contestó: "¡Oh mi señor, corona de mi cabeza!, recuerda la condición que nos impusieron: No hables de lo que no te importe, si no quieres oír cosas que no te gusten".
Y mientras tanto, la proveedora se levantó, cogió el laúd, lo apoyó en su redondo seno, y se puso a cantar: ¿Qué responderíamos si vinieran a darnos quejas de amor? ¿Qué haríamos si el amor nos dañara? ¡Si confiáramos a un intérprete que respondiese en nuestro nombre, este intérprete no sabría traducir todas las quejas de un corazón enamorado! ¡Y si sufrimos con paciencia y en silencio la ausencia del amado, pronto nos pondrá el dolor a las puertas de la muerte! ¡Oh dolor! ¡Para nosotros sólo hay penas y duelo: las lágrimas resbalan por las mejillas!
Y tú, querido ausente, que has huído de las miradas de mis ojos cortando los lazos que te unían a mis entrañas.
Di, ¿conservas algún recuerdo de nuestro amor pasado, una huella pequeña que dure a pesar del tiempo? ¿O has olvidado, con la ausencia, el amor que agotó mi espíritu y me puso en tal estado de aniquilamiento y postración? ¡Si mi sino es vivir desterrada, algún día pediré cuentas de estos sufrimientos a Alah, nuestro Señor!
Al oír este canto tan triste, la mayor de las doncellas se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada. Y la proveedora se levantó y le puso un vestido nuevo, después de haber cuidado de rociarle la cara con agua para que volviese de su desmayo. Entonces, algo repuesta, se sentó la joven en el lecho, y dijo a su hermana: "Te ruego que cantes más para que podamos pagar nuestras deudas. ¡Aunque sólo sea una vez!" Y la proveedora templó de nuevo el laúd y cantó las siguientes estrofas: ¿Hasta cuando durarán esta separación y este abandono tan cruel? ¿No sabes que a mis ojos ya no les quedan lágrimas? ¡Me abandonas! ¿Pero no crees que rompes así la antigua amistad? ¡Oh! ¡si tu objeto era despertar mis celos, lo has logrado! ¡Si el maldito Destino siempre ayudase a los hombres amorosos, las pobres mujeres no tendrían tiempo para dirigir reconvenciones a los amantes infieles! ¿A quién me quejaré para desahogar un poco mis desdichas, las desdichas causadas por tu mano, asesino de mi corazón…? ¡Ay de mí! ¿Qué recurso le queda al que perdió la garantía de su crédito? ¿Cómo cobrar la deuda? ¡Y la tristeza de mi corazón dolorido crece con la locura de mi deseo hacia ti! ¡Te busco! ¡Tengo tus promesas! Pero tú, ¿dónde estás? ¡Oh hermanos! ¡os lego la obligación de vengarme del infiel! ¡Que sufra padecimientos como los míos! ¡Que apenas vaya a cerrar los ojos para el sueño, se los abra en seguida el insomnio largamente! ¡Por tu amor he sufrido las peores humillaciones! ¡Deseo, pues, que otro en mi lugar goce las mayores satisfacciones a costa tuya! ¡Hasta hoy me ha tocado padecer por su amor! ¡Pero a él, que de mí se burla, le tocará sufrir mañana!
Al oír esto cayó desmayada otra vez la más joven de las hermanas, y su cuerpo apareció señalado por el látigo.
Entonces dijeron los tres saalik: "Más nos habría valido no entrar en esta casa, aunque hubiéramos pasado la noche sobre un montón de escombros, porque este espectáculo nos apena de tal modo, que acabará por destruirnos la espina dorsal".
Entonces el califa, volviéndose hacia ellos, les dijo: "¿Y por qué es eso?" Y contestaron:
"Porque nos ha emocionado mucho lo que acaba de ocurrir". Y el califa les preguntó:
"¿De modo, que no sois de casa?" Y contestaron: "Nada de eso. El que parece serlo es ese que está a tu lado". Entonces exclamó el mandadero: "¡Por Àlah! Esta noche he entrado en esta casa por primera vez, y mejor habría sido dormir sobre un montón de piedras".
Entonces dijeron: "Somos siete hombres, y ellas sólo son tres mujeres. Preguntemos la explicación de lo ocurrido, y si no quieren contestarnos de grado, que lo hagan a la fuerza". Y todos se concertaron para obrar de ese modo, menos el visir, que les dijo:
"¿Creéis que vuestro propósito es justo y honrado? Pensad que somos sus huéspedes, nos han impuesto condiciones y debemos cumplirlas. Además, he aquí que se acaba la noche, y pronto irá cada uno a buscar su suerte por el camino de Alah". Después guiñó el ojo al califa, y llevándole aparte, le dijo:
"Sólo nos queda que permanecer aquí una hora. Te prometo que mañana pondré entre tus manos a estas jóvenes, y entonces les podrás preguntar su historia".
Pero el califa rehusó y dijo: "No tengo paciencia para aguardar a mañana". Y siguieron hablando todos, hasta que acabaron por preguntarse: "¿Cuál de nosotros les dirigirá la pregunta?" Y algunos opinaran que eso le correspondía al mandadero.
A todo esto, las jóvenes les preguntaron:
"¿De qué habláis, buena gente?" Entonces el mandadero se levantó, se puso delante de la mayor de las tres hermanas, y le dijo: "¡Oh soberana mía! En nombre de Alah te pido y te conjuro, de parte de todos los convidados, que nos cuentes la historia de esas dos perras negras, y por qué las has castigado tanto, para llorar después y besarlas. Y dinos también, para que nos enteremos, la causa de esas huellas de latigazos que se ven en el cuerpo de tu hermana. Tal es nuestra petición. Y ahora, ¡que la paz sea contigo!"
Entonces la joven les preguntó a todos:
"¿Es cierto lo que dice este mandadero en vuestro nombre?" Y todos, excepto el visir, contestaron: "Cierto es". Y el visir no dijo ni una palabra.
Entonces la joven, al oír su respuesta, les dijo: "¡Por Alah, huéspedes míos! Acabáis de ofendernos de la peor manera. Ya se os advirtió oportunamente que si alguien hablaba de lo que no le importase, oiría lo que no le había de gustar. ¿No os ha bastado entrar en esta casa y comeros nuestras provisiones? Pero no tenéis vosotros la culpa, sino nuestra hermana, por haberos traído".
Y dicho esto, se remangó el brazo, dió tres veces con el pie en el suelo, y gritó: "¡Hola! ¡Venid en seguida!" E inmediatamente se abrió uno de los roperos cubiertos por cortinajes, y aparecieron siete negros, altos y robustos, que blandían agudos alfanjes. Y la dueña les dijo: "Atad los brazos a esa gente de lengua larga, y amarradlos unos a otros".
Y ejecutada la orden, dijeron los negros: "¡Oh señora nuestra! ¡Oh flor oculta a las miradas de los hombres! ¿nos permites que les cortemos la cabeza?" Y ella contestó:
"Aguardad una hora, que antes de degollarlos los he de interrogar para saber quiénes son".
Entonces exclamó el mandadero: "¡Por Alah, oh señora mía!, no me mates por el crimen de estos hombres. Todos han faltado y todos han cometido un acto criminal, pero yo no. ¡Por Alah! ¡Qué noche tan dichosa y tan agradable habríamos