Soberbia. Leticia Flores Farfán

Soberbia - Leticia Flores Farfán


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a los zombis de la religión vudú y a las máquinas de las que se espera que cumplan con las labores programadas por sus creadores.

      Existen otros personajes fantásticos emparentados con el gólem pues son también esculturas que adquieren el soplo vital por diferentes medios. Por intervención divina, una figura humana inanimada cobra vida en el mito grecorromano de Pigmalión, rey de la isla de Chipre según algunas versiones. Pigmalión esculpe en marfil la figura de una hermosa mujer, ya que era tal su misoginia que decide hacer su propia versión femenina, libre de vicios y defectos. La escultura le queda tan perfecta que Pigmalión cae rendido ante su propia obra a la que se conoce como Galatea. Su fetichismo alcanza tal grado, que el consumado artista empieza a actuar ante la estatua como si ésta fuera una mujer real, al grado de llevársela a la cama. Llegado ese momento, Pigmalión se siente frustrado. Ovidio narra en Metamorfosis, cómo el escultor va al templo de Venus, la diosa del amor, a quien hace ofrendas, suplicándole le conceda una mujer real idéntica a la muchacha que creó con marfil. La diosa se apiada del artista y hace que las voluptuosas pero rígidas formas de la escultura se conviertan en carne y hueso. Pigmalión se casa con su escultura viviente y al poco tiempo tienen un hijo.14

      El gólem de Paul Wegener.

      Muchas veces se ha tomado esta leyenda como paradigma del creador que se obsesiona con su obra en un ataque de soberbia. Existe el ballet Pygmalion, compuesto por Jean-Philippe Rameau (1683-1764) en 1748, en donde la chica de marfil tiene una rival de carne y hueso. El autor irlandés George Bernard Shaw (1856-1950) escribe su obra teatral Pigmalion (1913) que servirá como base para el musical de 1956 Mi bella dama de Alan Jay Lerner (1918-1986), adaptado al cine en 1964 bajo la dirección de George Cukor (1899-1983). En el argumento de esta obra, el profesor Henry Higgins convierte a Eliza Doolitle, una vulgar vendedora callejera de flores, en una dama de sociedad y en el proceso se enamora de ella. El profesor Higgins, igual que su homólogo Henry Frankenstein en el filme La novia de Frankenstein (James Whale, 1935), es un personaje soberbio que no descansará hasta ver su ego satisfecho completando su “capolavoro”: fabricar a la mujer ideal, a la altura de su propia arrogancia.

      Hay innumerables versiones cinematográficas del mito de la escultura viviente, desde cintas de Georges Méliès, quien echa mano del asunto en varios de sus filmes silentes como La estatua animada (La statue animée, 1903), La muñeca viviente (La poupée vivante, 1909) y directamente representa el mito de Pigmalión en el corto Galatea (Galatée, 1910).

      El cine surrealista de Luis Buñuel usa también el recurso de la escultura que cobra vida en la secuencia inicial de su película El fantasma de la libertad (1974). Es 1808 y mientras las tropas napoleónicas invaden la ciudad de Toledo, un oficial francés que ocupa con su regimiento una iglesia derruida, se prenda de la escultura funeraria de una bella dama junto a la que está la estatua de un guerrero, que guarda su lecho mortuorio. El soldado besa a la mujer provocando que la escultura masculina se anime y le pegue en la cabeza. Esta viñeta inicial de la película corresponde de manera sintética a una de las leyendas que escribió Gustavo Adolfo Becquer, titulada El beso, aun­que en un tono distinto.

      En la película El viaje fantástico de Sinbad (1974) de Gordon Hessler, Koura, el malvado príncipe mago, interpretado por el actor Tom Baker, se apodera del mapa que guía el barco del héroe, trasladando su alma a la figura femenina de madera que decora la proa, la cual se anima, por medio de la magia del stop motion, urdida por el técnico en efectos especiales Ray Harryhausen, quien se inspiró para su diseño en el personaje de la prometida del monstruo, interpretado por Elsa Lanchester en La novia de Frankenstein, que luce un singular e icónico peinado, con sendos mechones blancos que salen de sus sienes y que recuerdan dos relámpagos.15

      La novia de Frankenstein de James Whale.

      III

      “…yo escarbaba en el lodo de las tumbas o torturaba

       animales vivos para darle aliento al yeso sin vida.”

      Dr. Krupp, creador del robot Tor, en la película

      La momia azteca contra el robot humano (1958).16

      Antes de la existencia de los robots, existieron los juguetes antropomorfos, que a través de un mecanismo adquirían movimiento emulando acciones humanas, fueron muy populares en Oriente y Europa desde antes de Cristo. Pero el auge de los autómatas androides se da del siglo XVII a fines del XIX. Muchos fueron obra de maestros relojeros, herederos de secretos renacentistas que perduraron hasta entonces. Se sabe que Georges Méliès, el pionero del cinematógrafo, era admirador y coleccionista de este tipo de muñecos, tal como lo muestra Martin Scorsese en su cinta de 2011 La invención de Hugo Cabret.

      La versión más acabada del autómata androide es justamente el robot. Este término fue creado por el autor checo Karel Čapek (1890-1938) en 1920 cuando escribió su obra de teatro R.U.R. (Robots Universales Rossum), en la que aparecen en un futuro distópico unos personajes mecánicos con forma humana que sirven como trabajadores incansables a sus amos.

      El robot femenino más famoso del cine es sin duda la doble mecánica de “María”, personaje interpretado por la actriz alemana Brigitte Helm, en la cinta Metrópolis (1927), dirigida por Fritz Lang. La perversa autómata de alma de metal pero atractiva apariencia humana, en contraposición de la verdadera María, se dedica a corromper a los habitantes de la ciudad y provoca el cataclismo que destruirá desde los cimientos de barro la paradigmática urbe. Cabe mencionar que el robot femenino de esta película tiene su antecedente literario en el personaje de Olimpia, la terrible y cautivadora autómata del relato El hombre de arena, escrito en 1817 por E. T. A. Hoffmann en su libro Cuentos nocturnos. El autor germano actualiza el mito de Pigmalión, haciendo que su personaje de Nathanael caiga a los pies de Olimpia, la femme fatale mecánica.17 El hombre de arena sería adaptado como ópera por Jacques Offenbach en 1881, bajo el título Los cuentos de Hoffmann. En 1951, se filmó una versión cinematográfica inglesa, dirigida por Michael Powell y Emmeric Presburger, con la actriz y bailarina Moira Shearer como Olimpia.18

      El concepto de cyborg lo inventó en 1960 el australiano Manfred Clynes al unir dos conceptos: organismo cibernético (cybernetic organism). Las investigaciones dirigían entonces su interés en crear un ser parte humano y parte máquina, eventualmente como opción de reemplazo para miembros amputados o dañados.19

      Una serie televisiva de los setenta, El hombre nuclear, que tuvo cinco temporadas desde 1974 a 1978, dejó asentado en la cultura popular la idea de la biónica como un milagro científico que podía fabricar superhéroes. En esta ficción, un piloto de pruebas sufre un accidente volando un avión experimental y el gobierno estadunidense lo reconstruye dotándolo de partes robóticas que se integran a su anatomía y gracias a las cuales podía realizar espectaculares proezas físicas. Su contraparte femenina, La mujer biónica (1976-1978), reelaboración de La novia de Frankenstein, cimentó en el lenguaje coloquial el término biónico para referirse a los inicios de la robótica aplicada a partes del cuerpo humano.

      Hoy, la biónica está más presente en la medicina a través de la biomecánica. Robocop (Paul Verhoeven, 1987) explora en el cine estos conceptos y propone la idea del robot-humano. El ser que conjunta lo orgánico con lo maquinal. El policía del futuro se convierte en una parábola de cómo el poder creador de la tecnología pueden transformarnos en monstruos fuera de control que revierten su fuerza destructiva hacia quien tuvo la soberbia de imaginarse dueño del orbe.

      Los robots siguieron apareciendo en películas de ciencia ficción. Entre los más famosos mencionaré a Robby el robot, estrella de la cinta norteamericana El planeta prohibido (1956) que es una versión futurista de La tempestad de William Shakespeare, dirigida por Fred M. Wilcox. El robot se hizo tan popular que volvió a aparecer en otras películas y programas


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