Metasueños de un pequeño bicho. Jacobo Bermúdez Barrena
por llegar a algún lugar. El anochecer hacía acto de presencia: una sutil niebla iba apareciendo con el paso de los segundos y acompañaba a Libo en su camino. Entonces, Libo escuchó un ruido que provenía de detrás de unos matorrales, este pensó en acercarse para ver que era, pero aquella cosa comenzó a mover y agitar con mucha fuerza y violencia aquellas matas, así que siendo prudente se quedó donde estaba, de repente un animal peludo de mucho mayor tamaño que él apareció de entre aquellos matorrales y comenzó a comerse a todo bicho viviente. Ni siquiera Libo había sido consciente de que allí se encontraban muchos de aquellos bichos, pues, en realidad, estaban ocultos por la hojarasca o en pequeños boquetes, pero aquel animal peludo tenía algo así como un sexto sentido, además de cinco ojos, una boca llena de afilados dientes, poderosas garras y una lengua bífida muy larga y flexible; era algo así como un superdepredador, la emoción del miedo se apoderó de Libo. «Si me quedo y lucho no podre con él, y si me quedo quieto y me hago el muerto seguro que me atrapa. Solo me queda una opción: ¡huir! ¡Y he de hacerlo ya!». De modo que Libo, con la adrenalina recorriendo su cuerpo, salió corriendo a toda prisa. La bestia se dio cuenta y aquellos cinco ojos, que se movían mirando para todos lados buscando presas, se pusieron de acuerdo para mirar un solo punto, enfocando a Libo. La bestia arrancó a toda velocidad en un explosivo esprint con el único propósito de alcanzar y dar caza al pequeño Libo, que corría sin mirar atrás esquivando pequeños obstáculos, como piedras, ramas y hierbajos que yacían de la tierra. La bestia se acercaba cada vez más, y su respiración ansiosa ponía más tenso y nervioso a Libo, que ya podía sentir su aliento en el cogote. El pánico recorría cada célula de su cuerpo, con el sentimiento de estar perdido y sin escapatoria, percibía un doloroso final cuando, de repente, vislumbró, por el rabillo del ojo a lo lejos, en la parte de abajo del tronco de un árbol, uno muy grande y antiguo, una luz. Instintivamente, Libo fue hacía allí a toda prisa: su vida estaba en juego.
Con la bestia pisándole los talones, entró por entre unas raíces que emanaban de la tierra y que custodiaban la entrada hacía aquella luz, confluyendo hasta una pequeña puerta de madera muy bonita. Esta era robusta y consistente y tenía tallada en la madera una especie de símbolo, algo así como un tribal, decorándola.
Libo llamó a la puerta incesantemente con desesperación e ímpetu a la vez que se fijaba en aquel extraño símbolo que nunca antes había visto.
—¡Por favor! ¡Abran! ¡Abran!
La bestia trataba de acceder hasta Libo por todos los medios con sus garras, dientes y lengua, pero no lograba llegar a entrar del todo en el hueco por donde se había metido el pequeño Libo. Empujaba con la cabeza intentando penetrar por aquel pequeño espacio, mordía las raíces que custodiaban la entrada y estiraba la lengua, moviéndola de lado a lado con la intención de atrapar a Libo, que la esquivaba como podía a la vez que pedía ayuda.
Entonces, de repente, la puerta se abrió. Un pequeño humanoide de cabello blanco y una frondosa barba del mismo color, prominente barriga, nariz porruda y orejas puntiagudas se encontraba al otro lado, sorprendido y ojiplático por el jaleo que se había formado en su puerta. Libo, al ver abrirse la puerta, entró sin miramientos, empujando a aquel extraño humanoide, que alucinaba con la escena que estaba aconteciendo.
—Pasa, pasa, no te cortes… —dijo en un tono burlesco e irónico.
—¡Cierre! ¡Rápido!
—Sí, sí. Ya va, ya va… Tranquilo, aquí no puede entrar. Por cierto, ¡vaya horas de venir!
—¿Cómo que vaya horas de venir? ¡Qué sé yo la hora que es! ¡Esa bestia ha estado punto de devorarme!
—Bueno, bueno… Tampoco es para tanto, cálmate.
—Que no es para tanto, dice.
—¿Si te hubiera comido qué habría pasado?
—¿¡Cómo que qué habría pasado!? Que habría muerto, ¿le parece poco?
—Pues según…
Libo alucinaba con la actitud de aquel extraño ser. Tras una pequeña pausa reflexionando sobre aquellas palabras, continuó.
—No entiendo… ¿Según el qué?
—Según… Por un lado, es ley de vida morir; por otro lado, algunos no desean estar aquí, prefieren desaparecer, así que para ellos sería hasta un favor que se los comieran. Es el miedo a lo desconocido a lo que la gran mayoría teme. Si supieran que van a un lugar mejor, ¿qué crees que pasaría? Todos o casi todos querrían irse de aquí, pero si estamos aquí es por algo, ¿no crees?
—Ya… —respondió Libo algo extrañado, que no sabía a qué se estaba refiriendo exactamente aquel ser.
—¿Tú por qué estás aquí? Dime.
—No lo sé. De hecho, no quiero estar aquí, quiero estar en otro lugar.
—¿Qué lugar?
—¡Uno maravilloso!
—¡Ajá! Y dime, ¿ya has estado antes en ese lugar?
—No, pero sé que existe.
—¿Y cómo puedes saber que existe si nunca has estado?
—No lo sé… Tan solo lo he intuido; la vida no puede ser solo esto, este lugar…
El extraño hombrecillo se acarició su frondosa barba y sonrió. Seguidamente, lo miró con una mirada sincera, cristalina y profunda, como intentando ver más allá, dentro de los ojos de Libo, buscando ver en su interior.
—Y dime, ¿por qué tienes esa expresión de tristeza en tus ojos?
—Porque no he conseguido mi meta…
—Ah… ¿Y ya no es posible conseguirla?
—Mmm… Pues supongo que sí —respondió dubitativo el pequeño Libo.
—¿Y, entonces, por qué no sigues?
Libo agachó la cabeza y, tras un profundo suspiro, respondió:
—Porque estoy cansado de caer, y los otros no dejan de reírse y de criticarme.
—Ah. Entonces ¿quieres decir que has dejado de creer en ti? ¿O bien es que ese lugar del que me hablaste no existe?
—¿¡Por qué y para qué me haces pensar tanto!?
—Bueno, solo te haré una pregunta más. ¿Te vas a rendir? ¿A caso es más importante para ti lo que digan y piensen los demás?
—Eso son dos preguntas…
—Bueno, tampoco vamos a ser tan tiquismiquis; una o dos, qué más da —sonrió pícaro el hombrecillo.
—Nadie cree en mí, veo cómo me juzgan y estoy agotado de caer, me hago daño, ya no tengo la misma energía que tenía al principio… Es una suma de cosas. Da igual, déjelo, seguro que no me entiende.
—O tal vez sí. Tal vez haya vivido mucho, mucho más de lo que te imaginas. Solo te diré que tan solo necesitas creer en ti; con que tú creas en ti, ya es más que suficiente, créeme. Por otra parte, seguro que has aprendido y has avanzado algo después de esas caídas, aunque no puedas verlo a simple vista. Respecto a lo de juzgar, el problema no es que te juzguen los demás, sino que tú te juzgas a ti mismo continuamente, y eso no te sirve de nada, pequeño. No tienes poder sobre los pensamientos de los demás, pero sí lo tienes sobre tus propios pensamientos. El verdadero poder lo tienes sobre ti mismo, no sobre los demás, y si dejas que los demás tengan poder sobre ti, entonces estarás perdido.
—¿Y qué puedo hacer?
—Tienes que hacer que los pensamientos vayan a tu favor y no en tu contra, que te empujen hacia tus metas, no hacía el miedo o la negatividad. Tanto tú como tus pensamientos y tus acciones debéis remar en la misma dirección, así, como un equipo. —Mientras Libo escuchaba pensativo, aquel extraño y sabio humanoide siguió hablando—. Tal vez ese maravilloso lugar del que hablas se halle en ti.
—¿En mí?