La transmigración de los cuerpos. Yuri Herrera
escuché a la Ñora decir Ya me dijo el dueño que al señor del 3 ni lo presione si se tarda con la renta porque conoce a mucha gente y no quiere problemas con él.
No iba a decir nada pero interrumpió su silencio porque sonó el celular. Decidió contestarlo como quien va al baño para no pagar la cuenta.
Dijo Bueno. Nadie respondió, pero reconoció el resuello del medio pulmón que le quedaba al hijo de puta al otro lado de la línea, y supo que si lo llamaba con la ciudad postrada era porque lo requería, y no podría decirle que no.
¿Quién habla?, escuchó que preguntaba aquél, como si no supiera a quién le había marcado.
Quién va a ser, respondió el Alfaqueque, Soy yo.
2
Se portan como animales, pensó el Alfaqueque al ver una línea de gatos recorriendo los pretiles de la cuadra, y a una pequeña jauría alegre caminar por el centro de la calle; los perros movían la cola y paraban las orejas, estornudaban ruidosamente y cuando llegaba a pasar un automóvil se abrían para darle el paso con una coordinación exacta, luego lo perseguían unos metros ladrándole los neumáticos. Sin tanto estorbo son más listos, pensó. Y también el aire estaba como insumiso de olores: a falta de humo, el aroma de las jacarandas se distinguía con claridad, entre las miasmas que habían llegado con la tormenta tropical hasta acá arriba, como nunca antes, y luego había desarreglado el viento como nunca antes, y por eso los olores, en vez de irse, fermentaban.
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