El ministerio de las publicaciones. Elena G. de White
hijo de Dios, que profesa creer la verdad presente, debe ser celoso para desempeñar su parte en esta causa...
Vi que la verdad debe avanzar y que no debemos ser demasiado temerosos; que es preferible que los folletos y los periódicos lleguen a tres personas que no los necesiten más bien que dejar privada de ellos a una persona que los apreciaría, y podría ser beneficiada por ellos. Vi que las señales de los últimos días deben recalcarse claramente, pues las manifestaciones de Satanás van en aumento. Las publicaciones de Satanás y sus agentes van creciendo; su poder también crece, y lo que hagamos para presentar la verdad a otros debe ser hecho prestamente (PE 95, 96).
Hay que enviar publicaciones en todos los idiomas.–Predicar el mensaje de advertencia a todas las naciones, tal debe ser el objeto de nuestros esfuerzos. Se preparará el camino para que el obrero fiel trabaje en todo tiempo y ocasión por la conversión de las almas. Sobre todos los que han recibido la palabra de Dios descansa la responsabilidad de llevar a cabo esta obra. De ciudad en ciudad, y de país en país, deben llevar las publicaciones que contienen la promesa del pronto regreso del Salvador. Estas publicaciones deben traducirse a todos los idiomas; porque el evangelio debe predicarse en todo el mundo. Cristo promete a cada obrero la eficiencia divina que proporcionará el éxito a su trabajo.
Hay demasiada vacilación en los asuntos de nuestras instituciones; demasiado amor a la comodidad. La comisión de Cristo ha de llevarse a cabo al pie de la letra. El pueblo de Dios ha de consagrarle a él sus medios y sus aptitudes. Los fieles soldados de la cruz de Cristo han de salir fuera del campamento, llevando el reproche y siguiendo la senda de la abnegación hollada por el Redentor (RH, 9 de febrero de 1905).
Hay gran necesidad de hombres que sepan sacar el mejor partido posible de la prensa con el fin de que la verdad reciba alas para volar a toda nación, lengua y pueblo (OE 25).
El mensajero silencioso es su único predicador.–Se me mostró que ahora la verdad, una vez publicada, subsistirá, porque es la verdad para los últimos días; vivirá, y en el futuro será menos lo que se necesitará decir al respecto. No es necesario poner innumerables palabras en el papel para justificar lo que habla por sí mismo y resplandece en su claridad. La verdad es directa, clara, sencilla, y se destaca audazmente en su propia defensa; pero no sucede así con el error. Este es tan tortuoso que necesita multitud de palabras para explicar sus ideas torcidas. Vi que toda la luz que se había recibido en algunos lugares provenía de la revista; que ciertas almas habían aceptado la verdad de esta manera,16 y luego habían hablado de ella a otros; y que ahora en lugares donde había varios, estos habían sido suscitados por el mensajero silencioso. Era su único predicador. Por la falta de recursos, la causa de la verdad no debe ser estorbada en su marcha hacia adelante (PE 96).
Las publicaciones llenas con la verdad determinan en general el poder de la iglesia.–El poder y la eficiencia de nuestra obra dependen mayormente del carácter de las publicaciones que salgan de nuestras prensas. Por lo tanto, debe ejercerse gran cuidado en la selección y preparación del material que ha de ir al mundo. Se necesita la mayor precaución y discriminación. Deben dedicarse nuestras energías a la publicación de impresos de alta calidad, pureza y carácter elevado. Nuestros periódicos deben salir cargados de la verdad que tiene un interés vital y espiritual para la gente.
Dios ha puesto en nuestras manos un estandarte sobre el cual está escrito: “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12). Este es un mensaje distinto y separador, un mensaje que se dará en forma certera. Debe apartar a la gente de las cisternas resquebrajadas que no contienen agua y llevarla a la inagotable Fuente del agua de la vida (JT 3:151).
Pongamos en alto las exigencias de la ley de Dios.–Nuestras imprentas deben rehabilitar las pisoteadas exigencias de la ley de Dios. Frente al mundo, como instrumentos de reforma, deben mostrar que la ley de Dios es el fundamento de toda reforma duradera. Deben hacer comprender clara y distintamente la necesidad de obedecer a todos sus mandamientos. Constreñidas por el amor de Cristo, deben trabajar con él para reedificar las ruinas antiguas y restaurar los cimientos de muchas generaciones. Deben reparar los portillos, restaurar las sendas. Por su testimonio, el sábado del cuarto mandamiento debe presentarse como un testimonio, como constante recuerdo de Dios, que llame la atención y suscite preguntas que dirijan la mente de los hombres hacia su Creador (JT 3:141).
Debemos colaborar en la predicación del mensaje del tercer ángel.–Nunca se olviden de que estas instituciones [imprentas] deben cooperar con el ministerio de los delegados celestiales. Se encuentran entre los medios de propaganda representados por el ángel que volaba “por en medio del cielo... que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado” (Apoc. 14:6, 7).
Son de nuestras casas editoras de donde ha de salir esta terrible denuncia: “¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia!, porque ha dado de beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación” (vers. 8).
Están representadas por el tercer ángel que les siguió, “diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe su marca en su frente o en su mano, éste también beberá del vino de la ira de Dios” (vers. 9, 10; TI 7:136, 137; ver también MS 2:133-135).
Presentemos con claridad los temas del gran conflicto.–El gran conflicto que Satanás hizo estallar en los atrios celestiales terminará antes de mucho. Pronto todos los habitantes de la tierra se habrán decidido en favor o en contra del gobierno del cielo. Como nunca antes, Satanás está desplegando su potencia engañosa para seducir y destruir a toda alma que no está precavida. Se nos ordena invitar a los hombres a que se preparen para los acontecimientos