Metasueños de un pequeño bicho. Jacobo Bermúdez Barrena
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ISBN: 978-84-18186-85-1
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«Este libro está dedicado con mucho cariño a mi maravillosa y queridísima abuela, María Bermúdez Fernández de Soto, y a todos aquellos valientes que tienen sueños y metas por cumplir. Sin importar la edad que tengan ni en qué parte del mundo o del camino se encuentren, en todos ellos existe un pequeño Libo esperando transformarse para volar».
CAPÍTULO 1:
LOS INTENTOS Y SUPERAR EL FRACASO TE ACABAN MEJORANDO
«LO MÁS IMPORTANTE PARA PASAR AL SIGUIENTE NIVEL»
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En un bosque cualquiera, un pequeño bichito de ojos saltones llamado Libo, de cuerpo algo alargado y cierto parecido a un escarabajo, de un color entre verdoso y marrón y pequeñas y finas patitas, trata de subir por una rocosa pared. Libo se sentía insignificante; siempre se había comparado con otros que eran más grandes, fuertes, de llamativos colores y que podían hacer cosas que él no podía, como, por ejemplo, mover un peso muy superior al suyo o volar. El pequeño Libo nunca conoció a sus padres. Desde bien pequeño, tuvo que apañárselas solo; desde el primer día que vio la luz en una pequeña charca llena de depredadores.
Escurridizo y rápido, esquivaba todo tipo de ataques. De la misma forma, cazaba para alimentarse y después corría para ocultarse entre pequeñas piedras y hierbajos del fondo de aquella charca, donde permanecía a salvo. Fue uno de los pocos que logró salir adelante y sobrevivir.
Aun teniendo sus complejos, Libo tenía un sueño: llegar a la cima de una montaña. Tenía una intuición, algo que le hacía querer ir hasta allí y emprender un largo y peligroso viaje.
A pesar del miedo y de las inseguridades, su corazón le decía que tenía que intentarlo, que no podía pasar por esta vida sin intentarlo siquiera.
Los días pasaban y el pequeño Libo intentaba subir una y otra vez por aquella rocosa pared sin éxito alguno; no dejaba de fracasar en su intento, cayendo repetidas veces al suelo. Un escarabajo que pasaba por allí sintió curiosidad, pues no era la primera vez que lo veía, y le preguntó:
—¿Qué estás haciendo?
Libo suspiró profundamente y contestó:
—Intento subir por esta pared.
—Sí, eso ya lo he visto, pero ¿para qué?
—Tengo una meta que cumplir.
—¿Y qué meta es esa que te hace perder el tiempo y la energía?
—Es mi sueño, llegar a la cima de la montaña.
—No creo que estés hablando en serio. Estás malgastando tu vida, bicho.
Libo se quedó mirando a los ojos de aquel escarabajo y respondió:
—¿Sabes? Donde realmente siento estar perdiendo el tiempo es aquí, en este lugar, haciendo las mismas cosas y viendo lo mismo una y otra vez. Yo quiero ver más allá, quiero experimentar cosas nuevas y crecer en mi interior.
—Pues sí que eres rarito —espetó el escarabajo, y se marchó caminando tranquilamente con un característico y gracioso contoneo.
Justamente después apareció un mosquito, conocido como el mosquito noticiero; siempre llegaba con su peculiar y desagradable zumbido trompetero para que todos supieran que había llegado. Este era el encargado de dar las noticias a los habitantes del bosque, que siempre se acercaban a escuchar las novedades. El mosquito noticiero comenzó a dar las noticias ante una multitud de bichos y algún que otro roedor.
—Buenos días a todos. Una madre salamanquesa ha perdido a su cría mientras la enseñaba a trepar por un árbol; su madre aún la está buscando. Las hormigas soldado se han llevado a la fuerza a un caracol de su casa por no pagar la contribución mensual. Continúa la guerra entre hormigas y termitas por el territorio de la colina, en el norte del bosque. Una plaga de avispones gigantes asiáticos invade el sureste; al parecer llegaron como polizones en un barco que arribó de China.
Mientras, los habitantes del bosque comentaban:
—Uy, desde luego, no veas cómo está el patio —comentó un gusano.
—Hay que dar gracias por estar donde estamos —expresó un caracol.
—Sí, y también por cómo estamos —dijo un ratón.
—Es verdad, podríamos estar mucho peor —contestó un insecto palo.
—O mucho mejor… —respondió Libo, pero nadie tomó en cuenta su comentario.
El mosquito continuó a lo suyo.
—Un grillo ha perdido una pata en un accidente doméstico. Ha muerto un escarabajo en la travesía del sendero 340 tras ser pisado por un humano. Fallecen un saltamontes, una polilla y una hormiga voladora al quedar atrapados en una tela de araña…
—¿Es que solo hay noticias malas? ¿¡Nunca pasan cosas buenas!? —preguntó Libo al mosquito.
—Sí, pero eso no interesa a nadie, tiene poca audiencia —respondió con pasotismo y algo molesto el mosquito por lo bajini mientras miraba a Libo por encima del hombro.
—A mí sí me interesa —contestó Libo, pero todos hacían oídos sordos a sus comentarios.
De repente, el mosquito comenzó a distraerse, los ojos se le iban hacía un lado del bosque. Un humano paseaba con su perro por los alrededores y al mosquito noticiero le costaba cada vez más concentrarse y dar las noticias; solo pensaba en el apetecible bocado que tenía a la vista, siguió dando alguna que otra noticia negativa hasta que finalmente, ante la mirada de todos los allí presentes, el hambriento y deseoso mosquito salió volando tras el humano, al mismo tiempo que se relamía. De esta forma, se acabaron las noticias y cada bicho se fue a hacer sus quehaceres: algunos a tomar el sol, otros a pasear, otros a buscar comida y otros a buscar pareja. Mientras, Libo volvió a intentar subir por la dificultosa pared.
Después de un par de semanas e infinidad de intentos fallidos, Libo seguía sin conseguir su objetivo: subir por aquella rocosa y resbaladiza pared.
Una semana en la vida de Libo y los de su especie equivale a un año en la vida de un ser humano. Libo se sentía abatido, así que decidió tomarse un descanso de varios días; su mente y su cuerpo se lo estaban pidiendo a gritos, pues el agotamiento y el miedo habían hecho acto de presencia. Libo se sentía inseguro y dubitativo y se preguntaba a sí mismo si todo ese esfuerzo había sido en vano; ¿y si estaba haciendo el ridículo?, ¿y si estaba equivocado?, ¿y si aquel escarabajo llevaba razón? La negatividad comenzó a apoderarse de él. Aquellos pensamientos no dejaban de surcar su mente como oscuras nubes que acaban ocultando la luz y claridad de un día soleado.
En esos momentos, el desánimo era lo único que conseguía vislumbrar el pequeño Libo, así que, triste y cabizbajo, se acostó a descansar. «Mañana será otro día», pensó.