La magia de creer en ti. Karina Petrovich
es lo más importante y el acto de amor hacia ti más grandioso que puedes hacer. Míralo de esta manera: no puedes amar realmente a alguien si no lo conoces (obvio que aquí no incluyo el amor que sentimos por nuestros hijos a quienes amamos desde incluso antes de poderlos sentir). Hablo del amor de pareja. Cuando empiezas a salir con una persona puedes sentir atracción, conexión, pero no puedes realmente amarla profundamente hasta que realmente la conoces y eso requiere tiempo, no sucede de la noche a la mañana.
Recuerdo una frase que me dijo la mamá de un amigo al hablar de nuestros noviecitos cuando era una adolescente: «Tal vez no elijes de quién enamorarte, pero sí eliges a quién amar».
Exactamente eso mismo pasa con nosotras, para poder amarte, valorarte y creer en ti, necesitas conocerte realmente, a partir de ahí podrás elegir amarte una y mil veces, y construir una relación saludable y poderosa contigo misma.
Para ser valiente necesitas conocerte. Cuando hablo de conocerte, no me refiero a qué color o serie de Netflix te gustan, estoy hablando de cosas grandes y profundas. Conocerte es el proceso de escucharte realmente (lo contrario de ignorarte), comprenderte en niveles más profundos que lo que está en la superficie; significa respetar tus valores, tus creencias, tu personalidad, tus prioridades, tus estados de ánimo, tus emociones, tus hábitos, tu cuerpo y tus relaciones.
Conocerse quiere decir saber y vivir tus fortalezas, tus pasiones, tus miedos, tus deseos y por supuesto, tus sueños. Significa ser consciente de tus excentricidades y locuras, tus gustos, lo que no te gusta, en qué crees, tus valores, tus tolerancias y también tus limitaciones. Se trata de saber ¿cuál es tu propósito en la vida?, tu por qué (o por lo menos saber que estás más cerca de descubrirlo cada día).
Aquí te expongo algunas situaciones que pueden suceder como consecuencia de no conocerte en profundidad:
• Elegir a la pareja equivocada: nos sentimos atraídas y nos juntamos con personas que no nos hacen bien, porque sencillamente no entendemos nuestras necesidades.
• Repetir patrones poco saludables de la infancia: nos aferramos inconscientemente a personas y situaciones que nos frustran de manera familiar.
• No poder comunicar nuestras emociones, porque simplemente no las entendemos lo suficientemente bien. Actuamos y decidimos según nuestras emociones en lugar de aprender manejarlas o intervenir en ellas a menudo, jugándonos en contra. Por ejemplo: en una discusión, callar, gritar o huir en lugar de poner en palabras lo que estamos sintiendo.
• Tener una percepción cerrada y limitada para ver nuevas oportunidades. Nos regimos por el pasado: los viejos y conocidos hábitos son los que tienen el control. No vemos lo que está sucediendo, por lo tanto, no podemos hacer nada al respecto.
• Si no nos conocemos, somos demasiado vagas sobre nuestras ambiciones y lo que queremos lograr y no sabemos qué hacer con nuestras vidas. Debido a que el dinero tiende a ser una prioridad tan urgente, nos encerramos en una jaula desde la cual podemos tardar mucho en salir, o peor, vivir nuestra vida entera allí, sabiendo que las puertas siempre estuvieron abiertas.
• Ser demasiado modestas: perder oportunidades y no aceptar retos porque no sabemos de lo que somos capaces.
• Ser demasiado ambiciosas: no sabemos lo que no deberíamos intentar. No tener una idea clara de nuestras limitaciones, perdiendo años tratando de hacer algo para lo que no estamos preparadas.
• No percibimos nuestras actitudes hacia el éxito y el fracaso. Puede ser que nos veamos (erróneamente) como no aptos para los roles más grandes, o que no creamos que merecemos lo que tenemos cuando las cosas empiezan a ir bien.
• Dificultades de empatía: no reconocer las partes más vulnerables de nosotros mismos tampoco nos permite conectar profundamente con los demás.
AUTENTICIDAD: NO PODEMOS VIVIR NUESTRO SER MÁS AUTÉNTICO, SI NO SABEMOS QUIÉNES SOMOS NI QUÉ TENEMOS PARA DAR.
La falta de autoconocimiento te deja abierta a accidentes y ambiciones equivocadas. Cuando sabemos quiénes somos y qué queremos, tenemos una mayor posibilidad de evitar errores en nuestro trato con los demás y en nuestras elecciones.
Como ves, el precio por no conocernos es alto. Entonces, ¿por qué no todas lo hacemos? ¿Por qué nos cuesta tanto conocernos de verdad?
No creo que sea por falta de interés o de motivación.
Según Sigmund Freud, esto pasa porque existe, en su término, una extraordinaria «resistencia» a hacer que nuestro material inconsciente sea consciente. El inconsciente contiene deseos y emociones que desafían profundamente nuestra visión más cómoda de nosotros mismos; abrimos una caja de Pandora donde todo puede suceder. Podríamos descubrir que queremos cambiar de carrera, mudarnos, divorciarnos, separarnos de alguien, decir «sí» a cosas que tenemos años diciendo que «no», decir «no» a lo que llevamos años tolerando, desafiar la identidad que venimos construyendo por años, soltar el control o abrir el paso a la incertidumbre que aborrecemos y tenemos tanto tiempo evadiendo.
Por lo tanto, nos «resistimos» a descubrir demasiado sobre nosotras mismas en muchas áreas, porque simplemente rompe la paz a corto plazo a la que somos adictas.
Pero, por supuesto, para Freud, pagamos un alto precio por esto. La paz a corto plazo es inestable y nos excluye de los beneficios de la honestidad y lealtad con nosotras mismas a largo plazo.
Con demasiada frecuencia le decimos a nuestros pensamientos: «mejor no entres ahí», simplemente empujamos o enterramos emociones e ideas a un lado.
La resistencia significa que estamos escapando de la incomodidad, rechazo o dolor de admitir deseos particulares, especialmente cuando estos están en desacuerdo con lo que nos gustaría ser o cómo los demás quieren que seamos. Reducimos nuestro sufrimiento inmediato. Pero el inmenso costo que pagamos es que no podemos apuntar a lo que realmente nos haría felices, y eso, al final, es sufrimiento también.
La realidad es que conocerte no es una tarea sencilla y esa es la razón por la que realmente muy pocas personas se atreven a hacerlo. También por eso son pocos quienes realmente llegan a construir y vivir sus definiciones de éxito.
Conocerte es un proceso, es un camino impredecible para explorar que te pone cara a cara con dudas e inseguridades, con verdades que tal vez no quieres ver y enfrentar, con decisiones que no quieres tomar o con dolores que no quieres recordar.
Al principio, el proceso puede ser demasiado incómodo, oscuro y emocional por un tiempo, pero luego mejora y como todas las cosas en la vida, un poco de trabajo duro al principio paga dividendos en abundancia por el resto de tu vida.
***
Recuerdo que mi momento más bajo en este camino de autoconocimiento fue cuando viví en Nueva York. Todos podrían pensar que estaba viviendo una vida perfecta en la ciudad más dinámica del mundo, conociendo gente nueva, haciendo planes estupendos, pero la verdad es que nunca me sentí tan perdida como en esos dos años.
Tenía 28 años. Había renunciado al trabajo de mis sueños en marketing para acompañar a mi esposo en su carrera. Estaba demasiado feliz. Si bien sabía que no podría trabajar por temas de visa, creo que nunca medí el impacto que esto tendría en mí, hasta que teníamos un par de meses viviendo allá.
A pesar de que me puse a estudiar y tomé todos los cursos que podía (fotografía, pintura, inglés, y mi primer contacto con el coaching), tenía muchísimo tiempo conmigo, sola, como nunca en mi vida lo había tenido.
No te voy a mentir. Enfrentarme conmigo misma fue durísimo. Todas mis respuestas eran «no sé». Mis patrones de pensamiento eran en círculo. Me sentía caminando en una neblina que no me dejaba ver a treinta centímetros de mi cara. No podía mirar al futuro, no podía proyectarme, simplemente no sabía quién era, ni qué quería. Así pasé meses. Viviendo un día a la vez, disfrutando del presente e intentando tener paciencia conmigo y con mi proceso.
Mi salvavidas fue conectarme con el agradecimiento. Recuerdo que todas las mañanas me sentaba en la ventana de la sala de mi casa para ver salir a mi esposo al trabajo