Me quedo con la cabra. Félix Rueda

Me quedo con la cabra - Félix Rueda


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Nati era hija única y se toreaba la autoridad paterna a placer. Pero estos chicos merecían un poco de escarmiento, para que al menos tomaran conciencia del barullo que se podía montar, cuando se actuaba de forma poco inteligente, sin medir las consecuencias de sus actos, lo que sucedía más a menudo de lo deseable.

      ―Martí, yo no puedo bajar. El padre de Nati me asesina… ―Roberto no pudo reprimir una carcajada y Martí reprendió a Fideo.

      ―Acaso no te hiciste el hombrecito anoche en la cabaña, pues ahora es el momento de demostrar que no sólo lo eres con el rabo y si has de pasar por la vicaría para tranquilizar a Tomás, pues lo haces ―Fideo ni por un instante había pensado en el casamiento y valoraba seriamente si no prefería la muerte.

      ―No me jodas Martí, que acabo de empezar agrónomos. Con Nati nos entendemos de coña, pero no me puedo casar ahora. ―Martí y Roberto se miraron con una sonrisa cómplice y se encogieron de hombros. Los tres hombres dirigieron su mirada a Nati.

      ―¿Tú qué opinas Nati? ―La muchacha reflejaba su preocupación en el semblante, pero parecía tener las ideas bastante claras

      ―Que Fideo está todavía un poco verde en todos los aspectos. ―Y miró a Fideo tiernamente, como pidiéndole disculpas―. Ya arreglaré la cosa con mi padre, pero nadie va a pretender que nos casemos por lo sucedido. No estamos en la Edad Media… Maldita sea, qué tonta soy, en que lío nos hemos metido, total por un polvo en malas condiciones y yo que creía poderlo arreglar todo con una bola que ya tenía apalabrada con Clara. Ella salió ayer noche y sus padres siempre duermen cuando ella llega a casa, representaba que nos habíamos acostado tarde y yo me había levantado temprano. Pero esta mañana nos hemos dormido. A ninguno de los dos se nos ocurrió que esto podía pasar y mucho menos llevarnos un despertador. ―Roberto y Martí se miraban sonriendo ante aquella reflexión de Nati. Roberto pensó para sus adentros sobre lo avanzadas que estaban estas chicas del campo y sobre lo afortunado que había sido Fideo. La muchacha merecía un repaso, tanto en sus aspectos físicos, como intelectuales y a él, no le hubiera importado ejercer como profesor.

      Cuando se encontraban relativamente cerca del monasterio, Martí acordó con Roberto y con los chicos que él se avanzaría para dar la noticia y apaciguar los ánimos de Tomas―: Intentaré transformar el drama en celebración, ya que a Nati no le ha sucedido nada… desagradable. ―Martí utilizó un tono irónico―. Y a ti Fideo, espero rebajarte la condena a muerte, o cadena perpetua, a falta leve, pero no os aseguro nada. Esperar un cuarto de hora y empezar el descenso. ―Y emprendió el camino.

      Cuando llegó al llano del monasterio, el padre estaba sentado con la cabeza entre las manos rodeado por dos miembros de la Guardia Civil. Con una voz y un gesto del brazo llamó la atención de los presentes.

      Explicó al padre lo sucedido tratando de restarle importancia―: Tomás, no te alteres. Ya sabes cómo son los chavales de hoy en día, no ha pasado de ser una gamberrada inconsciente. Además, lo importante es que Nati está bien, por lo tanto, final feliz y no se hable más.

      ―Sí hombre, todavía defiéndelos. Cagondeu, cagondeu, Martí, yo los mato. En cuanto los pille los muelo a palos. La envío a un internado con las monjas para que la enderecen. Esta niña se me ha descarriado. Con que cara voy a mirar ahora a mis vecinos. ―Todos los presentes trataron de calmarlo. El cabo Gálvez trataba de explicarle las que tenía él con sus hijos.

      ―Señor Tomás, si yo le explicara… A estos, aunque los ates en corto, se escurren como anguilas. No hay otra cosa a hacer que resignarse y esperar que no cometan alguna locura. Mientras nadie tome mal. Alabado sea Dios. Los tiempos han cambiado, qué le vamos hacer. ―Cuando Tomás estuvo un poco más sosegado, decidieron, como se había acordado antes de la batida, lanzar un cohete para dar aviso a los exploradores de que la búsqueda había concluido. También se transmitió un avisó para aquellos que llevaban radio portátil, de esta manera muchos ya conocerían los hechos antes de llegar al monasterio. Transcurridos quince minutos apareció Roberto con los muchachos cabizbajos. Tomás escenificó una tragedia de estilo segarriano. Se mesó los cabellos, cogió un garrote y avanzó unos pasos, después lo tiró y les dio la espalda. Finalmente, con lágrimas en los ojos y proclamando al cielo que la iba matar, se fue hasta su hija y la abrazó, como si la acabara de arrebatar de los brazos de la muerte. ―Hija mía, nos vas a matar de un disgusto. No sabes cómo está tu pobre madre, con lo delicada que está de salud, la vas a llevar a la tumba. Ya puedes ir corriendo para casa a tranquilizarla. Que Amadeu te lleve con el coche, que yo me tengo que quedar aquí para agradecerles a estos señores. ―Nati trató de empezar una disculpa.

      ―No, no, será mejor que no digas nada. Cuando llegue a casa, ya hablaremos tú y yo. ―Y dirigiéndose a Fideo, que estaba cabizbajo en un lugar un poco apartado rodeado de gente que lo atosigaba a preguntas y recriminaciones ―Y tú, ya puedes largarte de aquí. Rápido, antes de que me arrepienta y te rompa la cabeza. Y que no te vea nunca más cerca de mi hija, o te rompo la crisma. Y como me la hayas preñado, os caso, aunque sea a la fuerza.

      Algunos hombres con golpecitos en la espalda y otros a empellones, acompañaron a Fideo hasta la moto, una chicharra de esas que producen más decibelios que velocidad, la cual había aparcado la noche anterior junto al bar y le recomendaron que se marchara lo antes posible, para evitar males mayores.

      La Guardia Civil dio aviso a las autoridades competentes de que el dispositivo había sido desactivado, en el lenguaje más técnico posible, mientras el padre de Nati apesadumbrado agradecía a todos los presentes la colaboración y se disculpaba en nombre propio y de su hija. Después se llegó hasta el bar y encargo unos guisos de conejo con caracoles para el desayuno de los que habían participado en el rescate. Debían estar cansados y se requería un desayuno un poco fuerte para recuperar las fuerzas. Él, excusó su presencia por el disgusto y la necesidad de llegar a casa para ponerle los puntos sobre las íes a aquella mocosa. Pero finalmente, se dejó convencer para gozar del desayuno con sus vecinos y amigos y de esta forma relajarse un poco, antes de ejercer la dura labor de padre.

      8

      Nunca hubiera creído que se iba a sacar el bachillerato superior con buenas notas, el ambiente de estudio ayuda mucho y Martí había conseguido formar un grupo de compañeros, que todas las noches estudiaba o, al menos, eso es lo que decía en su casa. En el caso de que no estudiara, tampoco tenía la sensación de perder el tiempo. Siempre llegaba más allá de las once de la noche, sus padres ya se habían acostado y él cenaba en la cocina lo que su madre le había dejado preparado. La pobre mujer, siempre se despertaba para preguntarle si necesitaba alguna cosa y él respondía parcamente con un: “no, sigue durmiendo”, sabía que la mujer lo hacía con la mejor intención, pero a su edad, le molestaba mucho que lo anduvieran controlando. Por otra parte, conocía lo suficiente a sus padres, para saber que si por la mañana cumplía con sus obligaciones laborales, no le pondrían impedimentos a su vida trasnochadora, algo que le costaba un terrible esfuerzo cada mañana cuando sonaba el despertador, pero lo vivía como una conquista alcanzada, que no quería poner en peligro y, aunque fuera haciendo un ejercicio de sonambulismo, cada mañana llegaba al trabajo a la hora establecida y después aprovechaba los rincones, los recados o los transportes para echar cabezaditas y recuperar la falta de sueño.

      Martí tenía la convicción de que, si se hubiera dejado guiar por sus padres, nunca hubiera acabado el bachillerato elemental y su tío Tomás, al que debía, en buena parte, su situación actual, ya no estaba allí para ayudarlo. Aunque todos dijeran que un lío de faldas lo había hecho ausentar del país por tiempo indefinido, ya que un marido celoso había puesto precio a su pellejo, Martí estaba convencido de que su tío también andaba envuelto en política. Lo de los cuernos, bien pudiera ser cierto, a Tomás nunca le habían frenado los lazos legales cuando de una mujer se trataba, pero esa no podía ser más que una excusa, después de todo, antes de marchar a Alemania le había dicho―: En este país ya no puedo vivir, creo que seré más útil desde el extranjero. Espero poder volver cuando todo cambie. ―Sin haberle dicho nada concreto, Martí adivinaba un mensaje secreto en aquellas palabras, que sólo podían tener un matiz y seguro que no era el de los peligros


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