Historia de lo trans. Susan Stryker
se publicó la primera edición de este libro en 2008, la búsqueda en Google del término inglés transgender generaba 7,3 millones de resultados, y la búsqueda de la palabra transsexual producía 6,4 millones de resultados. En 2017 se obtienen 70,7 millones de resultados al teclear transgender, mientras que transsexual logra 56,8 millones –lo que supone un incremento diez veces mayor en menos de diez años. De nuevo en los cincuenta, Christine Jorgensen podía motivar una cobertura mediática de millones de palabras simplemente por ser transexual, mientras que ahora los medios contemporáneos se encuentran completamente saturados con continuas referencias y representaciones de la transexualidad y otros fenómenos transgénero –desde series premiadas como Transparent a las más innovadoras como Sense8 de las Wachowskis, pasando por programas de telerrealidad como I am Jazz– y por no hablar de la cobertura integral de la transición de género de Caitlyn Jenner o de las anunciadísimas portadas sobre cuestiones trans de algunos medios impresos de gran tirada como Time y National Geographic.
Han confluido muchas tendencias culturales, condiciones sociales y circunstancias históricas para que los temas trans estén en el candelero. Algunas personas creen que el número de personas transgénero está en aumento. Las personas que favorecen las teorías biológicas suelen apuntar a factores medioambientales, como la cantidad de sustancias químicas disruptoras endocrinas presentes en el agua, el suelo y la comida. Otros observadores y observadoras insisten en que el aumento de la visibilidad es solo un artefacto de la era de Internet –no se trataría realmente de un ascenso en la prevalencia, sino de una nueva forma para que personas anteriormente aisladas e invisibles en términos sociales puedan ponerse en contacto y difundir información sobre sí mimas. Otras personas apuntan a una evolución de los propios sistemas de género que parece reducir la división cis/trans a reliquia del siglo xx. La globalización conlleva un contacto cada vez más frecuente y amplio con personas de otras culturas, incluyendo a aquellas con experiencias distintas de género y sexualidad, lo que puede generar mayor familiaridad y comodidad con la variación de género.
La fascinación actual con las cuestiones transgénero podría tener también algo que ver con las nuevas ideas sobre la forma en la que funciona la representación en la era digital. En la era analógica se daba por hecho generalmente que cualquier representación (palabra, imagen, idea) designaba una entidad real, del mismo modo que una fotografía era una imagen producida por la luz que incide y rebota en los objetos físicos y genera un cambio químico en un trozo de papel, o la grabación de un sonido era una incisión en un trozo de vinilo generada por las ondas sonoras de un instrumento musical o de la voz de una persona. Exactamente del mismo modo se entendía comúnmente que el género social y psicológico de alguien indicaba el sexo biológico de dicha persona: el género se consideraba una representación del sexo físico. Pero una imagen o sonido digital es algo completamente distinto. No queda muy claro qué relación guarda con el mundo de los objetos físicos. No designa un objeto «real» de la misma manera, y puede ser de hecho una completa recreación píxel a píxel o bit a bit –pero una recreación que pese a todo existe como imagen o sonido tan real como cualquier otro. La representación transgénero funciona de forma similar. La imagen y el sonido de «hombre» y «mujer» son perfectamente comprensibles, independientemente de cómo se produzca e independientemente del material al que hagan referencia. Para la generación crecida en plena revolución digital de medios y telecomunicaciones durante el cambio de siglo, que se encuentra completamente inmersa en la cultura del videojuego y los efectos especiales cinematográficos generados por ordenador, el término transgénero solo tiene sentido de forma intuitiva como una forma de ser posible, incluso para personas que no se consideran transgénero. El «yo» ha dejado de representar el cuerpo biológico como lo solía hacer en el siglo pasado, y ser trans simplemente ha dejado de suponer el drama que solía suponer en muchos contextos.
Probablemente falte otra media docena de cosas en la ecuación. El final de la Guerra Fría a finales de los ochenta y principio de los noventa marcó el inicio de una era en la que se hizo imperativo político ir más allá de los binomios totalizadores Oriente-Occidente que moldearon la conciencia colectiva en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En la era geopolítica descentralizada y globalizada que sucedió a la Guerra Fría, el transgénero representaba un cambio similar en la medida en la que trascendía los binomios «hombre» y «mujer». En la década de los noventa, tan difícil de comprender ahora que estamos bien metidos en el siglo xxi, también existía la sensación de que el inminente giro de milenio nos transportaría inmediatamente al «futuro», en el que todo sería diferente, y en el que todas las personas tendríamos coches voladores como los Jetsons y radios de pulsera bifunción como la de Dick Tracy (cuando en la vida real habríamos de conducir coches robóticos con piloto automático y teléfonos inteligentes con videocámara). El concepto transgénero en los noventa se convirtió en una forma de imaginar el futuro, en el que las nuevas telecomunicaciones, la biotecnología y la ciencia médica prometían reinterpretar el significado de ser humano.
Pero la realidad, dejando completamente al margen fantasías de ciencia ficción, es que la tecnología está transformando sin duda las condiciones de la vida humana en la Tierra de forma drástica. Deténganse por un momento a reflexionar sobre algunos avances recientes (y no tan recientes) en biomedicina: la clonación, la fecundación in vitro, la cirugía intrauterina, los bancos de esperma y óvulos, las casas de gestación subrogada, la ingeniería genética, la terapia genética, los híbridos entre plantas y animales, el ADN artificial, los embriones humanos con más de dos progenitores genéticos. Conforme se siguen incorporando estos y otros avances biomédicos, encontramos cada vez más formas de separar el sexo (en el sentido de reproducción biológica) de la identidad de género propia o del rol social de género. Las cuestiones trans contemporáneas son una ventana a este nuevo y osado mundo.
II
Más de cien años de historia transgénero
Imaginen que son una joven en la década de 1850 incapaz de hacer frente a la vida conyugal y al cuidado de los hijos e hijas, que carece de capacitación laboral práctica fuera del entorno doméstico, y que sueña con vivir aventuras en el ejército, en alta mar o en las ciudades mineras del escarpado y desértico Oeste. Ataviadas con la ropa de su hermano, se escabullen en la oscuridad y se dirigen al encuentro de su destino. Su vida puede depender de ser percibidas por exactamente la persona como la que se presentan. Imaginen, si no, que son un muchacho que siente debilidad por la compañía social de las mujeres pero no interés romántico por ellas, cuya mayor felicidad es la de cuidar de los niños y niñas. Se estremecen con solo pensar en ser tratadas como una mujer. Se pierden entre las calles de una gran ciudad, buscando una manera de vivir que les haga sentir bien, pero terminan siendo el objeto de todas las humillaciones con las que la sociedad puede pagar a un individuo afeminado, soltero y con pocas posibilidades de lograr un empleo o un hogar.
La regulación de la sexualidad y el género
Desde los inicios del asentamiento colonial de lo que ahora conocemos como EE.UU. ha habido quienes contradecían las expectativas sociales de lo que se consideraba «típico» de los hombres o de las mujeres. Thomas o Thomasine Hall fue una sirviente en la Virginia de la década de 1620, posiblemente con una anatomía intersexo, que en ocasiones vivía como hombre y otras como mujer. La colonia de Massachusetts aprobó por primera vez leyes contra el travestismo en la década de 1690. En el siglo xviii, muchas mujeres y personas transmasculinas –entre las más conocidas, Deborah Sampson– se alistaron en el Ejército Revolucionario como hombres. Joseph Lobdell, anteriormente conocido como Lucy Ann, autor de The Female Hunter of Delaware and Sullivan Counties, se hizo localmente famoso en el norte del estado de Nueva York durante los inicios de la República no solo por su excelente puntería con el rifle sino como defensor feminista de la reforma del matrimonio, antes de que pasaran a considerarlo un enfermo psiquiátrico y lo internaran por el resto de su vida. Una popular revista literaria, The Knickerbocker, llegó a publicar un relato de ficción en 1875 titulado «The Man Who Thought Himself a Woman», que presentaba un retrato empático de una persona con sentimientos transgénero. Durante todo el periodo anterior a la Guerra Civil, la institución de la esclavitud solía privar a los esclavos y esclavas de sus significantes de género no únicamente alejándolos de los roles sociales tradicionales para hombres y mujeres propios de sus culturas africanas de origen sino también tratando