La transmigración de los cuerpos. Yuri Herrera

La transmigración de los cuerpos - Yuri Herrera


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      Su tipo de gente, la de él, con la que transaba todos los días, la su gente de su entre nos, su gente. Qué prodigio por eso, qué extraño, poder estar ahí tan cerca de ella, si somos de tan diferente maldad, pensó. Mientras la Tres Veces Rubia hablaba, la casa entera descubría ecos a falta de ruido de calle y a ratos él sentía que ahora sí que no había nada más que tiempo, le daban unas ñañaras buenas y le entraba una paciencia que no se conocía. Pero luego ella empezó a platicarle del novio como si fuera un hombre distinto a todos los otros, Si lo conocieras, y él aprovechó que algo hacía ruido para decirle Ahorita vengo y salir al pasillo.

      Abrió la puerta. Ahí estaba el estudiante anémico, encogido, pálido, con los pelos eternamente escurridos sobre la frente como si se bañara con agua sucia. Seguro no había salido en días y ahora le había llegado el olor de las quesadillas. Consideró por un momento decirle Pásale, compa, orita te preparamos algo, si hubiera sido otra clase de persona o hubiera llegado en otra clase de momento, pero nomás le dijo Métase a su casa, le va a dar frío. Cerró la puerta y regresó con la Tres Veces Rubia. Jajá.

      La Tres Veces Rubia había sacado un par de velas aromáticas y se arrellanaba en la salita morada. Le sirvió otro mezcal, brindaron mirando el caballito, cual debe —qué es eso de mirarse a los ojos, como si ya nos hubiésemos hecho daño—, y él se lo empujó de un golpe. Tan leal el mezcal, la mugrita destilada limpiándole la mugrita de adentro. Repostó el caballito en la mesa de centro y se sirvió el tercero. El trago lo hacía un mejor hombre: se le blanqueaban los dientes, se le robustecía el güeserío, se le acomodaba el cabello como si no fuera tieso y valemadrista. Ella no lo necesitaba, ella era chapeada y graciosa sin necesidad de sulivella, pero también se lo empinó de un golpe. Yo pensaba que era bebida babosa, con eso de que lo hacen con gusanos muertos, dijo, y él No, si cuando le ponen gusano es para darle vida al trago.

      Ha de ser como la nariz de la u, dijo ella.

      ¿Mm?

      ¿Ves cómo la u tiene esos puntos cuando de veras suena como u?

      La diéresis.

      La nariz de la u. Cuando está con la cu la u no respira, nomás cuando está lejos de la cu, y ahí no necesita nariz. Pero yo siempre se la pongo.

      Trazó la letra en el aire con un dedo y la puntuó.

      Así.

      Le sirvió uno más y ahora sí se miraron antes del Salú-pues. Ella estaba rozagante como calle mojada. Ésta podía ser la última mujer de su vida, se dijo. Siempre se lo decía porque, como todos, no tenía llenadera, y porque, como todos, estaba convencido de que se merecía coger una vez más antes de morir.

      Llegaba de afuera un silencio chato; las horas de la calle se aplanaban de ausencia y las de la casa se floreaban de mezcal, pero el mezcal se acababa.

      Tenía en su casa una botella salvadora. Pero qué tal si el estudiante anémico estaba ahí, enroscado junto a la puerta, esperando que le arrojara una tortilla. Resolvió aguardar a que el cabrón se guardara en su casita de techo a dos aguas.

      A veces me asomo a la calle a media noche, dijo la Tres Veces Rubia. Si no hay mucha luz pueden verse las estrellas. Ahorita ni cómo salir.

      Él también miraba mucho hacia arriba, en las noches en que se amanecía de jale y la ciudad estaba desierta. Pero no se lo dijo, no lo iba a creer.

      Qué me decías de tu mirrey, dijo, y ella Ay, no seas malo.

      Es bien comedido, dijo, Es mi primer novio de a de veras.

      Entonces le empezó a decir que lo había conocido en una fiesta, peleándose para defender el honor de una chica a la que estaban molestando unos borrachos y eso la había enamorado luego luego; que sí, que era medio bravucón, y que sí, a veces le alzaba la voz, y que sí, era bien celoso y a veces bebía mucho y a veces le ponía demasiada atención al Bronco.

      ¿Quién es el Bronco?

      Ay, pues su coche, no seas bobo.

      ¿Le puso nombre a su coche?

      Pues sí, lo cuida mucho. Pero cuando estamos a solas es de lo más tierno, si vieras.

      Válgame, el Hamponcito alias el Tierno.

      Algo tanteó en el aire una vela que de repente le iluminó un hombro a la Tres Veces Rubia y él se lo vio descascarado. Sin pensarlo, alargó una mano y le jaló muy suavemente un pellejito.

      Fuimos a la playa la semana pasada, dijo ella, observándolo como si no la estuviera tocando.

      Con la otra mano hizo que se girara un poco más y empezó a jalarle muy despacio los pedazos de piel rendida.

      Ay, qué rico se siente, dijo ella, Síguele.

      Le siguió, cada vez más rápido por dentro y cada vez más devotamente por fuera, con un leve temblor que combatía reconcentrando la pupila en la siguiente corona de piel. Y ahí empezó a comérselas. Le quitaba la cascarita y se la llevaba a la boca. Ella movió la cabeza apenas para verlo por el rincón de un ojo y dijo Estás bien loco, ¿verdad? Él dijo Mjú y siguió haciéndolo.

      A la altura de su omoplato izquierdo le descubrió una cicatriz como una línea doblada hacia arriba por los dos extremos, algo profunda. La recorrió con un dedo.

      ¿De qué es esto?

      Mi pinche hermano desquiciado, cuando éramos niños se le botó la canica y un día me quiso acuchillar con una cuchara.

      ¿Con una cuchara?

      Te digo que está bien desquiciado.

      Separó su dedo de la cicatriz con mucho cuidado, como si temiera desprendérsela, y se la besó. Ella arqueó la espalda. Él deslizó un tirante de su blusita y antes de seguir descascarándola pasó las puntas de dos dedos sobre la cordillera de vértebras. Ya no se inclinaba para jalar los pellejitos, se había acercado a ella como si tuviera unos brazos diminutos y necesitara pegársele para tocarla. Mientras desprendía otro pellejo, casi a la vuelta de la espalda, bajó la otra mano a su cadera y la atrajo muy suavemente. Por primera vez la sintió tensarse.

      Tú y yo casi ni nos conocemos.

      Él dejó de mover las manos pero no las quitó ni dejó de hacer presión en su cadera.

      Eso es lo mejor, dijo.

      Y aún antes de decir lo siguiente ya sentía que volvía el canalla: el Canalla alias el Romántico.

      Es lo mejor, porque es cariño del que se necesita, imagínate cómo sería el mundo si todos nos acariciáramos en lugar de estar matándonos. ¿Has visto toda la gente que se hace daño sin saber a quién le pega un tiro?

      Lo creía, de verdad lo creía, sin embargo era un canalla porque lo había dicho como quien paga una mordida al popocha. Pero no podía dejar pasar la oportunidad. Pero igual era un canalla.

      La Tres Veces Rubia se volvió hacia él y lo miró con cara de que le había dicho algo imperdonable. Lo observó temblorosamente por un par de segundos, luego lo jaló de la nuca y lo besó, le metió la lengua y la movió sobre la suya como reconociendo una posesión nueva, lo marcaba más que lo besaba, y él que ya venía tan acelerado no supo qué hacer, pero su mano izquierda, que ya había girado con la cintura de ella, y su mano derecha, que había quedado sobre su vientre, le emprestaron la voluntad que se le había mareado. Le metió las manos bajo la blusa y le descubrió las tetas. No eran como las había imaginado, tantas veces, con las manos y con el seso, nunca son como uno las imagina, eran más breves y puntiagudas y una de ellas se inclinaba un poco hacia dentro, como pidiéndole que la chupara, y mientras obedecía le sorprendió que la Tres Veces Rubia empezara a quitarle la camisa; que ella también quisiera.

      Pasaba de una a otra desesperado de no poder chuparlas al tiempo. Empezó a lamerla hacia abajo por entre el casi invisible sendero de vellos tres veces rubios que se metía en el pantalón; la desabrochó, pero antes de quitarle el pantalón paseó una mano bajo el resorte de la tanga para sentir el vello rizado. Se puso de


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