Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke


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      Así como la DC, para su penetración cultural, contó con el apoyo de los aparatos de la Iglesia, la izquierda tuvo a “intelectuales difusores”, incluyendo el mismo aparato de los partidos políticos (Moulian, 1983a [1982d]: 74).

      La circulación inicial más significativa del marxismo fue por la vía del Partido Comunista, el cual desde el principio, en la década de 1920, se vinculó a la III Internacional Comunista (Comintern), organización comunista fundada en Moscú en 1919 por Lenin y que durará hasta 1943. El Partido Comunista, siguiendo sus orientaciones, se proclama marxista leninista y adhiere a sus postulados, incluyendo el postulado fáctico que el Comintern planteaba en esa época, de que el capitalismo mundial se encontraba en una “fase de crisis aguda”. A través de esa vinculación con la Internacional, el Partido Comunista, que “era todavía una prolongación del movimiento obrero de las salitreras y de las mancomunales […], recubrió superficialmente ese esqueleto con los ropajes de las teorías y polémicas elaboradas en el movimiento obrero europeo”. Desde el comienzo se creó “un hábito de dependencia intelectual y política respecto a las instancias de dirección del movimiento comunista internacional” (Moulian, 1983a [1982d]: 77).

      El Partido Socialista, fundado una década después, en 1933, adopta una postura más flexible del marxismo, como guía teórica, con una orientación nacional popular más amplia que la del Partido Comunista.

      En 1935, cuando ya la Internacional había lanzado la consigna de los “frentes populares”, aceptando la posibilidad de un momento democrático burgués, en vez del paso directo a la revolución, se suman a ella tanto el PC como el PS.

      Moulian analiza múltiples interpretaciones que circulan esos años sobre el estado del capitalismo y las formas correctas de acción, así como los acomodos interpretativos que hacen estos partidos bajo el marco de los gobiernos radicales de Pedro Aguirre Cerda y Gabriel González Videla y luego de Ibáñez. La interpretación teórica no les impide una flexible participación en el Estado, como parte del Estado de compromiso.

      Sin embargo, gradual y crecientemente se rigidizan los esquemas interpretativos. En el Partido Comunista, “desapareció esa tensión de la fase previa, entre las viejas tradiciones ideológicas de origen popular y el marco eurocéntrico que imponía la Internacional. El partido se reorganizó y se eliminaron los vestigios de ese leninismo ‘incompleto’ de la etapa precedente. Asimiló las versiones estalinianas del marxismo-leninismo como su propio marco interpretativo y su perspectiva de análisis” (Moulian, 1983a [1982d]: 80). El Partido Comunista aceptó ciegamente la tesis del partido como guía iluminado y la existencia de leyes generales de la revolución.

      En el Partido Socialista, por su parte, hacia 1958 ocurre una progresiva leninización, con el paulatino abandono de la perspectiva original, produciéndose de tal modo una zona de concordancia cognitiva con el Partido Comunista. Más tarde, el MAPU, que surge de la Democracia Cristiana, en 1969, también adoptará el marxismo como principal referencia teórica y como método de análisis de la realidad, abandonando la tradición cristiana y las orientaciones doctrinarias de la DC.

      En esa forma, el encuadre teórico interpretativo del marxismo se impone en los partidos de izquierda, se lo valora y privilegia, y se populariza como concepción de la política y de la sociedad.

      Este relato teórico interpretativo genera, según Moulian, un importante efecto de bloqueo de la potencialidad hegemonizadora de la izquierda. En el relato que se difundió, el marxismo fue “una versión reduccionista y simplificadora de la teoría original […] estragada por múltiples subordinaciones a las necesidades políticas, a la razón de partido o de Estado”, sin capacidad articuladora “para integrar dentro de su visión del mundo otros elementos culturales de base popular”. No permitía “vincularse, de una forma flexible, con los elementos fecundos de la experiencia popular”. No posee “capacidad hegemónica expansiva” (Moulian, 1983a [1982d]: 94, 95).

      Por otra parte, su forma de producción descansa en dos tipos de trabajo intelectual. Uno, de aclimatación de categorías, realizado por “intelectuales secundarios”, que fueron simples adaptadores de un discurso, cuyos elementos estructuradores ya estaban formulados. Esto es lo que Moulian llama “elaboración secundaria”. El otro tipo de trabajo intelectual era la mera adopción acrítica, en una postura “fideísta”, de las ideas transmitidas por el partido a través de sus intelectuales secundarios. A través de estos “intelectuales pasivos” lo “teórico” se popularizaba en la forma de principios de fe. “La relación cognitiva del militante con la realidad se hacía bajo la forma de una adhesión ‘fideísta’ [a un sistema de creencias]. Se suponía la existencia de una ‘revelación’ que se materializaba en ‘textos sagrados’ y exigía la intervención de ‘intérpretes legítimos’” (Moulian, 1983a [1982d]: 95, 96). Con ello, insiste Moulian en la caracterización cuasi teológica que, como hemos visto, ha hecho en otros de sus textos sobre la forma que asume el marxismo. En tal tipo de proceso productivo no tenía cabida un trabajo reflexivo e investigativo de carácter crítico. El cuestionamiento condenatorio que hace Moulian es categórico y contundente.

      Entre los componentes de tal sistema de creencias que fueron generalizándose durante la década del 1960 Moulian menciona: “la creencia de que el marxismo constituía la ciencia única o el método de todas las ciencias; la creencia en la necesidad de la ‘hegemonía obrera’ en todas las etapas de la revolución democrática, lo cual significaba la dirección de los ‘partidos obreros’; la creencia de que el socialismo se definía como ‘dictadura del proletariado’ y que esta era per se la democracia más perfecta; la creencia de que el principio constituyente del ‘partido de vanguardia’ era la adhesión al marxismo-leninismo más que la capacidad de dar sentido a las luchas populares; la creencia de que los ‘socialismos históricos’ eran reales”. De estas creencias se derivaban otras hasta tener un relato completo sobre la acción política que servía de orientación cognitiva y normativa para los partidos y sus periferias.

      Ese cuadro se acentúa en los años 1960. Desde aproximadamente 1958 el relato sobre el fundamento teórico de la izquierda se homogeniza y se produce su difusión ampliada. “Se profundiza el carácter ‘leninista’ de la teoría en uso por parte de la izquierda y las pautas de adhesión ‘fideísta’ por parte de los militantes encuadrados en los partidos. La izquierda acentúa su carácter obrerista y su discurso clasista, así como desarrolla su perspectiva anti reformista […]. La izquierda se enclaustró en un tipo de discurso que oponía reforma y revolución”. Esto dificultaba aglutinar fuerzas y llevaba a “pensar el ‘gobierno popular’ como una preparación de la ruptura revolucionaria” (Moulian, 1983a [1982d]: 96).

      Todo esto es el camino preparatorio para lo que ya a fines de 1973 Moulian diagnosticaba como causa del fracaso de la Unidad Popular. Ahora, a principios de los años 1980, ha rastreado todo el recorrido del discurso de la izquierda que lleva a la rigidez interpretativa de ese momento. Muestra la historia de la construcción de ese relato y la operatoria partidista en la cual se ha gestado. De tal modo, Moulian desmonta tal discurso, junto con procurar contribuir a la elaboración de uno alternativo.

      Por otra parte, “la eficacia ideológica de la izquierda no provenía del marxismo como sistema teórico, sino de la capacidad simbolizadora que adquirió el discurso obrerista y anti reformista dentro del sector más radicalizado del ámbito popular […]. Dicho discurso operaba como principio de identidad”, configuraba el sector popular consciente. “El discurso marxista en uso sirvió para separar lo popular-revolucionario-obrero de lo popular-reformista-pequeño burgués” (Moulian, 1983a [1982d]: 97). Este discurso crea ideas fuerza que forjaban identidad, ejes estratégicos de significación: lucha popular; emancipación, justicia social; igualdad, democratización real; libertad efectiva. A ello se suma la elaboración artística –Neruda, Violeta Parra, los Quilapayún– y el heroísmo de las luchas populares –Santa María de Iquique, Ranquil, Ramona Parra, etc.–. Estos elementos de memoria colectiva tendrían más efectividad que elementos del marxismo teórico supuestamente fundante.

      Esta contrapartida positiva de la crítica que hace Moulian al pensamiento de la izquierda no asume, sin embargo, un rol central en la narrativa que construye. En ella lo central es esa rigidización


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