La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
su narración, Modesto Lafuente no duda en señalar que «Viriato excitaba (…) á una alianza y general confederación contra el comun enemigo, exhortándolos á unirse en derredor de un solo estandarte nacional»; para continuar diciendo que Viriato había sido «el primero que indicó á sus compatriotas el pensamiento de una nacionalidad y la idea de una patria común»[75]. Parece que se trata de una clara apelación a la necesidad de unirse para acabar con el yugo romano, a pesar de que Lafuente, imbuido de un fuerte sentimiento nacional acorde a su época, no duda en presentar la guerra de Viriato como poco menos que precursora de las confrontaciones bélicas por la libertad que estaban teniendo lugar en el siglo XIX.
Altamira admite que en el fracaso de esta guerra intervinieron factores como la conducta desleal del gobierno romano o algunas torpezas cometidas por Viriato hacia el final de su vida, pero también pone de manifiesto el respeto que este infundía, ya que «las tropas romanas le temían». Su final, análogo al de Sertorio, se debió al engaño romano en el momento de concretar la paz. Cepión concertó con los embajadores enviados por Viriato el asesinato, que «así lo hicieron mientras dormía. De este modo traidor acabó por entonces la guerra de los Lusitanos»[76].
Como se ve, el arquetipo interpretativo dominante, esto es, el esencialismo y el invasionismo, se completa con el elemento de la división. Aunque dicho factor, inherente al carácter español, vendría a explicar en gran medida el éxito de las continuas incursiones a las que la Península se ve sometida[77], creemos apropiado desarrollarlo en torno a la figura del caudillo lusitano porque en él se va a interrelacionar con la noción de traición. La desunión, que no es exclusiva del mundo hispano[78], se incluirá como un tópico recurrente en todas las historias de España, no solo para explicar la historia antigua, sino todas aquellas «pérdidas de España» significativas. Modesto Lafuente, por ejemplo, se lamenta de que esa falta de unión sea la causante de sucesivas derrotas que, de lo contrario, no se podrían comprender:
Los españoles, en vez de aliarse entre sí para lanzar de su suelo á unos y á otros invasores, se hacen alternativamente auxiliares de los dos rivales contendientes, y se fabrican ellos mismos su propia esclavitud. Es el genio ibero, es la repugnancia á la unidad y la tendencia al aislamiento el que les hace forjarse sus cadenas (…) Las mismas causas, los mismos vicios de carácter y de organización traerán en tiempos posteriores la ruina de España, ó la pondrán al borde de su pérdida[79].
Debemos volver otra vez al geógrafo de Amasia, ya que uno de los pasajes de su Geografía (III, 4, 5) nos puede situar ante un buen precedente del tema de la desunión. Creemos que el texto merece ser reproducido al menos parcialmente:
Esta autosuficiencia alcanzó su máximo apogeo entre los iberos, que sumaban a ello su pérfido carácter y su falta de honestidad: pues en efecto eran agresivos y prestos al bandidaje por su forma de vida, pero sólo se atrevían a pequeñas acciones, en cambio no abordaban grandes empresas debido al hecho de que no constituyeron grandes potencias ni confederaciones. Pues si hubieran querido, efectivamente, combatir en conjunto no les habría resultado posible a los cartagineses someter sin riesgo la mayor parte de su territorio cuando los atacaron, e incluso todavía antes a los tirios, luego a los celtas, los que en la actualidad se llaman celtíberos y berones, ni después al bandido Viriato, ni a Sertorio, ni a algunos otros que deseaban ampliar sus dominios.
Parece claro que Estrabón podría ser un buen punto de apoyo sobre el que asentar un paradigma nuclear dentro del modelo explicativo de la historia española. Estas palabras de Estrabón han sido muy bien analizadas por Álvarez Martí-Aguilar, quien, en un estudio historiográfico, pone de manifiesto la pervivencia y el potencial ideológico que el pasaje III, 4, 5 tiene a partir de Morales, señalando que este no solo se circunscribe a las producciones históricas, sino que también encuentra acomodo en, por ejemplo, las obras teatrales[80]. La desunión no provocaba exclusivamente un castigo en forma de dominación extranjera, sino que, en el caso de que hubiese algún caudillo que encarnara la resistencia ante el enemigo, como Viriato, la desunión se traducía, como decíamos anteriormente, en la traición, lo que a su vez desembocaba en el sometimiento definitivo ante los invasores, al quedar huérfano el liderazgo de la oposición indígena.
Cuando aparecen personajes como Viriato o Sertorio después, que acaudillan en torno a su figura toda la resistencia indígena, la desunión se va a traducir directamente en su forma más característica: la traición. No es, en efecto, un azar que ambos cuenten con finales análogos, al morir a manos de sus colaboradores más cercanos. Continuando con la Historia general, Lafuente se pregunta: «¿Qué hubiera sido, pues, de Roma y de los romanos, si los jamás confederados españoles hubieran unido sus fuerzas, aisladamente formidables, en torno del guerrero ó de la ciudad, de Viriato ó de Numancia?»[81].
La importancia de figuras como Viriato se encuentra fuera de toda duda, algo que se aprecia especialmente en el siglo XIX, puesto que esa relevancia se va a entender dentro del proceso de construcción del Estado-nación. Pero, ¿por qué son necesarias? Como ha señalado Bermejo, cada Estado va a recurrir a un tipo histórico, ya sea germano, galo o celtíbero primitivos, dado que posee un gran poder de normalización. Se trata de personalidades modales que esos antepasados exhiben y que no son más que el arquetipo al que ha de ajustar la conducta todo ciudadano entendido como patriota[82]. Todo ciudadano debe, entonces, recordar una serie de acontecimientos pasados en los que sus protagonistas, héroes individuales o el pueblo como colectivo, dan muestras de sus patrones de conducta, los cuales tienen que ser imitados por, en este caso, los españoles. Conviene que el recuerdo de estos hechos, que aunque no sean gloriosos al menos sí van a ser heroicos, sea interiorizado y reproducido por el ciudadano, porque de ese modo estará asumiendo la identidad nacional que le corresponde[83].
La historiografía y sobre todo la enseñanza, recordemos, un eje fundamental en la proyección de la obra de Altamira, van a erigirse en dos claves para la interiorización de los roles sociales. Papel que, de acuerdo con Bermejo, en otras épocas habría sido desempeñado por los mitos y los rituales de iniciación, o por la instrucción y las instituciones religiosas[84]. En los manuales escolares de finales del siglo XIX y principios del XX, donde Viriato se convierte en el primer héroe nacional español, los textos van acompañados profusamente de grabados que permiten poner en juego todo el valor de lo visual para una mejor comprensión e identificación de los estudiantes con su pasado patrio[85]. La repercusión del nivel educativo es evidente, ya que, como decía Michel Foucault, todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican[86].
En la narración de Bosch Gimpera y Aguado Bleye se entiende que la existencia de estos «héroes, defensores de la libertad de la patria contra el opresor extraño, suscita el interés de los hombres de estudio y gana la simpatía de todos», ya que «estas guerras populares, tan imperfectas militar y políticamente, cautivan más que las campañas del general más famoso»[87]. Parece claro que se atiende más a cuestiones sentimentales a la hora de estudiar este tipo de conflictos, por tratarse de luchas absolutamente desiguales en las que el carácter español, fiero, indomable y paradigma de la libertad, encontraba su máxima expresión. Viriato, que aparece siempre caracterizado prototípicamente, sería el personaje ideal para