El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
de ella otra serpiente gorda y grande que quería matarla.
Estaba la culebra tan rendida, que la lengua le colgaba fuera de la boca. Compadecida de ella, tiré una piedra enorme a la cabeza de la serpiente, y la dejé sin vida. Mas de improviso, la culebra desplegó dos alas, y volando, desapareció por los aires. Y yo llegué al límite del asombro.
Pero como estaba muy cansada, me tendí en aquel mismo sitio, y dormí aproximadamente una hora. Y he aquí que al despertar vi sentada a mis plantas a una negra joven y hermosa, que me estaba acariciando los pies. Entonces, llena de vergüenza, hube de apartarlos en seguida, pues ignoraba lo que la negra pretendía de mí. Y le pregunté: ¿Quién eres y qué quieres?" Y me contestó: "Me he apresurado a venir a tu lado, porque me has hecho un gran favor matando a mi enemigo. Soy la culebra a quien libraste de la serpiente. Yo soy una efrita.
Aquella serpiente era un efrit enemigo mío, que deseaba violarme y matarme. Y tú me has librado de sus manos. Por eso, en cuanto estuve libre, volé con el viento y me dirigí hacia la nave de la cual te arrojaron tus hermanas. Las he encantado en forma de perras negras, y te las he traído". Entonces vi las dos perras atadas a un árbol detrás de mí.
Luego la efrita prosiguió: "En seguida llevé a tu casa de Bagdad todas las riquezas que había en la nave, y después que las hube dejado, eché la nave a pique. En cuanto al joven que se ahogó, nada puedo hacer contra la muerte. ¡Porque Alah es el único Resucitador!"
Dicho esto, me cogió en brazos, desató a mis hermanas, las cogió también, y volando nos transportó a las tres, sanas y salvas, a la azotea de mi casa de Bagdad, o sea aquí mismo.
Y encontré perfectamente instaladas todas las riquezas y todas las cosas que había en la nave. Y nada se había perdido ni estropeado.
Después me dijo la efrita: "¡Por la inscripción santa del sello de Soleimán, te conjuro a que todos los días pegues a cada perra trescientos latigazos! Y si un solo día se te olvida cumplir esta orden, te convertiré también en perra".
Y yo tuve que contestarle: "Escucho y obedezco".
Y desde entonces, ¡oh Príncipe de los Creyentes! las empecé a azotar, para besarlas después llena de dolor por tener que castigarlas. ¡Y tal es mi historia! Pero he aquí, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que mi hermana Amina te va a contar la suya, que es aún más sorprendente que la mía".
Ante este relato, el califa Harún AlRaschid llegó hasta el límite más extremo del asombro. Pero quiso satisfacer del todo su curiosidad, y por eso se volvió hacia Amina, que era quien le había abierto la puerta la noche anterior, y le dijo: "Sepamos, ¡oh lindísima joven! cuál es la causa de esos golpes con que lastimaron tu cuerpo".
HISTORIA DE AMINA, LA SEGUNDA JOVEN
Al oír estas palabras del califa la joven Amina avanzó un paso, y llena de timidez ante las miradas impacientes, dijo así:
"¡Oh Emir de los Creyentes! No te repetiré las palabras de Zobeida acerca de nuestros padres. Sabe, pues, que cuando nuestro padre murió, yo y Fahima, la hermana más pequeña de las cinco, nos fuimos a vivir solas con nuestra madre, mientras mi hermana Zobeida y las otras dos marcharon con la suya.
Poco después mi madre me casó con un anciano, que era el más rico de la ciudad y de su tiempo. Al año siguiente murió en la paz de Alah mi viejo esposo, dejándome como parte legal de herencia, según ordena nuestro código oficial, ochenta mil dinares en oro.
Me apresuré a comprarme con ellos diez magníficos vestidos, cada uno de mil dinares.
Y no hube de carecer absolutamente de nada. Un día entre los días, hallándome cómodamente sentada, vino a visitarme una vieja. Nunca la había visto. Esta vieja era horrible: su cara era más fea que el trasero de un viejo; tenía la nariz aplastada, peladas las cejas, los dientes rotos, el pescuezo torcido, y le goteaba la nariz.
Bien la describió el poeta: ¡Vieja de mal agüero! ¡Si la viese Eblis le enseñaría todos los fraudes sin tener que hablar, pues bastaría con el silencio únicamente! ¡Podría desenredar a mil mulos que se hubieran enredado en una telaraña, y no rompería la tela! ¡Sabe echar sortilegios y cometer todos los horrores: le ha hecho cosquillas en el ano a una niña; cohabitó con una adolescente; ha fornicado con una mujer madura, y excitó hasta lo increíble a una anciana!
La vieja me saludó y me dijo: "¡Oh señora llena de gracias y cualidades! Tengo en mi casa a una joven huérfana que se casa esta noche. Y vengo a rogarte ¡Alah otorgará la recompensa a tu bondad! que te dignes honrarnos asistiendo a la boda de esta pobre doncella tan afligida y tan humilde, que no conoce a nadie en esta ciudad y sólo cuenta con la protección del Altísimo". Y después la vieja se echó a llorar y comenzó a besarme los pies. Yo, que no conocía su perfidia, sentí lástima de ella, y le dije: "Escucho y obedezco".
Entonces dijo:
"Ahora me ausento, con tu venia, y entretanto vístete, pues al anochecer volveré a buscarte". Y besándome la mano, se marchó.
Fui entonces al hammam, y me perfumé; después elegí el más hermoso de mis diez trajes nuevos, me adorné con mi hermoso collar de perlas, mis brazaletes, mis ajorcas y todas mis joyas, y me puse un gran velo azul de seda y oro, el cinturón de brocado y el velillo para la cara, luego de prolongarme los ojos con kohl. Y he aquí que volvió la vieja y me dijo: "¡Oh señora mía! ya está la casa llena de damas, parientes del esposo, que son las más linajudas de la ciudad. Les avisé de tu segura llegada, se alegraron mucho, y te esperan con impaciencia". Llevé conmigo algunas de mis esclavas, y salimos todas, andando hasta llegar a una calle ancha y bien regada, en la que soplaba fresca brisa. Y vimos un gran pórtico de mármol con una cúpula monumental de mármol y sostenida por arcadas. Y desde aquel pórtico vimos el interior de un palacio tan alto, que parecía tocar las nubes. Penetramos, y llegados a la puerta, la vieja llamó y nos abrieron. Y a la entrada encontramos un corredor revestido de tapices y colgantes. Colgaban del artesonado lámparas de colores encendidas, y en las paredes había candelabros encendidos también y objetos de oro y plata, joyas y armas de metales preciosos.
Atravesamos este corredor, y llegamos a una sala tan maravillosa, que sería inútil describirla.
En medio de la sala, que estaba tapizada con sedas, aparecía un lecho de mármol incrustado de perlas y cubierto con un mosquitero de raso.
Entonces vimos salir del lecho una joven, tan bella como la luna. Y me dijo: "¡Marhaba! ¡Àhlan! ¡Ua sahlan! ¡Oh hermana mía, nos haces el mayor honor humano! ¡Anastina! (1). ¡Eres nuestro dulce consuelo, nuestro orgullo!"
Y para honrarme, recitó estos versos del poeta: ¡Si las piedras de la casa hubiesen sabido la visita del huésped tan encantador, se habrían alegrado en extremo, inclinándose ante la huella de tus pasos para anunciarse la buena nueva! ¡Y exclamarían en su lengua: "¡Ahlan! ¡Ua sahlan! ¡Honor a las personas adornadas de grandeza y de generosidad!"
Luego se sentó, y me dijo: "¡Oh hermana mía! He de anunciarte que tengo un hermano que te vió cierto día en una boda. Y este joven es muy gentil y mucho más hermoso que yo. Y desde aquella noche te ama con todos los impulsos de un corazón enamorado y ardiente. (1)Marhaba, ahlan, ua sahlan y anastina, son saludos de bienvenida, que no se pueden traducir literalmente. Vienen a significar: ¡Que nuestra acogida te sea cordial, amistosa, y fácil!
Y él es quien ha dado dinero a la vieja para que fuese a tu casa y te trajese aquí con el pretexto que ha inventado. Y ha hecho todo esto para encontrarte en mi casa, pues mi hermano no tiene otro deseo que casarse contigo este año bendecido por Alah y por su Enviado. Y no debe avergonzarse de estas cosas, porque son licitas".
Cuando oí tales palabras, y me vi conocida y estimada en aquella mansión, le dije a la joven: "Escucho y obedezco". Entonces, mostrando una gran alegría, dió varias palmadas. Y a esta señal, se abrió una puerta y entró un joven como la luna, según dijo el poeta: ¡Ha llegado a tal grado de hermosura, que se ha convertido en obra verdaderamente digna del Creador! ¡Una joya que es realmente la gloria del orfebre que hubo