Seducción: El diario de Dayana. Rafael Duque Ramírez

Seducción: El diario de Dayana - Rafael Duque Ramírez


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o el tantra en general, exploraciones o masajes, nos pueden permitir descubrir la magia de los sentidos y lograr experiencias sexuales más satisfactorias o largas, incluso de horas. Es difícil catalogar que es perverso o depravado, cuando aun estamos en una etapa de liberación sexual. El erotismo, queramos o no aceptarlo, forma parte de la vida que todos debemos o deberíamos vivir, gozar y disfrutar. Una buena narrativa como es este texto, convierte el deseo en arte. Se necesita valor para narrar en momentos de manera explícita. Un texto erótico siempre se produce con un poco de timidez, como si estuviéramos sin querer, espiando una escena privada, íntima, por el ojo de una cerradura.

      Después de disfrutar de este hermoso diario, solo resta desearles a esos ilustres lectores descocidos: ¡Felices orgasmos!

      Héctor Julio Cediel Guzmán

       CAPÍTULO I

       INICIO

      El halo de mi respiración contrastaba con el vapor que emanaba de su cuerpo aun tibio, ensangrentado en el piso de aquel jardín. Contemplar el pasto enrojecido, me hizo pensar en la fragilidad de la vida.

      Me acerqué al cuerpo, lo abracé y lo acompañé en su partida de este mundo, mientras le susurraba al oído:

      –Te amo.

      Besé sus labios fríos e inertes hasta cuando exhaló su último aliento. Me puse de pie. El frío del lugar me obligó a abrazarme a mí misma… Ante esa escena macabra, la oscuridad, el frío penetrante y el cuchillo teñido de rojo en mi mano, solo pude sonreír. Nadie se burlaría más de mí.

       CAPÍTULO II

       HIPNOSIS

      Lunes 10:00 de la mañana. Consultorio particular.

      –Doctor Bustamante…

      –Dígame Stella…

      –La señorita Dayana llamó para cancelar la cita de hoy.

      –OK gracias. ¿Dijo por qué?

      –No, doctor.

      –Está bien. Déjame ese espacio libre, hoy quiero almorzar fuera. Mejor aun, cancela las citas de la tarde.

      –Como diga doctor.

      Sentado y algo somnoliento, disfruto ese olor característico. Amo ese olor, a café recién hecho.

      ¡Me despierta y me centra!

      No existía algo más delicioso que observar la ciudad desde la ventana de mi consultorio, bebiendo una deliciosa taza de café.

      De repente, en la ventana principal apareció un precioso colibrí que por escasos segundos, voló ante mí, al otro lado del ventanal. ¡Inexplicable libertad! ¿Cómo es que esta preciosa ave, tiene la facultad de sostenerse en un mismo sitio solo con su vigoroso aleteo?

      Pensé… Así somos los seres humanos. Podemos estar en un solo sitio y en seguida, movernos con gran velocidad. Esa fragilidad y al mismo tiempo esa fortaleza, me recordaron a Dayana, la paciente que acababa de cancelar su control.

      No pude dejar de pensar en ella. Con solo imaginarla, me llenaba de múltiples sensaciones y por eso, le había pedido a mi secretaria que no pasara alguna llamada y cancelara las consultas del resto de la tarde. Con mi mente puesta en ella, me dirigí hacia la gaveta donde se archivan las historias clínicas de mis pacientes, y busqué la suya.

      Dayana González fue tal vez, una de mis más queridas pacientes y cuando digo esto, me refiero a que su caso era fascinante e intrigante y se convirtió en un reto personal. El caso de Dayana me había dejado muchas enseñanzas y a la vez, había abierto una nueva puerta hacia una forma diferente de realizar un tratamiento psiquiátrico conductual con grandes resultados y cambios significativos, lo cual me permitiría publicar un texto sobre el nuevo enfoque para las personas con baja autoestima. Sin embargo, estaba haciendo esta revisión de su caso para remitirla a un colega cercano, porque yo no podría seguir atendiéndola.

      Entonces, vinieron a mi mente, las imágenes de la primera vez que Dayana llegó a mi consultorio, de eso hace casi cinco años, cuando fue enviada directamente por el despacho judicial, con una orden de investigar la causa de sus trastornos depresivos e intento de suicidio.

      Leí mi reporte:

      Nombre: Dayana Aidé González Tique Edad: 27 años

      Diagnóstico: depresión mayor, psicosis e intento de suicidio

      Los hechos solo describían un intento de suicidio a los 17 años. En aquel entonces, su hermana la había encontrado inconsciente en el piso, con un frasco vacío de pastillas para dormir en la mano.

      La joven fue hospitalizada y después del manejo agudo en cuidados intensivos, había salido para valoración psiquiátrica. Durante el interrogatorio, fue enfática en asegurar que no recordaba algo de lo sucedido, lo cual podría significar un síndrome de estrés postraumático. O tal vez, podría corresponder a la negación que hacía parte de su misma depresión. Aun con un espacio en su memoria reciente, le dieron de alta, con una orden para continuar un manejo por psiquiatría al cual nunca asistió.

      Al presentar nuevo episodio de pérdida de memoria y encontrarla en el suelo de un primer piso al final del corredor, su compañero la recogió y sostuvo que se había puesto agresiva y había caído por la escalera.

      En esta oportunidad, fue remitida a mi consultorio para manejo particular por psiquiatría, gracias a una red de apoyo. Su compañero sentimental rechazó el tratamiento y desapareció de su vida.

      Dayana era una mujer joven, delgada y frágil, de cabello ondulado castaño oscuro con visos rojizos, piel pálida casi transparente, grandes ojos oscuros de mirada curiosa, pestañas largas y cejas pobladas, nariz respingada, boca pequeña, nada de maquillaje, mentón perfilado, protuberantes senos y caderas generosas, largas piernas, manos pequeñas con largos dedos y con un intelecto promedio. Oriunda de un pueblo cercano, pude leer en mis notas que por entrevistas a conocidos y familiares, se le consideraba como una mujer responsable, trabajadora y fuerte, a pesar de que era insegura en el hablar, no sostenía la mirada y su voz tenía un tono bajo, todo lo cual evidenciaba que había tenido una niñez muy difícil.

      Ahora, su expediente llenaba casi toda la gaveta y en una hoja de notas escribí el orden de su mayor tesoro: su historia contada por ella misma en manuscritos que había registrado en pequeña libretas que había manejado a la manera de diarios, y yo había fotocopiado con su consentimiento.

      Leí mi primer encuentro con ella. En realidad, yo solo anotaba mis conclusiones de cada sesión, pero tenía las cintas de audio de cada entrevista, ordenadas por fecha. Coloque la número 1.

       CINTA 1

      –Dayana, háblame de tu niñez.

      –Éramos una familia normal con papá, mamá y mi hermana mayor, hasta cuando a los cinco años, mis padres se separaron. Desde entonces, mi vida se volvió un continuo viaje entre pueblos pequeños de la zona cafetera, hasta que mi mamá se organizó de nuevo con un hombre del mismo pueblo donde habíamos vivido con papá, donde habíamos nacido todos y donde vivía nuestra abuela paterna. No recuerdo mucho, pero sé que no fueron años felices desde que mi padre se fue, porque me llegan imágenes de regaños y golpes de mamá y de mi padrastro, por haber ensuciado mi ropa, por no haber traído un mandado rápido, porque no respondí o porque mi hermana Juliana daba quejas por todo. No tuve muchas amigas, pero en el colegio departamental de El Refugio, me hice amiga


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