Tejiendo un nuevo rostro público. Darío López

Tejiendo un nuevo rostro público - Darío López


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autoridad del Estado y recurriendo a múltiples estrategias y mecanismos paralelos, están alterando las reglas de juego establecidas y cambiando el rostro del Perú. El desborde en marcha altera la sociedad, la cultura y la política del país creando incesante y sutilmente nuevas pautas de conducta, valores, actitudes, normas, creencias y estilos de vida, que se traducen en múltiples y varias formas de organización —social, económica y educativa— lo cual significa uno de los mayores cambios de toda nuestra historia» (Matos Mar 1988:17).

      Capítulo 1

      Evangélicos y violencia política 1980–1995

      A diferencia de años anteriores en los que vivían casi de espaldas a lo que ocurría en el marco temporal en el que estaban situadas, actualmente, dentro del contexto peruano, las iglesias evangélicas tienen un nuevo rostro público. Pero la construcción de este no se ha debido, principalmente, al incremento del número de adherentes a estas iglesias o a las candidaturas de pastores y líderes evangélicos en los procesos electorales de las dos últimas décadas. Más bien, la construcción de ese nuevo rostro público que ha ubicado a la comunidad evangélica como un actor social y político clave de la sociedad civil organizada, está bastante ligada a la actuación pública de un sector de estas iglesias durante el período de violencia política que enlutó al país en las décadas del ochenta y noventa del siglo veinte.

      ¿Qué pasó en esos años trágicos para la democracia peruana y los ciudadanos “de a pie” que se encontraban entre “dos fuegos”: el de la violencia terrorista y el de la represión indiscriminada de las fuerzas del orden? ¿Cómo fue la actuación pública de los evangélicos en ese período de violencia política sin precedentes en la historia del Perú?

      Entre 1980 y 1995, la violencia terrorista de Sendero Luminoso (sl), unida a la no menos violenta represión indiscriminada de las fuerzas del orden, tuvo como trágico resultado la muerte de miles de ciudadanos, especialmente campesinos (cvr 2003b:31–32)9. Durante ese período, alrededor de 600 pastores, líderes y miembros de las iglesias evangélicas, fueron asesinados en las llamadas “zonas de emergencia” (Paz y Esperanza 1993:1). De ellos, casi el 80% fue victimado por sl (Paz y Esperanza 1993:1), una organización terrorista que vio a los evangélicos como un poder rival que se oponía a sus planes hegemónicos en las zonas rurales de departamentos como Ayacucho (Klaiber 1997:247–248).

      También en esos años de terror y muerte, mientras los fieles de estas iglesias estaban celebrando cultos de ayuno y oración, varios templos evangélicos fueron cerrados por la fuerza o invadidos violentamente. Mayormente fueron las llamadas “columnas” senderistas las que ocasionaron estos actos de violencia, como ocurrió en la comunidad campesina de Ccano, La Mar, Ayacucho (Landeo 1993:16); y en la comunidad campesina de Canayre, Huanta, Ayacucho (Hinojosa 1995:46). En otros casos, como en la comunidad campesina de Callqui, Huanta, Ayacucho, fueron las patrullas militares las que violentaron los lugares de culto de los evangélicos (Caretas 1984:14–16).

      Frente a esa crítica realidad, ¿qué hizo la entidad representativa de la mayoría de los evangélicos para acompañar a los fieles de sus iglesias que sufrían los embates de la violencia terrorista y la represión indiscriminada de las fuerzas del orden? ¿Qué hicieron los miembros de las iglesias evangélicas en regiones como el Valle del Río Apurímac o en ciudades como Lima, cuando la violencia política comenzó a afectarlos directamente? Para responder estas preguntas, es necesario precisar que la participación activa de los evangélicos en el campo de la defensa de los derechos humanos se dio en tres niveles de acción concretos:

      ➢ Nacionalmente, de manera oficial y orgánica, a través de la entidad representativa de la mayoría de las iglesias evangélicas, el Concilio Nacional


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