Seducción: El diario de Dayana. Rafael Duque Ramírez
acá? ¿Quién es usted? Preguntó exaltada.
–Dayana, soy Juan Pablo Bustamante, tu psiquiatra.
–¡Yo no estoy loca! Gritó.
–Tranquila, yo sé que no estás loca, estamos aquí para que puedas recordar qué te ocurrió. Voy a tratar de ayudarte con una prueba de hipnosis para que recuerdes lo que tienes bloqueado.
–Quiero a mi hermana conmigo. Me dijo con una mirada de odio.
–Está bien, ya la hago seguir. Le respondí.
En realidad, esta no era una buena idea porque todavía no conocíamos los motivos de su intento de suicidio. Sin embargo, se me ocurrió algo. Así que dejé entrar a la hermana y le hice hipnosis, para sacar sus recuerdos del inconsciente y dejarlos como un sueño. En esta forma, ella podría recordarlos, pero no los revelaría frente a su hermana. Por supuesto que para poder iniciar el tratamiento, yo debía conocerlos. Ese era mi problema, buscar la forma de que ella me revelara sus más íntimos recuerdos, pero debido a su actitud y falta de empatía hacia mí, sería muy difícil obtener esa información.
–Quiero que cierres los ojos… Ahora, sientes tus párpados pesados y tu cuerpo se relaja con el sonido de mi voz. Vas a contar en retroceso 10 – 9 – 8… Notas muy pesados tus brazos, 7 – 6… Solo escuchas mi voz, 5 – 4… Te encuentras en un lugar seguro, 3 – 2… Al tronar mis dedos, estarás dormida, 1 – 0, ¡clap!
Quiero que recuerdes cuando eras niña y vivías con tus padres. ¿A qué jugabas? ¿Quién te cuidaba? ¿Alguien te consentía? ¿Alguien te hizo daño?
Dayana pasó entonces, de un estado de risa incontenible, a un estado de agitación y llanto.
Cuando la vi muy agitada, la desperté.
Su hermana, me miraba con angustia y me preguntó:
–Doctor, ¿qué tiene Dayana?
–Todavía no lo sé, pero voy a averiguar para ayudarle. Por favor, permítame unos segundos con ella a solas.
–Dayana, hoy hiciste un excelente trabajo. Me gustaría que llevaras un diario en donde anotes tus sueños y las cosas que recuerdes.
Ella dijo:
–En este momento tengo muchos recuerdos, pero no recuerdo lo que me pasó hace una semana.
–Tranquila, vamos con calma. Tómate tu tiempo.
–Nos veremos en una semana.
Impresión: paciente con serios problemas de memoria secundarios, estrés postraumático y depresión. En estado de negación.
Sin embargo, sus recuerdos al parecer, la afectaban y la ponían más triste, y para medicarla, le pedí que me trajera lo que hubiera escrito.
A su siguiente cita, llegó con un cuaderno marrón donde había anotado sus recuerdos. Me lo entregó y luego, se angustió y me lo intentó quitar.
–¿Qué pasa? Le pregunté.
–Nada doctor, es que…
–¿Qué sucede? Tranquila, lo que haya escrito en este cuaderno, quedará entre los dos.
–Es que escribí cosas sobre usted.
–No tienes de qué preocuparte, le respondí. Eso hace parte del tratamiento, tu empatía hacia mí.
Yo no te voy a juzgar, solo quiero ayudarte.
Hice una fotocopia del diario y se lo devolví. Ella me miró con rabia y desconfianza. Acto seguido le dije:
–Tranquila, estoy para ayudarte.
Noté que ella salió muy preocupada por haberme entregado unas hojas con parte de su vida.
Me senté en el diván y empecé a leer. Al comienzo, la letra de Dayana era vacilante y mostraba duda y agresividad al mismo tiempo. Luego, observé que la letra mejoraba, se hacía más legible y entonces, podía leer muchos detalles con mayor claridad. Me acomodé en el sillón, limpié mis lentes, coloque un CD de Bach y empecé a leer con la idea de encontrar la verdad.
Esto me parece una estupidez. Por orden de mi petulante psiquiatra, empiezo este diario. ¡Si supiera lo mal que me cae, y cuánto lo desprecio! Se cree mucho con su traje fino y su colonia costosa. Me dice que me va a ayudar a entender mi vida, sin entrometerse en ella.
Cómo puedo creerle a un matasanos que no cura las enfermedades, sino que le pagan por decidir quién está loco y quién no.
Lo primero que debo escribir es quién soy. ¿Y quién puedo ser, por Dios? Soy Dayana, una mujer común y corriente, no soy fea ni tampoco bonita. Debo estar pesando unos 55 Kilos y mido
1.65 m. Odio los deportes, no creo en nada ni nadie. No tengo amigas, la única que tuve en el colegio fue Liliana Camacho que me robó mi novio del curso. Desde entonces no tengo a nadie, y creo que no he amado. Me considero inocente… Aunque en mis primeros recuerdos, me veo de visita en la finca de mis abuelitos. Allí los hijos de los mayordomos que vivían en esa casa, eran cuatro niños; el menor de ellos me llevaba dos años y entre ellos, se llevaban un año. Me llevaron a jugar. Recuerdo que había un carro abandonado como decoración en todo el centro de la entrada de la finca, que le decían el crucero del amor. Y allí me llevaron a jugar. Cuando me di cuenta, todos me empezaron a tocar y a subirse encima de mí. Primero uno, después el otro y así… Todos se divirtieron. Yo tenía un vestidito azul y mediaspantalón que me las bajaron hasta las rodillas con los cucos, mientras frotaban sus pequeños penes en medio de mis piernas. Yo no entendía lo que sucedía, aunque me gustó y quería que todos siguiéramos jugando. De pronto, escuché la voz de mi mamá, preguntando dónde estaba. Los niños me dijeron que no le contara lo que había sucedido a nadie. Ahí, entendí que era algo prohibido pero rico…
Dos años después, mi primo que es un año mayor que yo, me invitó a jugar a desfilar desnudos y cuando él me veía, se le paraba. No sabía por qué era eso, pero me gustaba verlo así.
Él leía revistas con vulgaridades que un tío suyo escondía debajo de la cama y una vez, me las mostró. Tan solo vi una pareja que estaba muy junta, pero nunca reparé en la unión de sus sexos. Entonces, empezamos a jugar al papá y a la mamá… Tan solo había roces, no recuerdo haber sentido placer, pero sí recuerdo haber visto su pene infantil parado cuando jugábamos juntos, y me encantó.
CINTA 2
–Dayana, buenas tardes, ¿cómo estás? Le pregunté.
–No sé. Usted es el doctor, ¿cómo me ve?
–Espérame… Te vuelvo a explicar que mi función acá, es ayudarte a encontrar los recuerdos perdidos. Y entre los dos, entender qué te sucede.
–Pues ahí, escribí de lo que me acuerdo.
–¿Me puedes contar qué recordaste?
–¿Para qué lo escribo, si después se lo tengo que decir?
–Es que quiero evaluar tu memoria.
–Pues… Escribí que cuando era niña, me divertí con juegos prohibidos, pero que nunca he hecho nada malo.
–Está bien. Ahora, cuéntame lo que recuerdas de tu primer amor.
–¿Tengo