Manifiesto por la igualdad. Luigi Ferrajoli

Manifiesto por la igualdad - Luigi Ferrajoli


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facultades de autodeterminación universalmente atribuidas a todos, en el sentido que antes se ha precisado.

      Este carácter universal e igual de los derechos de libertad, es decir, de la libertad jurídica, es lo que vale para fundar la laicidad del derecho y del estado. En efecto, la garantía de los derechos de libertad equivale a un paso atrás del derecho y del estado frente a las libres opiniones y al igual valor de todas las diferentes identidades religiosas, culturales o políticas de las personas; mientras que, como se verá en el próximo capítulo dedicado a las desigualdades, la garantía de los derechos sociales a prestaciones positivas equivale a un paso adelante de la esfera pública frente a las necesidades vitales de las personas. Solo las conductas que ocasionan daños a terceros pueden ser prohibidas y castigadas por el derecho, en virtud del papel que a este compete de garantizar la convivencia de la libertad de cada uno con las de los demás, según la célebre máxima kantiana. Y solo la garantía de las libertades fundamentales a la propia identidad cualquiera que sea —homogénea o diferente, conformista o disidente, mayoritaria o minoritaria e incluso liberal o iliberal— puede asegurar y tutelar el pluralismo moral, religioso y político presente en la sociedad.

      La laicidad del derecho y del estado reside en este su paso atrás en todo lo que no ocasione daños a terceros. Por eso reside en su neutralidad frente a las diversas concepciones morales que conviven en una sociedad, según resulta asegurada por los derechos de libertad, primero entre todo, la libertad religiosa y de conciencia. De este modo, tales derechos no son solo valores en sí y fines en sí mismos. Su respeto es también una condición necesaria de la paz al consistir en la sola garantía posible del multiculturalismo, es decir, del igual valor atribuido a todas las diferentes identidades culturales y morales. Solo los derechos de libertad —de la libertad de conciencia, como derecho a profesar la propia cultura o religión o ninguna religión, a la libertad de decidir sobre la propia vida sin producir daños a terceros— garantizan, con la recíproca tolerancia y el recíproco respeto, la igualdad y la pacífica convivencia de cuantos profesan morales, religiones o ideologías diversas.

      Pero es precisamente en la afirmación o negación de estas libertades fundamentales donde se manifiesta la profunda asimetría entre las posiciones laicas y las confesionales. Solo las jerarquías católicas pretenden imponer a todos su moral a través de la ley, incluso a los no creyentes, y de este modo limitar sus libertades y discriminar sus diferencias de religión y de pensamiento. No lo pretenden, en cambio, las opciones laicas y liberales, que dejan igualmente a todos la libertad de decidir conforme a la propia conciencia. Según estas opciones, por ejemplo, un creyente, o en todo caso quien considere moralmente debido convivir en matrimonio con una persona a la que odia, no unirse matrimonialmente a una persona del mismo sexo, no someterse a la fecundación asistida o no aceptar la muerte natural y sufrir aun en coma irreversible la hidratación y la alimentación forzadas, debe ser libre de hacerlo y observar así sus convicciones morales. Por el contrario, según las pretensiones de las jerarquías católicas, quien no considere moralmente debido o incluso considere moralmente inaceptable someterse a semejantes constricciones en cuanto contrarias a la propia dignidad de la persona —en contradicción con el principio de igualdad y de no discriminación de las diferencias religiosas— no debería ser igualmente libre de rechazarlas y seguir así las propias convicciones morales.

      Más aún. La asimetría de las dos posiciones tiene relevantes reflejos, en el plano meta-jurídico y también en el plano meta-ético. Esta se refleja no solo en la diversa concepción del derecho y del estado, sino también en una diversa concepción de la moral y en una diversa práctica moral. Desde el punto de vista laico, la autenticidad del comportamiento moral reside en su carácter autónomo, como fin en sí mismo, de modo que no solo no requiere, sino que excluye que pueda requerirse el apoyo heterónomo de la ley estatal. Dicho de otro modo, un comportamiento —por ejemplo, la decisión, motivada por razones morales, de no divorciarse, no unirse establemente en matrimonio con una persona del mismo sexo, o no recurrir a la fecundación artificial— será tanto más moralmente válido y auténtico cuanto más sea autónomo y espontáneo y no prescrito por la ley del estado o por normas eclesiásticas y dictado por el temor a sanciones terrenas o ultraterrenas. El riesgo permanente de una concepción y de una práctica heterónomas de la moral es la reducción de la conciencia moral a una caja vacía, abierta a los cambios dictados por mudables orientaciones de las jerarquías clericales, como ha sido, por ejemplo, el caso de los encarnizamientos terapéuticos sobre enfermos terminales.

      6.2.Ética laica y libertad moral

      Llego así a la segunda cuestión arriba enunciada: la del nexo entre ética laica y libertad moral y del fundamento de la primera sobre la segunda, es decir, sobre la autonomía de la moral como capacidad de autodeterminarse y por eso sobre el rechazo del apoyo heterónomo del derecho. Para entender este nexo, hay que reconocer que detrás de la oposición entre ética laica y ética católica o más genéricamente religiosa hay dos oposiciones de carácter epistemológico y meta-ético, estrechamente conectadas entre sí: la oposición entre cognoscitivismo (y objetivismo) y anticognoscitivismo (y antiobjetivismo) ético, y la que se da entre heteronomía y autonomía de la moral.

      La concepción meta-ética de la moral que expresan, por ejemplo, las jerarquías católicas, consiste en considerar que la moral existe ontológicamente, porque querida por Dios, inscrita en la naturaleza o revelada por la religión, y en proponer así las valoraciones y las prescripciones morales como «verdades morales». Por el contrario, la concepción meta-ética de la moral propia de las posiciones laicas excluye que sean predicables de los valores morales la verdad o falsedad, solamente asociables a las tesis de la lógica o a los juicios empíricos o de hecho. Por eso, la oposición se produce entre objetivismo y antiobjetivismo, y entre cognoscitivismo y anticognoscitivismo ético. Es evidente que concebir como «verdaderas» las tesis morales es algo que está en la base de su pretensión de ser traducidas en normas jurídicas, en virtud de la más firme intolerancia de opciones éticas distintas: exactamente en el mismo modo en que se juzga intolerable que se sostenga o se considere que 2 + 2 = 5 o que el agua hierve a los 20 grados. Por el contrario, para la meta-ética laica, la idea de que los preceptos morales sean «verdaderos» es una mistificación tanto de la ética como de la verdad, al no ser tales preceptos ni verificables ni refutables, sino argumentables como justos o como injustos. Es superfluo añadir que esto no quiere decir en absoluto que, para un laico, la moral sea menos importante que la lógica o que la ciencia empírica: estamos mucho más dispuestos a luchar por la afirmación de principios morales o políticos que por la defensa de verdades científicas. Simplemente significa rechazar la ecuación entre «justo» y «verdadero» que está en el origen de toda intolerancia.

      De aquí se sigue una segunda oposición: entre heteronomía y autonomía de la moral. La moral profesada por la Iglesia católica, precisamente porque asumida como «verdadera» en virtud de su fundamento en la fuente divina, aunque sea mediada por las jerarquías eclesiásticas, es por su naturaleza una moral heterónoma. En efecto, si la moral es «verdadera» en cuanto dictada por Dios, por la naturaleza o en todo caso como expresión de alguna ontología de los valores, es claro que equivale a un sistema de normas objetivo y heterónomo semejante al derecho. No es casual que la Iglesia católica la conciba y la funde como «derecho natural». Por el contrario, la ética laica se basa en el reconocimiento del carácter autónomo de la moral y en el rechazo del gobierno de las conciencias por parte de autoridad alguna. En pocas palabras, se basa en la libertad moral en el sentido antes ilustrado, es decir, como capacidad de la persona de autodeterminarse a partir de sus opciones autónomas: sobre la libertad según fue testimoniada, como he recordado, por Vittorio Foa en los años de la cárcel, vividos por él como afirmación de libertad; sobre la libertad moral manifestada por Giordano Bruno, que aceptó morir por no abjurar de sus tesis y no abdicar de la propia libertad de pensamiento; o bien, incluso, sobre la libertad moral de las mujeres islámicas que desafían las represiones quitándose el velo, rechazando la infibulación, viajando sin permiso del marido o yendo solas a comer a un restaurante. Al contrario de la ética religiosa, que es una ética heterónoma, la ética laica no pretende, más bien excluye, el apoyo heterónomo del derecho, dado


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