El ministerio de las publicaciones. Elena G. de White
que tomar en cuenta a Dios en todas las actividades de la vida. Él se interesa en todas las empresas. Pero manifiesta interés especial en los diversos ramos de su obra y en las instituciones dedicadas a su promoción. Las casas editoras, por medio de las cuales la verdad debe proclamarse al mundo, son sagradas en su servicio (RH, 1º de julio de 1902).
La casa editora pertenece a Dios.–¿Dónde están los monumentos especiales de la obra de Dios entre los hombres, si no en nuestras instituciones, que son sus medios para preservar el conocimiento de su honor y gloria, para que su nombre sea temido? La casa editora ha sido solemnemente dedicada a Dios. Debiera considerarse como propiedad del Señor, un lugar en el que se está llevando a cabo su obra y en el que los hombres deben andar rectamente, desposeídos de egoísmo y codicia, que son idolatría.
Si después de un período adecuado de prueba se llega a la conclusión de que algunos obreros no demuestran una consideración consciente por las cosas sagradas; si menosprecian a los mensajeros que Dios envía; si se apartan del mensaje y no demuestran interés en la obra especial para este tiempo, entonces debieran ser separados de la obra, y debiera elegirse a otros para que ocupen su lugar, reciban la luz que Dios envía a su pueblo y anden en esa luz (Manuscrito 29, 1895).
Carácter elevado y solemne de la obra de Dios.–Muchos no han logrado comprender el carácter sagrado de la obra a la que se dedican. Su carácter exaltado debiera mantenerse ante los obreros, tanto por precepto como por ejemplo. Que todos lean las instrucciones dadas por Cristo a Moisés. Estas disposiciones requerían que cada hombre ocupara su lugar e hiciera la parte de la obra a la que había sido designado y para la que había sido apartado. Si en las tareas de levantar o desarmar el tabernáculo se encontraba a alguien fuera del lugar que le correspondía, o si cometía alguna acción indebida, ese hombre debía ser muerto (Manuscrito 29, 1895).
Debe cuidarse con tanto celo como el arca.–Tanto los miembros de iglesia como los empleados de la casa editora debieran sentir que como obreros juntamente con Dios tienen que desempeñar una parte en el cuidado de su institución. Debieran ser guardianes fieles de sus intereses en todo sentido, y tratar de protegerla no sólo de pérdidas y desastres, sino todo lo que pudiera profanarla o contaminarla. Nunca su buena fama debiera resultar manchada a causa de sus actos, ni siquiera por el hálito de la crítica ni la censura descuidada. Las instituciones de Dios debieran considerarse como un legado a cuidar con tanto celo como el que manifestaban los antiguos israelitas al proteger el arca (TI 7:183).
La presencia del Señor Jehová en cada departamento.–La presencia del Señor Jehová debe reconocerse en cada oficina y departamento de la casa editora, así como su voz era reconocida por Adán y Eva en el huerto del Edén. El Señor va a su propio lugar en las oficinas17 de la Review and Herald, de la que deben salir las bendiciones de la luz de su presencia y llenar con su Espíritu a cada obrero que le sirve, para que ni una pizca de los atributos de Satanás se manifieste en lo que los ojos miran, en lo que los oídos escuchan, en las palabras que se hablan ni en las actitudes que se adoptan.
Los que están en posiciones de autoridad debieran decir con su comportamiento: “Soy un maestro, un ejemplo. Lo que he visto hacer a Cristo, mediante el ojo de la fe y la inteligencia de mi comprensión, al leer las preciosas lecciones que salían de sus labios divinos, como aprendiz de su humildad y mansedumbre de corazón, lo revelaré a todas las personas con quienes tenga contacto. Esta será la mejor ilustración que dar a los que se relacionen conmigo como aprendices, los cuales deben aprender cómo llevar a cabo un servicio puro, limpio y no adulterado, libre del fuego común, las teorías mundanas y las máximas comunes que prevalecen en las casas comerciales” (Carta 150, 1899).
Ángeles supervisores en la casa editora.–La maquinaria puede ser manejada por hombres hábiles en su dirección; pero cuán fácil sería dejar un tornillito, una pequeña pieza de la máquina fuera de su lugar, y cuán desastroso podría ser el resultado. ¿Quién ha impedido los accidentes? Los ángeles de Dios vigilan el trabajo. Si pudiesen abrir los ojos de los que manejan las máquinas, discernirían la custodia celestial. En cada dependencia de la editorial donde se realiza el trabajo hay un testigo que toma nota del espíritu con que se realiza, y anota la fidelidad y la abnegación que se revelan (JT 3:180).
He visto a los ángeles de Dios pasar de una dependencia a otra, observando los artículos que se estaban publicando, y también cada palabra y acción de los obreros. El gozo iluminaba sus rostros y sus manos se extendían en bendición.
Pero los ángeles de Dios se sienten agraviados por las manifestaciones de dureza. Dios ha dado una mente y una experiencia a cada uno, posiblemente una experiencia más elevada que la nuestra. Tenemos que aprender de Cristo a ser mansos y humildes de corazón. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y os abrirán” [Mat. 7:7] (Manuscrito 73, 1906).
La conversación que se mantiene en la casa editora debiera ser de carácter elevado, alejada de toda cosa baladí e insensata. Hay un exceso de conversaciones comunes. El Señor desea que todo lo que se relacione con su servicio esté sobre un plano elevado. Recordemos que los ángeles circulan por todas las dependencias de la casa editora (Manuscrito 81, 1901; ver también T 3:191, 192).
El Modelo perfecto de los obreros.–Los que trabajan en la casa editora y profesan creer la verdad debieran manifestar el poder de la verdad en su vida, y demostrar que en su trabajo se están proyectando hacia adelante y hacia arriba basados en principios. Debieran estar modelando su vida y su carácter sobre el Modelo perfecto...
El Señor requiere que todos los empleados de la casa editora trabajen impulsados por motivos elevados. Cristo, en su propia vida, les ha dado un ejemplo. Todos debieran trabajar con interés, dedicación y fe por la salvación