El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
verle, se predispuso mi corazón en favor suyo. Entonces el joven avanzó y fué a sentarse junto a su hermana, y en seguida entró el kadí con cuatro testigos, que saludaron y se sentaron. Después el kadí escribió mi contrato de matrimonio con aquel joven, los testigos estamparon sus sellos y se fueron todos.
Entonces el joven se me acercó, y me dijo:
"¡Sea nuestra noche bendita!" Y luego añadió: "¡Oh señora mía! quisiera imponerte una condición". Yo le contesté: "Habla, dueño mío. ¿Qué condición es esa?" Entonces se incorporó, trajo el Libro Sagrado, y me dijo:;
"Vas a jurar por el Corán que nunca elegirás a otro más que a mí, ni sentirás inclinación hacia otro". Y yo juré observar la condición aquella. Al oírme mostróse muy contento, me echó al cuello los brazos, y sentí que su amor me penetraba en las entrañas y hasta el fondo de mi corazón.
En seguida los esclavos pusieron la mesa, y comimos y bebimos hasta la saciedad. Y llegada la noche, me cogió y se tendió conmigo en el lecho. Y pasamos entrelazados la noche, uno en brazos de otro, hasta que fué de día.
Vivimos durante un mes en la alegría y en la felicidad. Y al concluir este mes, pedí permiso a mi marido para ir al zoco y comprar algunas telas. Me concedió este permiso. Entonces me vestí y llevé conmigo a la vieja, que se había quedado en la casa, y nos fuimos al zoco. Me paré a la puerta de un joven mercader de sedas que la vieja me recomendó mucho por la buena calidad de sus géneros y a quien conocía de muy antiguo. Y añadió: "Es un muchacho que heredó mucho dinero y riquezas al morir su padre".
Después, volviéndose hacia el mercader, le dijo: "Saca lo mejor y más caro que tengas en tejidos, que son para esta hermosa dama". Y dijo él: "Escucho y obedezco". Y la vieja, mientras el mercader desplegaba las telas seguía elogiándolo y haciéndome observar sus cualidades, y yo le dije: "Nada me importan sus cualidades ni los elogios que le diriges, pues no hemos venido más que a comprar lo que necesito, para volvernos luego a casa".
Y cuando hubimos escogido la tela, ofrecimos al mercader el dinero de su importe. Pero éste se negó a coger el dinero y nos dijo:
"Hoy no os cobraré dinero alguno; eso es un regalo por el placer y por el honor que recibo al veros en mi tienda". Entonces le dije a la vieja: "Si no quiere aceptar el dinero, devuélvele la tela". Y él exclamó: "¡Por Alah!
No quiero tomar nada de vosotras.
Todo eso os lo regalo.
En cambio, ¡oh hermosa joven! concédeme un beso, sólo un beso. Porque yo doy más valor a ese beso que a todas las mercancías de mi tienda". Y la vieja le dijo, riéndose:
"¡Oh guapo mozo! Locura es considerar un beso como cosa tan inestimable". Y a mí me dijo: "¡Oh hija mía! ¿has oído lo que dice este joven mercader? No tengas cuidado, que nada malo ha de pasar porque te dé un beso únicamente, y en cambio, podrás escoger y tomar lo que más te plazca de todas estas telas preciosas".
Entonces contesté: "¿No sabes que estoy ligada por un juramento?" Y la vieja replicó:
"Déjale que te bese, que con que tú no hables ni te muevas, nada tendrás que echarte en cara. Y además, recogerás el dinero, que es tuyo, y la tela también". Y tanto siguió encareciéndolo la vieja, que tuve de consentir. Y para ello, me tapé los ojos y extendí el velo, a fin de que no vieran nada los transeúntes. Entonces el mercader ocultó la cabeza debajo de mi velo, acercó sus labios a mi mejilla y me besó.
Pero a la vez me mordió tan bárbaramente, que me rasgó la carne. Y me desmayé de dolor y de emoción.
Cuando volví en mí, me encontré echada en las rodillas de la vieja, que parecía muy afligida. En cuanto a la tienda, estaba cerrada y el joven mercader había desaparecido.
Entonces la vieja me dijo: "¡Alah sea loado, por librarnos de mayor desdicha!" Y luego añadió: "Ahora tenemos que volver a casa. Tú fingirás estar indispuesta, y yo te traeré un remedio que te curará la mordedura inmediatamente". Entonces me levanté, y sin poder dominar mis pensamientos y mi terror por las consecuencias, eché a andar hacia mi casa y mi espanto iba creciendo según nos acercábamos. Al llegar entré en mi aposento, y me fingí enferma.
A poco entró mi marido y me preguntó muy preocupado: "¡Oh dueña mía! ¿qué desgracia te ocurrió cuando saliste?" Yo le contesté: "Nada. Estoy bien". Entonces me miró con atención, y dijo: "¿Pero qué herida es esa que tienes en la mejilla, precisamente en el sitio más fino y suave?" Y yo le dije entonces: "Cuando salí hoy con tu permiso a comprar esas telas, un camello, cargado de leña, ha tropezado conmigo en una calle llena de gente, me ha roto el velo y me ha desgarrado la mejilla, según ves. ¡Oh, qué calles tan estrechas las de Bagdad!"
Entonces se llenó de ira, y dijo: "¡Mañana mismo iré a ver al gobernador para reclamar contra los camelleros y leñadores, y el gobernador los mandará ahorcar a todos!" Al oírle, repliqué compasi va: "¡Por Alah sobre ti! ¡No te cargues con pecados ajenos!
Además, yo he tenido la culpa, por haber montado en un borrico que empezó a galopar y cocear. Caí al suelo, y por desgracia había allí un pedazo de madera que me ha desollado la cara haciéndome esta herida en la mejilla".
Entonces exclamó él: "¡Mañana iré a ver a Giafar AlBarmaki, y le contaré esta historia, para que maten a todos los arrieros de la ciudad". Y yo le repuse: "¿Pero vas a matar a todo el mundo por causa mía? Sabes que esto ha ocurrido sencillamente por voluntad de Alah, y por el Destino, a quien gobierna".
Al oírme, mi esposo no pudo contener su furia y gritó: "¡Oh pérfida! ¡Basta de mentiras! ¡Vas a sufrir el castigo de tu crimen!" Y me trató con las palabras más duras, y a una llamada suya se abrió la puerta y entraron siete negros terribles, que me sacaron de la cama y me tendieron en el centro del patio. Entonces mi esposo mandó a uno de estos negros qúe me sujetara por los hombros y se sentara sobre mí y a otro negro que se apoyase en mis rodillas para sujetarme las piernas. Y en seguida avanzó un tercer negro con una espada en la mano, y dijo: "¡Oh mi señor! la asestaré un golpe que la partirá en dos mitades!" Y otro negro afiadió: "Y cada uno de nosotros cortará un buen pedazo de carne y se lo echará a los peces del río de la Dejla (el Tigris) pues así debe castigarse a quien hace traición al juramento y al cariño". Y en apoyo de lo que decía, recitó estos versos: ¡Si supiese que otro participa del cariño de la que amo, mi alma se rebelaría hasta arrancar de ella tal amor de perdición! Y le diría a mi alma: ¡Mejor será que sucumbamos nobles! ¡Porque no alcanzará la dicha el que ponga su amor en un pecho enemigo!
Entonces mi esposo dijo al negro que empuñaba la espada: "¡Oh valiente Saad! ¡Hiere a esa pérfida!" Y Saad levantó el acero. Y mi esposo me dijo: "Ahora di en alta voz tu acto de fe y recuerda las cosas y trajes y efectos que te pertenecen para que hagas testamento, porque ha llegado el fin de tu vida".
Entonces le dije: "¡Oh servidor de Alah, el Optimo!, dame nada más que el tiempo necesario para hacer mi acto de fe y mi testamento". Después levanté al cielo la mirada, la volví a bajar y reflexioné acerca del estado mísero e ignominioso en que me veía, arrasándome en lágrimas los ojos, y recité llorando estas estrofas: ¡Encendiste en mis entrañas la pasión para enfriarte después! ¡Hiciste que mis ojos velaran largas noches para dormirte luego! ¡Pero yo te reservé un sitio entre mi corazón y mis ojos! ¿Cómo te ha de olvidar mi corazón, ni han de cesar de llorarte mis ojos? ¡Me habías jurado una constancia sin límite, y apenas tuviste mi corazón, me dejaste! ¡Y ahora no quieres tener piedad de ese corazón ni compadecerte de mi tristeza! ¿Es que no naciste más que para ser causa de mi desdicha y de la de toda mi juventud? ¡Oh amigos míos! os conjuro por Alah para que cuando yo muera escribáis en la losa de mi tumba: "¡Aquí yace un gran culpable! ¡Uno que amó!" ¡Y el afligido caminante que conozca los sufrimientos del amor dirigirá a mi tumba una mirada compasiva!
Terminados los versos, seguía llorando, y al oírme y ver mis lágrimas, mi esposo se excitó y enfureció más todavía, y dijo estas estrofas: ¡Si así dejé a la que mi corazón amaba, no ha sido por hastío ni cansancio! ¡Ha cometido una falta que merece el abandono! ¡Ha querido asociar