Mi obsesión. Angy Skay
veces te ayuda —murmuró.
Preferí no preguntarle a qué, porque de igual forma no lo entendería. Después de que exhalara un suspiro, se creó un silencio sepulcral aunque necesario. Me sumergí en los pensamientos anteriores, sin entender cómo había sido tan idiota de estar durante tanto tiempo siendo un simple revolcón, y llegué a la conclusión de que antes no me importaba; antes de enamorarme perdidamente de él, por supuesto.
—¿Por qué nunca hemos hecho esto?
Arrugué el entrecejo, sin mirarlo, dándole a entender que no sabía a qué se refería. Me observaba de reojo, y aunque intentaba disimularlo, su sola cercanía me aceleraba el pulso, la mente y todo el cuerpo.
—No sé qué quieres decir —añadí.
Como si me leyese el pensamiento, me contestó:
—Hablar.
—Porque no teníamos nada de qué hablar, Edgar. Te recuerdo que nuestros encuentros solo se reducían a follar cuando tú querías.
Un escalofrío me recorrió cuando la brisa me sacudió. Colocó su americana sobre mis hombros y creí morir dada su cercanía, pero sobre todo cuando escuché de sus labios:
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