Aguas torvas. Raúl Sánchez Robles
Aguas Torvas
D93
Raúl Sánchez Robles
Aguas Torvas
D93
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© Raúl Sánchez Robles (٢٠١٩)
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ISBN 978-84-17895-92-1
Depósito legal: CO 519-2020
Diseño de cubierta: © Distrito93
Fotografía de cubierta: © AdobeStock/Matrioshka
Diseño y maquetación: Distrito93
Por el gusto de brindar en las dulces y
en las amargas, por el padrinazgo que
diste a mi Angélica Patricia, compadre
Ruso, eternamente gracias, César
Alberto Ayala de la Torre.
Con todo mi amor para
Susana, mi mujer.
Y para mi hija que en
paz descanse, Angélica Patricia.
Prefacio
La dinámica de las macroeconomías es una laguna para aquellos ejecutivos que se han escudado en la idea de que mejorar las condiciones salariales de los trabajadores da pie a la inflación. Los flujos económicos íntegros signan positivamente un momento histórico en la sociedad; por desgracia, rara es la ocasión en que se haya generado de esa manera, defecto por el cual la constante lucha para ganarse el sustento es la cotidianidad de los trabajadores de a pie, sobre todo de aquellos que integran la base social; el estrato socioeconómico más amplio e inconforme. La pobreza como muralla de la oligarquía.
No se cuenta con los procedimientos evaluatorios capaces de ofrecer a los ojos de la gente el perfil que detenta el político aspirante a encabezar la administración pública. Y esto ha acarreado en México una larga y difusa imagen del sendero marcado por nuestros gobernantes del pasado y del presente. Muchos de ellos investidos de héroes de la patria. Por eso el dicho popular se ha convertido en lacerante sentencia: El que no conoce a Dios, a cualquier santo se le hinca, y tenemos un presente de vencido ancestro donde los ganadores lograron camuflarse en enormes volutas de humo. Ellos y sus tranzas.
En plena negación de lo obvio, creyendo que la realidad a futuro esconderá los pésimos resultados, producto de sus malas decisiones, irradiando con descaro un ofensivo cinismo, la oligarquía sociopolítica aparece ante los reflectores con el semblante de triunfo. Dejan los cargos que detentaron investidos de un aura transpirada con sumo optimismo, porque el pueblo no se percate del ventajismo personal con el que actuaron durante su administración, dejando de lado el interés y beneficio colectivo, sintiendo que su lugar en la historia nacional está asegurado, que las escuelas llevarán su nombre y en algún lugar del país su busto engalanará un pedestal, como el de los próceres que enorgullecen a la patria entera. La simulación sobredimensionada, o la burla a la inteligencia de los nacionales.
Las ideologías tienen adeptos dogmáticos, después de todo, la mente humana es una «masa de plastilina» susceptible al molde de los escultores que mejor esgrimen las herramientas intelectuales capaces de darle forma. Grosso modo, se gesta un inconsciente «síndrome de Estocolmo», donde surgen defensores del opresor justificando la cacería del depredador sobre la presa, por ser una supuesta ley natural, donde predomina el más fuerte sobre el débil. El pez chico es el alimento del grande. Cuando debemos considerar que el hombre ha dejado atrás esta forma de supervivencia en virtud del desarrollo intelecto social, donde ya el instinto debió someterse a la conducta docta y no solo a la satisfacción de las necesidades corporales, donde el interés particular debe de someterse al beneficio colectivo. Pero no es así, hay quien lame el látigo que le lacera la espalda. La víctima se trastoca en abogado del verdugo.
Los partidos políticos son creados como generación de empleos parásitos.
Los estratos sociales bajos, creyendo que cuando se habla de pobres se refieren a otros y no a ellos, se posicionan en niveles que no les corresponden, muy por encima del propio, considerándose del estrato social alto y defendiendo su falso lugar. El éxito de la derecha, es contar con explotados que sienten pertenecer al grupo de los explotadores. Completamente enajenados de su conciencia de clase solo por contar con un engañoso confort momentáneo o insignificante, como el del empleado del mes presumiendo de su fotografía colgada en la pared más visible de la empresa.
De este modo, las pequeñas plazas señoreaban por las calles imponiendo «respeto», que en realidad era miedo. Gente ajena presumía una inexistente membresía con el objeto de obtener un pequeño beneficio o simple admiración, aunque otros pretendían infundir temor. Esto ocasionó muchos enfrentamientos con pobres diablos que no imaginaban en lo que se estaban metiendo hasta que les picaban las costillas con el cañón de un arma de alto calibre. Sus semblantes palidecían al instante, podía vérseles el color bajando hasta desaparecer de sus rostros estupefactos pero la bronca ya se la habían echado y casi siempre terminaban mal. Durante el cuarto lustro del siglo veintiuno, el Servicio Médico Forense de algunos estados de la República fue recibiendo cadáveres de desconocidos al por mayor, puros nn’s que nadie reclamaba hasta saturar sus planchas y gavetas. Ya no sabían qué hacer con tanto cuerpo y bajo el argumento de no escandalizar a la población se maquillaban las cifras hasta que se descubrieron cajas de tráileres con refrigeración saturadas de muertos sin identificar, estacionadas en lotes baldíos o en las afueras de la ciudades.
Con descaro, la oligarquía política posaba ante el mundo con un aura de suficiencia, sabiendo que la opinión pública no les afectaría lo suficiente como para menoscabar el capital personal amasado con los fondos de las arcas nacionales cebadas con impuestos directos e indirectos desvergonzadamente injustos. Los demonios encumbrados y las ovejas silentes haciendo fila en el rastro, en el matadero. Frustración de pensadores, de luchadores sociales.
Negocios limpios y sucios, públicos y privados, empresarios de ambos bandos aliados en la explotación del pueblo incapaz de organizarse para la defensa, y cuando así lo hace, se declara fuera de la ley neutralizándolo o exterminando a sus líderes con el desprestigio o con escuadrones de la muerte.
Para intercalar actividades de giros negros surgió el secuestro, no solo con fines de exterminio o expansión territorial del cártel, sino también a cambio de rescates, primero se dio entre los miembros de las narco familias menores, pero con lana, luego con los políticos a canje de protección y libertad en los «negocios», hasta que se llegó a actuar con simples ciudadanos acaudalados, unas veces por el simple placer de la adrenalina debido a la mala sangre de la víctima, pero otras sí por dinero. Cuando empezó a pudrirse de plano, fue en el momento en que secuestraban a quien no podía pagar y tenían que matar al rehén, y peor cuando era un niño apenas. Esas ondas nunca las hubiera aprobado La Turbia, por eso me mantuve al margen y mi gente fue cada vez menos. En nadie se podía confiar, si las mismas leyes se hacían valer de forma retorcida por el gobierno, ya qué se podía esperar de un escolta nuevo, que fue policía, militar o judicial.
Solo una vez