La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
determinación”, de que habla Santa Teresa. Ni yo puedo juzgar, ni vosotros siquiera, cada uno a sí mismo, pero un poco de sensación sí que da –que puede ser engañosa– de que vamos arrastrándonos un poco en la vida, de que vamos manteniéndonos y no acabamos de romper. Puede ser culpable, puede ser inculpable, y puede ser una impresión falsa, no hay inconveniente, pero vamos, la impresión ya se entiende. [Hemos] pues de preguntarnos: ¿tenemos la decisión de “cortarnos la mano” que sirve de escándalo, “sacarnos el ojo” que sirve de escándalo, en fin, estas posturas plenamente tajantes? Esto que recuerdo siempre –y que para empezar está bien–: ¿entramos con una actitud de tibieza que es simplemente ir pasando y no querer darles la importancia que tienen las cosas espirituales? ¿O con una actitud de mediocridad? Que quiere decir que, teóricamente, les damos importancia cuando nos paramos, pero que luego, de hecho, estamos más atentos a las realidades naturales que a la realidad sobrenatural –como postura general digo, en momentos claro está que nos pasará eso–. Les damos más importancia, de hecho, que a la palabra de Dios, no buscamos ante todo el reino de Dios y su justicia y lo demás lo esperamos por añadidura. Buscamos más la añadidura, que puede ser el fervor o la visión del fruto o lo que sea.
La actitud de confianza y la conciencia del amor de Cristo
O estamos en la actitud de fervor de recibir sencillamente lo que Dios quiera y “cargarnos” lo que Dios quiera que nos carguemos. Aquí, naturalmente, entra la actitud de confianza en Dios. Si el Señor nos ha traído [a este retiro] es porque nos ama a nosotros, a cada uno. La elección de Jesucristo, que se realizó eternamente, el día del bautismo, el día de la confirmación, el día de las órdenes, esta elección perdura, y perdura con el mismo amor y, por consiguiente, con el mismo deseo de llevarnos a la plenitud de la santidad. Con el mismo deseo, que nosotros no podemos particularizar, concretar, de que en este momento tengamos la santidad que nos corresponde. No sabemos cuál es, claro. Pero lo que sí sabemos es que es muy probable que tengamos un poco menos de la que nos correspondería y, por tanto, seamos también un poco menos fructuosos.
[Hay que actualizar] la conciencia del amor que Cristo [nos tiene], me tiene, y la conciencia del amor que Cristo tiene a los demás, a tantas personas como de hecho se beneficiarán si nosotros respondemos con fervor a la acción gratuita de Cristo, y no se beneficiarán si nosotros no respondemos.
Supuesto esto, se trata de vivir unos días con fervor, y decir con fervor quiere decir con paz. Se trata de pasar unos días con Jesucristo con todas estas actitudes. Lo importante, lo principal es que podáis tener más tiempo para revolver la Palabra de Dios de la Misa, de la Liturgia de las Horas, y del Ritual de Sacramentos sencillamente. Después, repasar la carga que llevamos durante el año.
Que la esperanza sea muy intensa. Fijaos que Jesucristo no tiene inconveniente ninguno en hacer milagros que dejan estupefacta a la gente cuando hay fe suficiente. Lo mismo que el amor de Cristo supera todo conocimiento, también el misterio del pecado supera todo conocimiento y, si no tenemos suficiente esperanza, entre otras cosas, es porque no tenemos suficiente visión de la necesidad que hay. Por otra parte, también la capacidad nuestra, en cuanto ministros de Cristo, supera todo lo que podamos pensar, por eso tenemos que ver, y examinar un poquito ahora, si entramos con esta esperanza, con este deseo de conversión, y de conversión rápida, es decir, que los ejercicios no pasen como una especie de parche que echamos o de una pequeña revisión o de un pequeño adelanto. El estar unos días con Jesucristo en intimidad tiene que incluir un cambio muy grande. Y aun suponiendo que no lo necesitáramos nosotros, lo necesita la sociedad que nos rodea, debemos, pues, entrar esperándolo. Y eso no es fruto de un ponernos nerviosos sino simplemente de una actitud de esperanza que, por cuanto es esperanza, es un deseo muy intenso –puede ser muy sensible– y que también es una paz muy tranquila, porque es simplemente confiar en la voz del amado.
7 La urgencia y necesidad de la santidad y actividad pastoral de los presbíteros dada la situación de la gente.
8 Se trata de examinarse o evaluarse de un año para acá respecto a las disposiciones negativas personales.
2. Llamados a la santidad
Santidad y conversión - hacerse como niños
Teniendo en cuenta que, en último término, de lo que se trata [en el retiro es] de conocer más, ejercitando la fe, el amor que nos tiene Dios, para participarle, y que le conocemos en Cristo y por el testimonio que nos da interiormente el Espíritu Santo, lo primero que podríamos meditar es precisamente la llamada universal a la santidad.
Recordad que la santidad no es simplemente un modo de comportamiento, sino un modo de ser, una participación de la naturaleza divina. Ahora, en el evangelio de san Mateo, dejando aparte el evangelio de la infancia y partiendo de cuando aparece ya Jesús, la predicación comienza diciendo “convertíos”. Convertirse quiere decir no sólo cambiar de conducta, sino cambiar de principio de vida, quiere decir recibir al Espíritu Santo que, además, es el que nos perdona los pecados; no hay más que recordar que el mismo san Mateo comienza la cosa con el bautismo de Jesús; en el bautismo de Jesús se manifiesta precisamente el Espíritu Santo y es el que le lleva, le conduce por el desierto para las tentaciones y le conduce para la predicación y para la muerte y la resurrección.
La conversión, que significa precisamente ser discípulos de Cristo, seguir a Cristo, significa [también] recibir al Espíritu Santo. Ahora bien, esta conversión es un don del Padre. Enseguida en el sermón de la montaña aparece esto como discriminante, [hay] alusiones continuas en el sermón de la montaña; lo que cambia precisamente es que se establece una relación inmediata con el Padre: respecto de la oración, la forma de hacerla, el rezar el padrenuestro, la forma de ayunar, la limosna, en fin, todo depende del Padre. Sobre todo cuando Jesucristo les dice “si no os convertís y os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos”; esta es una de las frases que me sirven de señal de lo que digo tantas veces: no acabo de entender por qué “diablos” –¡y aquí son diablos, eh!– se toman en serio unas palabras del evangelio y otras no. ¿Por qué se toma en serio “el que creyere y se bautizare se salvará y el que no, no se salvará”, que dice san Marcos, y no se toma en serio otra palabra que es exactamente igual: “si no os convertís y os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos”? Tan necesario es hacerse como niños como bautizarse; no veo por qué haya de darse importancia a una cosa y pensar que el que no se bautiza –a todo tirar– se va al limbo y, en cambio, el que no se hace como niño no sé por qué se va al cielo. Porque Jesucristo dice claramente que “no entraréis al reino de los cielos”; la frase no puede ser más clara.
Un modo de ser distinto
Pero, sobre todo, la referencia al Padre está recalcada en la alusión continua al reino de los cielos; lo que se anuncia es “convertíos porque está cerca el reino de los cielos”; por consiguiente, la santificación nuestra es un modo de ser celestial ya; no suelo hablar de que “estamos en la tierra” sino de que estamos todavía “en condición, en modo terreno”, pero que ya vivimos en el cielo. No estamos en plenitud porque todavía no hemos llegado a la plenitud.
La llamada a la santidad, está claro que es llamada; todo es don de Dios y todo es anuncio de Jesucristo, anuncio de Jesucristo que nos va a cambiar. Incluye, ante todo, una lucha continua contra Satanás, que precisamente es el que da el reino de la tierra. Esto ya no es de san Mateo, es de san Juan, pero –vamos– san Juan está recalcando muchas veces: “yo soy del cielo, vosotros de la tierra; yo soy de arriba, vosotros de abajo”. Hay algo claro en san Mateo y es que precisamente esta conversión, este cambio, en resumidas cuentas, es recibir el reino de los cielos, es recibir la justicia; [el discípulo] tiene que ser distinto de todos los demás; entramos en una vida literalmente nueva: hay que ser distinto de los publicanos, distinto de los fariseos y distinto de los gentiles. “Si vuestra justicia no abunda más que la de los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Y si saludáis nada más que a los que os saludan, ¿qué gracia tenéis? También lo hacen los paganos...” Es decir, empezamos una vida distinta, la santidad es un modo de ser distinto.
Esta