El ministerio médico. Elena G. de White
Temer a Dios y andar con él es privilegio y deber de todo médico. Se me mostró que Satanás asedia con sus tentaciones con mayor fuerza a los médicos que pertenecen a nuestro pueblo que a quienes no son de nuestra fe. La obra de Satanás consiste en fomentar el orgullo y la ambición, egoísmo y amor por la supremacía, para impedir esa fuerte unión fraternal que debiera existir entre nuestros médicos, la cual daría vigor a sus propósitos y contribuiría en gran medida a asegurar el éxito en todas sus empresas. Los médicos que creen la verdad debieran esforzarse por alcanzar la armonía en todas nuestras instituciones.
No debiera existir la rivalidad. Los desacuerdos y la rivalidad son más ofensivos aun para Dios cuando se manifiestan entre los médicos que entre los que aseguran haber sido llamados al ministerio; porque el médico piadoso es embajador de Cristo que debe llevar la palabra de vida a los sufrientes que están por despedirse de esta vida. Si posee sabiduría para hablar palabras oportunas que inducirán al sufriente a confiar en Jesús, podría ser el instrumento en manos de Dios para la salvación de un alma. Cuán firmemente resguardada debiera estar el alma del médico para que los pensamientos impuros y sensuales no encuentren lugar en ella.
Se me ha mostrado que se pierde mucho cuando los médicos de nuestra fe se apartan unos de otros debido a las diferencias que existen entre sus métodos de práctica médica. Debieran efectuarse reuniones para médicos, en las que todos pudieran dialogar juntos, intercambiar ideas y hacer planes para trabajar unidos. El Señor creó a los seres humanos para que fueran seres sociables y se propuso que fuéramos imbuidos con la naturaleza bondadosa y amante de Cristo. Quiso que por medio de la asociación mutua nos vinculáramos en estrecha relación como hijos de Dios, con el fin de trabajar para el momento presente y la eternidad...
Los médicos deben asesorarse mutuamente
Los médicos debieran realizar reuniones en el amor y el temor de Dios, para asesorarse y deliberar acerca de los mejores métodos de servir al Señor en este sector de su gran obra. Que unan todos sus conocimientos y habilidades para que puedan ayudarse mutuamente. Sé que existen recursos para lograr que actúen en armonía, sin que nadie siga su propio juicio independiente.–Carta 26a, 1889.
Un estudiante de causa y efecto
El médico cristiano inteligente posee un conocimiento cada vez mayor de la relación existente entre pecado y enfermedad. Procura constantemente aumentar su información acerca de la conexión que existe entre causa y efecto. Está consciente de la necesidad de educar a los alumnos del curso de enfermería para que sean estrictamente temperantes en todas las cosas, porque el descuido en lo que atañe a las leyes de la salud, la negligencia en el debido cuidado del cuerpo, es la causa de una porción considerable de las enfermedades que aquejan a nuestro mundo. No hacer caso del cuidado que requiere la maquinaria viviente es un insulto al Creador. Existen leyes divinamente designadas [Éxo. 20:3-17], las cuales, si se obedecen, protegerán a los seres humanos contra las enfermedades y la muerte prematura...
Cuando un médico comprende que una enfermedad que ha afectado el cuerpo es el resultado del hábito impropio de comer y beber, y a pesar de eso no le dice al paciente que su padecimiento se debe a acciones equivocadas, está perjudicando la fraternidad humana. Presente el asunto con delicadeza, pero nunca guarde silencio acerca de la causa de la enfermedad.–Carta 120, 1901.
El médico como observador del sábado
Cristo era prácticamente un adventista del séptimo día. Él fue quien llamó a Moisés para que subiera al monte donde recibió instrucciones para su pueblo... Cristo, con imponente magnificencia, dio a conocer la ley de Jehová, y promulgó entre otros mandamientos, el que sigue: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” [Éxo. 20:8]. Hermano mío, usted no ha atribuido al sábado la santidad requerida por Dios. La irreverencia se ha introducido y ha dado un ejemplo que Dios no aprueba. Él no es honrado ni glorificado. Siempre habrá deberes que tendrán que realizarse en el día sábado para aliviar el sufrimiento de la humanidad. Esto es correcto y está de acuerdo con la ley de aquel que dice: “Misericordia quiero, y no sacrificio” [Ose. 6:6; Mat. 9:13]. Pero existe en esto el peligro de caer en una actitud descuidada, y de hacer lo que no es realmente indispensable efectuar en el sábado.
Se viaja innecesariamente en sábado, y hay muchas otras cosas que debieran dejarse sin hacer. El Señor dice: “Presta atención a todos tus caminos, no sea que quite mi Espíritu Santo debido a la floja consideración que has dado a mis preceptos”. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” [Éxo. 20:8]. No descuiden la exhortación a recordar. No olviden descuidadamente que “seis días trabajarás, y harás toda tu obra” [Éxo. 20:9]. Durante este lapso deberán llevarse a cabo todos los deberes necesarios para efectuar los preparativos para el sábado.–Carta 51, 1901.
Descanso para los que están agotados
Las tentaciones que asaltan al médico son intensas, porque con frecuencia está más recargado de lo que puede soportar, con exceso de trabajo, agotado. Pero si encomienda el cuidado de su alma a Dios como fiel Creador, encontrará reposo y paz. Lo envolverá una reconfortante influencia procedente de Jesús.
Los médicos infieles abundan. No se dejan iluminar por la misma luz que ilumina a otros. Exaltan el yo, y pierden las ventajas espirituales y eternas. Pero los médicos que reciben la influencia de la verdad sobre la mente y el corazón, son hábiles en el uso de remedios tanto para el alma como para el cuerpo enfermos por el pecado. Asistidos por la sabiduría del cielo, pronuncian palabras que despertarán melodías en el alma a causa del crecimiento espiritual.
Usted es pastor del alma tanto como médico del cuerpo. Necesita ayuda divina, y podrá recibirla si se aproxima al Señor con la actitud de un niñito. Usted puede tener una abundante experiencia; pero no debe agotarse con demasiadas preocupaciones y esfuerzo excesivo. Si goza del equilibrio proporcionado por el Espíritu Santo buscará en primer lugar el reino de Dios y su justicia [Mat. 6:33]; y se colocará en una posición donde la verdad para este tiempo le será manifestada en rayos de luz claros y definidos. Discernirá la verdad en lo que concierne al tiempo presente, y su experiencia estará en armonía absoluta con el mensaje del tercer ángel...
Contemplemos lo eterno y lo invisible
No podemos mantener nuestra vista fija en las cosas visibles y al mismo tiempo apreciar las realidades eternas. Necesitamos, y especialmente usted que está tan agobiado por las aflicciones y las necesidades de la humanidad, mantener el ojo de la fe contemplando lo eterno y lo invisible, para que cada vez pueda conocer mejor el gran plan de Dios para ayudar a los sufrientes a discernir el valor del alma humana. Debe estimar el reproche de Cristo como una riqueza de más valor que los tesoros de Egipto [Heb. 11:26].
Sé que usted pasa por momentos de desánimo y pruebas que agobian su alma, hasta el punto de que casi olvida que Jesús es su Auxiliador, y que su ojo lo observa en todo momento. En el desarrollo de sus planes en favor de la bendición y el alivio de la humanidad, recuerde siempre que no es usted quien está realizando el trabajo. Cristo requiere que lleve su yugo y levante su carga. El gran corazón de Cristo, lleno de simpatía, siempre se está identificando con la humanidad doliente. Usted no puede hacer nada por su propia cuenta. Considérese como un instrumento en las manos de Dios, y deje que su mente, su paz y su gracia gobiernen su corazón y su vida.
Sea el hilo de Dios con el cual él teja su diseño. Nunca podrá manejarse a sí mismo. Tampoco podrá ubicarse con éxito en una posición adecuada. Debe trabajar como agente que colabora con Dios. “Ocupaos de vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” [Fil. 2: 12, 13]. Aquí están los elementos combinados: Dios y el agente humano, ambos trabajando en armonía.–Carta 97, 1894.
Ocultar el yo en Cristo