Cardos y lluvia. Kate Clanchy
Shift
Poema de la ninfomaniaca gorda
Stance
La historia del invitado a la boda
Girl Detective
Emmaus
CARDOS Y LLUVIA
CARDOS Y LLUVIA
ANTOLOGÍA
DE POESÍA ESCOCESA
CONTEMPORÁNEA
Edición bilingüe
Coordinación y prólogo de
Mario Murgia
Traducción del Seminario Permanente de Traducción Literaria
de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM:
Flora Botton-Burlá, Charlotte Broad, Eva Cruz Yáñez, Marina Fe,
Mónica Mansour, Mario Murgia y Federico Patán
Traductora invitada: Pura López Colomé
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
México 2019
EL FILO DEL VERSO
LA POESÍA ESCOSESA CONTEMPORÁNEA EN CONTEXTO
El propósito de muchas colecciones de poesía es ora establecer algún tipo de canon (quizá en el más estricto sentido de “vara para medir”), ora ofrecer al lector curioso ejemplos paradigmáticos de alguna tradición nacional o repertorio personal. Este volumen no intenta, por lo menos conscientemente, ninguna de las dos cosas. En realidad, más que perseguir un afán preceptivo, Cardos y lluvia es una antología que parte de una serie de preguntas. ¿Por qué “poesía escocesa”, para empezar? Apenas hasta hace algunas décadas, la escocesa había sido una tradición literaria prácticamente indistinguible de la inglesa. Preguntarse qué es la poesía escocesa —y asumirla diferente a aquélla de Inglaterra— implica jugar a definir Escocia y su carácter poético y artístico. Este carácter, sin embargo, es evasivo al mismo tiempo que fascinante. Entonces, intentemos al menos un esbozo de lo escocés en la literatura. Para ello, un poco de historia viene aquí a colación.
Se dice que Escocia, nación adusta y procelosa para los romanos y casi por igual para sus vecinos del sur, empezó a asumirse como extensión de la nación inglesa cuando su rey Jacobo VI, en 1603 y tras la muerte de la gloriosa reina Isabel I, se convirtió en Jacobo I de Inglaterra e Irlanda. Sin querer, este punto de la historia escocesa podría ilustrar, varios siglos después, los procesos que bullen tras la famosa máxima del lingüista Max Weinreich: “Una lengua es un dialecto con ejército y marina”. Sobra decir quizá que la lengua inglesa lo era; la escocesa, no. La esplendorosa tradición medieval de los llamados seguidores escoceses de Chaucer, o Scottish Chaucerians —además de una antiquísima oralidad autóctona— estaba destinada a la fusión idiosincrática y lingüística con la de un país más poderoso, más rico y, dirían algunos en su momento, más culto y moderno. Los idiomas escoceses comenzaron a sentir como nunca la tensión ocasionada por la convivencia de dos posturas: la nacionalista, determinante del uso del scots y sus variantes, y la histórica, que promueve la presencia del ynglis, una forma dialectal más cercana al inglés. La lengua y los cantares celtas habían creado ya, por otra parte, una resistencia muy distinta.
El siglo XV marcó el inicio de un profundo silencio en la producción poética de Escocia. Tan abrumador sosiego se vio interrumpido sólo en contadas ocasiones, como cuando a fines del XVIII aparecieron los versos de quien, hasta la fecha, se considera popularmente el poeta escocés por excelencia, el bienamado Robert Burns. Su figura monumental acabó proyectando, para bien o para mal, una sombra ineludible