Seducción: El diario de Dayana. Rafael Duque Ramírez

Seducción: El diario de Dayana - Rafael Duque Ramírez


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y me dijo:

      –¿Dayana qué te pasó?

      –Nada, contesté muy tímida…

      –¿Por qué tienes un negro en la espalda? ¿Te golpeaste? ¿Te puedo ayudar?

      –Nadie puede. Contesté, mirando a lo lejos.

      En ese momento, Liliana mi amiga, lo llamó. Juan Diego, ven por favor. Mmmm así que se llama Juan Diego. ¡Por fin supe su nombre!

      Él se despidió y corrió a donde Liliana que lo había escogido para hacer un equipo y jugar voleybol contra el equipo donde yo jugaba.

      Juan Diego era alto, lo creía perfecto, aunque lo veía un poco torpe. Mi equipo ganó el partido y él no dejó de mirarme cuando estábamos jugando. Al final, se me acercó y me dijo:

      –El sábado vamos a ir al río con unos compañeros. ¿Te gustaría ir?

      –No sé, si me den permiso. Le dije con toda sinceridad.

      Él me miró con lástima y dijo, intenta. Y fue cuando Liliana dijo:

      –Yo sí voy.

      –Está bien, las espero. Dijo Juan Diego, mirándome cuando se iba. Liliana me miró y dijo:

      –Seguro no podrás ir. Y se fue.

      Ese día cuando llegué, hice mis tareas, arreglé mi cuarto, limpié la casa y hasta hice la comida.

      Cuando llegó mi mamá, le pedí permiso para ir al paseo. Pero solo me dijo:

      –Ni lo crea, Dayana. Usted está castigada, no se puede confiar en usted. Y ni hablar de su primo.

      Espero que no se estén viendo al escondido.

      –Pero mamá… Le dije.

      Ella levantó el brazo como si fuera a pegarme y dijo:

      –Ya dije que no.

      Me fui a mi cuarto y lloré toda la noche. Al día siguiente, cuando lo vi en el colegio, decidí volarme con él, sin importarme lo que me pasara.

      Ese sábado estuve desde temprano, haciendo los deberes de la casa. No quería llamar la atención. Juliana me quiso molestar desde por la mañana, pero no caí en su juego y después de hacer oficio todo el día, le dije a mi mamá que el periodo me había llegado y quería acostarme temprano. Por eso me fui y cerré la puerta de mi cuarto con llave. Estuve callada y a oscuras casi tres horas, hasta que todos se durmieron. Entonces, me puse unos jean, una camiseta y unos tenis. Había decidido ir al paseo.

      Caminé hasta la casa de Liliana, y le tiré una piedra a la ventana, pero nadie salió. Entonces, me fui hasta el cruce que llevaba al camino del río, y me encontré con varios compañeros del colegio. Se extrañaron de verme fuera de mi casa y al parecer, me veía bien sin el uniforme, porque algunos me halagaron, y me dijeron que me veía muy linda. Me sentí muy feliz. Entonces, me di de cuenta que todos miraban mis senos.

      Cuando llegué al cruce, me dijeron que estaban esperando al único carro que había para llegar hasta el río y se gastaba unos diez minutos en carro, y unos cuarenta minutos a pie.

      Tuve que esperar y en el siguiente viaje, pude subir a la destartalada camioneta con platón que todos los días normales, llevaba pollos y por eso, había muchas plumas dentro de ella.

      Cuando llegamos al pozo, me encontré con unos treinta muchachos, tomando cerveza. A lo lejos, vi que Juan Diego estaba hablando con Liliana, pero cuando me vio, se levantó y se me acercó. Liliana no me quiso saludar. Se quedó sentada con otros muchachos.

      Juan Diego me saludó con cariño. Tenía una camisa leñadora ajustada a su pecho y un jean apretado. Me cogió de la mano y me brindó una cerveza que le acepté. Nos sentamos al lado del río y hablamos un rato de muchas bobadas. Él me miraba con ternura y escuchaba con atención lo que yo le iba diciendo.

      Pasó el tiempo y después de tres cervezas mías, no sé cuántas de él, los compañeros de Juan Diego, lo empezaron a picar para que me besara. Él como galán de pueblo se me echó encima, pero yo lo rechacé varias veces, pero sabía que me gustaba. Pude entender que quería algo conmigo. Confié en sus “buenas intenciones”, porque me gustaba mucho, pero no quería que me viera débil porque de seguro, si sabía que me encantaba, se iba a aprovechar de mí. Se portó muy caballero y no parecía tener intenciones sexuales, a pesar de que no quitaba sus ojos de mis pequeñas tetas. Como no fue agresivo ni quiso obligarme, me puse cariñosa con él, pero me mantuve firme y no disimulé mi ansiedad, porque no quería que él supiera que pensaba mucho en él. Sin embargo, le seguí la corriente y me dejé besar delante de sus amigos.

      Me dijo que me fuera con él a un sitio solo, en una planicie arriba de la quebrada y cerca del río. Yo acepté porque en realidad, quería alejarme de sus amigos que ya estaban muy tomados y un poco fastidiosos. Subimos por el camino en medio de la oscuridad de la noche, pero se veía iluminado por la Luna. Cuando estuvimos arriba, y como hacía mucho calor, me dijo:

      –Quiero bañarme, ¿te metes al agua conmigo?

      –No gracias. No traje vestido de baño. Le dije.

      Hacerme la difícil no fue mi fuerte, porque no me insistió. Se desnudó por completo y se lanzó en clavado. Era la primera vez que veía un pene de ese tamaño. Él se hundió en el agua, yo me senté y me aburrí de verlo nadar. Me dio rabia y me sentí como una boba. Quería que Juan Diego me rogara y me convenciera para nadar con él, y de pronto, volverlo a rechazar. En realidad, no sabía lo que quería. A los cinco minutos, decidí irme. Me levanté y tan pronto lo hice, Juan Diego salió del agua.

      Intenté no mirarle el pene entre las piernas, pero era lo único que quería verle. Sentí vergüenza, pero no dejé de hacerlo. Todavía emparamado, se me acercó y me besó. Allí, se secó prácticamente con mi ropa, que terminó igual de mojada a la de él. Me cogió de la mano y se recostó en una especie de cobija que había llevado, y yo me acosté a su lado. Sabía que estaba desnudo. Temblaba por los nervios, y me sentía mojada, pero no solo por mi ropa, porque sabía que lo que hacía era tonto, y no podía negar lo que me estaba pasando. Juan Diego me gustaba tanto que me dejé llevar… Ya estaba ahí, a su lado y él no perdió la ocasión para acariciarme con su mano y meterla debajo de mi blusa. Empecé a vibrar de deseo, pero mi mente me traicionaba en todo momento. Tenía miedo de que alguien llegara, temía porque sentía que lo que estaba pasando era tremendo. Él sabía cómo tocarme y cómo besarme. Sentía que ya no era una niña y empecé a sentirme como una mujer. Y por primera vez, al lado de Juan Diego, me sentí deseada, y eso me puso feliz.

      De un momento a otro, la caballerosidad desapareció. Me quitó la ropa con brusquedad y mucho afán y me dio mucho miedo.

      En ese momento, Dayana empezó a agitarse, y tuve que terminar la sesión. Antes de despertarla, le dije: recuerda y escribe qué más pasó esa noche.

       DIARIO

      OK. Ese momento de angustia fue raro, porque quería huir, y también me quería quedar. Juan Diego me gustaba mucho, pero… ¿Qué querrá él de mí? ¿Será que solo quiere verme desnuda? ¿Era lo único que quería de mí? ¿Era solo sexo lo que le inspiraba? ¿Sería que no me amaba? ¿Será que sabe que soy virgen? ¿Será que solo quiere aprovecharse de mí? ¿Será que piensa que soy fácil? O peor, ¿que soy una niña tonta?

      Casi me paralicé de miedo, y sin embargo, ya estaba desnuda y lo tenía encima mío. Entonces, mis nervios y mi misma debilidad, me dieron fuerzas para rechazarlo y le dije:

      –¡Quítate, no me toques más!

      Me levanté, me vestí y sin mirarlo, salí despavorida, corriendo monte abajo. Él corrió y me agarró para convencerme de que no me fuera, pero no me pudo calmar. Entendí que eso no era cariño ni respeto, solo era deseo carnal, y yo no quería. Eso no era lo que yo deseaba para mí. Me marché del claro y del lugar, corriendo a oscuras, cuesta


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