El ministerio médico. Elena G. de White

El ministerio médico - Elena G. de White


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a Dios” [Job 19:25], dejan sentir la influencia de esta convicción. Los médicos tienen escaso conocimiento del poder que ejercerán en el cuarto del enfermo si reconocen la presencia de Dios. Sus palabras serán de tal naturaleza que realizarán impresiones para el bien sobre la mente...

      Abran toda ventana hacia el cielo y den la bienvenida a los brillantes rayos del Sol de Justicia. “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” [Prov. 1:7]. Vivir y trabajar bajo la impresión constante de que “Dios está en este lugar”, acarrea una influencia santificadora que el Espíritu impresiona constantemente sobre el corazón y la mente [Mat. 5:14,15]. –Manuscrito 33, 1901.

       Una pauta de buen juicio

      El Señor desea que usted manifieste gozo y exprese palabras gozosas a los enfermos. Permita que el Sol de Justicia brille en lo que dice. Manifieste mucha decisión en sus servicios religiosos. Haga al Señor Jesús su confidente. Establezca un elevado objetivo, y logre que sus realizaciones sean cada vez más elevadas en el conocimiento de su Señor y Salvador Jesucristo.–Carta 128, 1905.

       Asistentes celestiales

      El tiempo empleado en comunión con Dios, en buscar su ayuda antes de dedicarse a aliviar a los que se encontraban en condición crítica, ha atraído a los ángeles junto al médico y sus asistentes. Usted ha tenido éxito en la medida en que ha confiado en Dios. Él ha estado a su lado tan ciertamente como Cristo estuvo junto a los sufrientes cuando vivió en este mundo.–Health, Philanthropic, and Medical Missionary Work, pág. 40.

       Dar a Dios la gloria

      Dios obrará con cada médico cristiano. Y el médico debe tributarle la honra y la gloria por el éxito logrado en su trabajo. La única seguridad para los médicos se encuentra en actuar y trabajar con humildad y fe...

      Usted depende totalmente del Gran Médico para obtener la habilidad y el poder de realizar una buena obra. Aférrese de Jesús. Él le concederá agudeza de intelecto para discernir con rapidez, y firmeza de nervios para ejecutar con precisión.–Carta 3, 1901.

       Dios es la eficiencia del médico

      El Señor debe ser la eficiencia de cada médico. Si cuando el médico se encuentra en la sala de operaciones siente que está trabajando sólo como la visible mano ayudadora del Señor, el Gran Médico estará presente para sostener esa mano del instrumento humano y guiarla en los movimientos que ejecuta. El Señor conoce el temblor y el terror con que muchos pacientes llegan a la mesa de operaciones como la única oportunidad de salvar su vida. Saben que se encuentran en la situación más peligrosa en que han estado. Sienten como si su vida estuviera en las manos de quien consideran un médico experto. Pero cuando ven a su médico de rodillas pidiendo a Dios [Miq. 6:8] que las operaciones críticas tienen éxito, la oración los inspira a ellos, y también al médico, con esperanza y confianza decididas. Esta confianza, aun en los casos más críticos, es un medio para hacer que las operaciones sean un éxito. Se efectúan sobre la mente impresiones que Dios se había propuesto que se imprimieran...

      Tal oración puede ofrecerse ante personas incrédulas, y hasta infieles, porque barre la sombra mediante la cual Satanás ha oscurecido la mente; y cuando el sufriente emerge de la crisis, la verdad ocupa el lugar de la duda y la incredulidad. Así se disipa la niebla del escepticismo que ofuscaba la mente.–Manuscrito 26, 1902.

       Peligro de la popularidad

      El Dr. ----- no ha quedado satisfecho con una educación superficial, sino que ha aprovechado la mayor parte de sus operaciones para obtener un completo conocimiento del organismo humano y de los mejores métodos de tratamiento de las enfermedades. Esto ha hecho que ejerza una gran influencia. Ha ganado el respeto de la comunidad como hombre de sólido juicio y fino discernimiento, como alguien que razona cuidadosamente de causa a efecto; es muy estimado por su trato cortés e integridad cristiana. Pero hay también en esa institución otros que pueden convertirse en hombres influyentes, dignos de confianza y dotados con poder.

      El 23 de noviembre de 1879 se me revelaron algunas cosas referentes a nuestras instituciones y los deberes y peligros de los que ocupan posiciones directivas en ellas. Vi que el Dr. ----- había sido levantado para que hiciera una obra especial como instrumento de Dios; para ser conducido, guiado y controlado por su Espíritu. Tiene que dar cuenta de los derechos de Dios sobre él, y nunca suponer que él es su propio dueño y que por lo tanto puede emplear sus facultades como lo estime más provechoso para sus propios fines. Aunque tiene la intención de ser y hacer lo que es recto, es casi seguro que errará, a menos que sea un constante estudiante en la escuela de Cristo. Su única seguridad yace en andar humildemente con Dios.

       Seguridad únicamente por un milagro

      Hay peligros que amenazan su camino, y si sale vencedor, ciertamente tendrá un canto de triunfo para entonar en la Ciudad de Dios. Posee firmes rasgos de carácter que necesitarán ser reprimidos constantemente. Si los mantiene bajo el control del Espíritu de Dios, estos rasgos serán una bendición; pero si no lo hace, resultarán en maldición. Si el Dr. -----, quien ahora cabalga sobre la ola de la popularidad no se marea, será un milagro de la misericordia. Si se inclina ante su propia sabiduría, como han hecho muchos en la misma situación, su sabiduría demostrará que era necedad. Mientras se entregue sin egoísmo a la obra de Dios, sin apartarse en lo mínimo de los principios, el Señor lo rodeará con sus brazos eternos y le mostrará que es su poderoso Ayudador. “Yo honraré a los que me honran” [1 Sam. 2:30]...

       Rasgos malignos fortalecidos por la complacencia

      Mientras haga a Dios su fortaleza, y lo ame y le tema, se mantendrá adecuadamente equilibrado; pero con toda seguridad, cuando pierda su conexión con Dios e intente andar por sus propias fuerzas, esa misma voluntad que ha demostrado ser una bendición, resultará en perjuicio de sí mismo y de otros. Se volverá dominador, tirano, exigente y dictador. Debe impedir que esos rasgos se impongan bajo ninguna circunstancia; porque la complacencia los fortalecerá y no tardarán en convertirse en un poder controlador. Entonces su carácter perderá el equilibrio, lo cual lo descalificará para la obra de Dios...

      Dios exige una consagración absoluta y total, y cualquier cosa que sea menos que esto él no la aceptará. Cuanto más difícil sea su posición, tanto más necesitará a Jesús. El amor y el temor de Dios mantuvieron a José puro y sin mancha en la corte del rey [Gén. 41:39-46]. Como resultado, fue exaltado a una posición de riqueza increíble y al elevado honor de ser el segundo después del rey; y este encumbramiento fue tan repentino como grandioso.

       Ejemplo de éxito en la humildad

      Es imposible permanecer en un lugar muy elevado sin correr peligro. La tempestad deja indemne a la modesta flor del valle, mientras que lucha con el elevado árbol en la cumbre de la montaña. Hay muchos hombres a quienes Dios habría podido usar con éxito asombroso cuando estaban afligidos por la pobreza –pudo haberlos hecho útiles aquí y coronarlos con gloria después– pero la prosperidad los arruinó; fueron arrastrados hacia el fondo porque se olvidaron de ser humildes; olvidaron que Dios era su fortaleza y se tornaron independientes y autosuficientes. Usted también corre estos peligros.

      José soportó la prueba del carácter en la adversidad, y el oro no fue ennegrecido por la prosperidad. Demostró la misma elevada consideración por la voluntad de Dios cuando estuvo junto al trono como cuando estaba en la celda de la prisión. José llevaba su religión a todas partes, y este era el secreto de su inconmovible fidelidad. Como hombres representativos, ustedes deben contar con el poder que surge de la verdadera santidad que todo lo permea. Les digo en el temor de Dios que su camino está asediado por peligros que ustedes no ven ni perciben. Tienen que ocultarse en Jesús. No están seguros a menos que se tomen de la mano de Cristo.


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