El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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la tierra, y descubrí una tabla a la cual estaba prendida la argolla, y al levantarla, apareció una escalera que me condujo hasta una puerta. Abrí la puerta y me encontré en un salón de un palacio maravilloso. Allí estaba una joven hermosísima, perla inestimable, cuyos encantos me hicieron olvidar mis desdichas y mis temores. Y mirándola, me incliné ante el Creador, que la había dotado de tanta perfección y tanta hermosura.

      Entonces ella me miró y me dijo: "¿Eres un ser humano o un efrit? Y contesté: "Soy un hombre". Ella volvió a preguntar: "¿Cómo pudiste venir hasta este sitio donde estoy encerrada hace veinte años?" Y al oír estas palabras, que me parecieron llenas de delicia y de dulzura, le dije: "¡Oh señora mía! Alah me ha traído a tu morada para que olvide mis dolores y mis penas". Y le conté cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, produciéndole tal lástima, que se puso a llorar, y me dijo: "Yo también te voy a contar mi historia:

      "Sabed que soy hija del rey Aknamus, el último rey de la India, señor de la Isla de Ebano. Me casé con el hijo de mi tío. Pero la misma noche de mi boda, antes de perder mi virginidad, me raptó un efrit, llamado Georgirus, hijo de Rajmus y nieto del propio Eblis, y me condujo volando hasta este sitio, al que había traído dulces, golosinas, telas preciosas, muebles, víveres y bebidas. Desde entonces viene a verme cada diez días; se acuesta esa noche conmigo, y se va por la mañana. Si necesitase llamarlo durante los diez días de su ausencia, no tendría más que tocar esos dos renglones escritos en la bóveda, e inmediatamente se presentaría.

      Como vino hace cuatro días, no volverá pasados otros seis, de modo que puedes estar conmigo cinco días, para irte uno antes de su llegada".

      Y yo le contesté: "Desde luego he de permanecer aquí todo ese tiempo". Entonces ella, mostrando una gran satisfacción, se levantó en seguida, me cogió de la mano, me llevó por unas galerías, y llegamos por fin al hammam, cómodo y agradable con su atmósfera tibia.

      Inmediatamente me desnudé, ella se despojó también de sus vestidos, quedando toda desnuda, y los dos entramos en el baño. Después de bañarnos, nos sentamos en la tarima del hammam, uno al lado del otro, y me dió de beber sorbetes de almizcle y a comer pasteles deliciosos. Y seguimos hablando cariñosamente mientras nos comíamos las golosinas del raptor.

      En seguida me dijo: "Esta noche vas a dormir y a descansar de tus fatigas para que mañana estés bien dispuesto".

      Y yo, ¡oh señora mía! me avine a dormir, después de darle mil gracias. Y olvidé realmente todos mis pesares.

      Al despertar, la encontré sentada a mi lado, frotando con un delicioso masaje mis miembros y mis pies. Y entonces invoqué sobre ella todas las bendiciones de Alah, y estuvimos hablando durante una hora cosas muy agradables. Y ella me dijo: "¡Por Alah!

      Antes de que vinieses vivía sola en este subterráneo, y estaba muy triste, sin nadie con quien hablar, y esto durante veinte años.

      Por eso bendigo a Alah, que te ha guiado junto a mí".

      Después, con voz llena de dulzura, cantó esta estrofa: ¡Si de tu venida Nos hubiesen avisado anticipadamente, Habríamos tendido como alfombra para tus pies La sangre pura de nuestros corazones y el negro terciopelo de nuestros ojos! ¡Habríamos tendido la frescura de nuestras mejillas Y la carne juvenil de nuestros muslos sedosos Para tu lecho, ¡oh, viajero de la noche! ¡Porque tu sitio está encima de nuestros párpados!

      Al oír estos versos le di las gracias con la mano sobre el corazón, y sentí que su amor se apoderaba de todo mi ser, haciendo que tendieran el vuelo mis dolores y mis penas.

      En seguida nos pusimos a beber en la misma copa, hasta que se ausentó el día. Y aquella noche me acosté con ella, para gozar de la mayor felicidad. ¡Y jamás en mi vida he pasado una noche semejante! Por eso cuando llegó la mañana nos levantamos muy satisfechos uno de otro y realmente poseídos de una dicha sin límites.

      Entonces, más enamorado que nunca, temiendo que se acabase nuestra felicidad, le dije: "¿Quieres que te saque de este subterráneo y que te libre del efrit?" Pero ella se echó a reír, y me dijo: "¡Calla, y conténtate con lo que tienes! Ese pobre efrit solo vendrá una vez cada diez días, y todos los demás serán para ti". Pero exaltado por mi pasión, me excedí demasiado en mis deseos, pues repuse: "Voy a destruir esas inscripciones mágicas, y en cuanto se presente el efrit, lo mataré. Para mí es un juego exterminar a esos efrits, ya sean de encima o de debajo de la tierra".

      Y la joven, queriendo calmarme, recitó estos versos: ¡Oh tú, que pides un plazo antes de la separación y que encuentras dura la ausencia! ¿no sabes que es el medio de no encadenarse? ¿no sabes que es sencillamente el medio de amar? ¿Ignoras que el cansancio es la regla de todas las relaciones, y que la, ruptura es la conclusión de todas las amistades…?

      Pero yo, sin hacer caso de estos versos que ella me recitaba, di un violento puntapié en la bóveda…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 13ª NOCHE

      Ella dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el segundo saaluk prosiguió su relato de este modo: ¡Oh señora mía!, cuando di en la bóveda tan violento puntapié, la joven me dijo: "¡He ahí el efrit! ¡Ya viene contra nosotros! ¡Por Alah! ¡Me has perdido! Tiende a tu salvación y sal por donde entraste".

      Entonces me precipité hacia la escalera.

      Pero desgraciadamente, a causa de mi gran terror, había olvidado las sandalias y el hacha. Por eso, como había ya subido algunos peldaños, volví un poco la cabeza para dirigir la última mirada a las sandalias y al hacha que había sido mi felicidad; pero en el mismo instante vi abrirse la tierra y aparecer un efrit enorme, horriblemente feo, que preguntó a la joven: "¿A qué obedece esa llamada tan terrible con la que acabas de asustarme? ¿Qué desgracia te amenaza?".

      Ella contestó: "Ninguna desgracia. Sentí una opresión en el pecho, a causa de mi soledad, y al levantarme en busca de alguna bebida refrescante que reconfortara mi ánimo, lo hice tan bruscamente, que resbalé y fui a dar contra la cúpula". Pero el efrit dijo: "¡Cómo sabes mentir, desvergonzada libertina!"

      Después empezó a registrar el palacio por todos lados, hasta encontrar mis babuchas y el hacha. Y entonces gritó: "¿Qué significan estas prendas? ¿Cómo han podido llegar aquí?" Y ella contestó: "Ahora las veo por primera vez. Acaso las llevarías tú colgando a la espalda, y así las has traído". El efrit, en el colmo del furor, dijo entonces: "Todo eso son palabras absurdas, torpes y falsas. Y no han de servirte conmigo, mala mujer".

      En seguida la desnudó completamente, la puso sobre cuatro estacas clavadas en el suelo, y empezó a atormentarla, insistiendo en sus preguntas sobre lo que había ocurrido.

      Pero yo no pude resistir más aquella escena, ni escuchar su llanto, y subí rápidamente los peldaños, trémulo de terror. Una vez en el bosque, puse la trampa como la había encontrado, y la oculté a las miradas cubriéndola con tierra. Y me arrepentí de mi acción hasta el límite del arrepentimiento. Y me puse a pensar en la joven, en su hermosura y en los tormentos que le hacía sufrir aquel miserable después de poseerla veinte años. Y aun me dolía más que la atormentase por causa mía. Y en ese momento me puse a pensar también en mi padre, en su reino y en mi triste condición de leñador. ¡Esto fué todo!

      Después seguí caminando, hasta llegar a la casa de mi amigo el sastre. Y lo encontré muy impaciente a causa de mi ausencia, pues se hallaba sentado y parecía que lo estuviesen friendo al fuego en una sartén. Y me dijo: "Como no viniste ayer, pasé toda la noche muy intranquilo. Y temí que te hubiese devorado alguna fiera o te hubiera pasado algo semejante en el bosque; pero, ¡alabado sea Alah que te guardó!" Entonces le di las gracias por su bondad, entré en la tienda, y sentado en mi rincón empecé a pensar en mi desventura y a reconvenirme por aquel puntapié tan imprudente que había dado en la bóveda. De pronto mi amigo el sastre entró y me dijo: "En


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