La vida es un arma. Gerardo Garay
en sus países de adopción.
El permite recordar la riqueza y la vitalidad que surge del mestizaje cultural (sobre todo entre el Antiguo y el Nuevo Mundo) y de una «transculturación abierta» (como lo diría Aínsa). Con nuestros dos anarquistas, la profundidad y el universalismo de los pensamientos libertarios humanistas resultan naturales.
Michel Antony
Historiador francés de los movimientos sociales.
Capítulo I
Olvido e incomprensión del pensamiento anarquista
El pensamiento anarquista es probablemente la corriente política en torno a la cual ha habido mayor desinformación e incomprensión. Ejemplo de esto es el gran desconocimiento de sus principales figuras. El bagaje teórico del pensamiento libertario raramente es incorporado en las discusiones relevantes de actualidad y cuando ocurre, es «estigmatizado» como pensamiento «romántico», perteneciente a un estadio «pre-político». En la misma línea, la crítica y la historiografía anarquista insisten en señalar este «olvido» y desvalorización.
Efectivamente, la persistencia de ciertos prejuicios en las investigaciones históricas ha solidificado una visión «violentista» del pensamiento anarquista, empobrecida teóricamente, propia de sociedades atrasadas. Al respecto, el historiador argentino Juan Suriano señala: «[…] es notable la perdurabilidad de algunos supuestos básicos presentes en las versiones militantes, que siguieron formando parte del sentido común historiográfico sin la corroboración empírica adecuada. Sólo a modo de ejemplo: existe una aseveración vulgar, proveniente genéricamente del marxismo, que adjudica al anarquismo tanto un escaso bagaje teórico como un carácter arcaico e irreflexivo que, consecuentemente, le otorgaría preeminencia y ascendiente en aquellas sociedades más atrasadas y menos desarrolladas económicamente».
En el ámbito filosófico la situación no es más alentadora; Agustín Courtoisie en un artículo sobre Luce Fabbri da cuenta de que parte de la filosofía contemporánea «no parece llevarse bien con el anarquismo», y como ejemplo de ello cita a un autor «inteligente y profundo como André Comte-Sponville» que en su «Diccionario filosófico», reflexiona: «a los anarquistas les horroriza el ejército. Y a los militares la anarquía. Los demócratas desconfían de ambos: saben perfectamente que el desorden, casi siempre, le hace el juego a la fuerza […] La justicia sin la fuerza es sólo un sueño. Ese sueño es la anarquía. La fuerza sin la justicia es una realidad: la guerra, el mercado, la tiranía de los ricos. Ambos modelos pueden, sin embargo, alimentarse de un mismo rechazo del Estado. Es lo que explica que los jóvenes anarquistas acaben, con frecuencia, transformándose en viejos liberales». No se podrían compendiar mejor tantos lugares comunes en un solo párrafo.
En un sentido similar, y a pesar de la prolífica obra de Rafael Barrett, durante mucho tiempo se ha dado por cierta la afirmación de Antonio Tudela de que no existió para su generación ninguna tradición o antecedente intelectual desde dónde plantear un discurso filosófico nacional, dando por laudada la inexistencia o inautenticidad del pensamiento filosófico en el Paraguay. Barrett es considerado «precursor de la literatura social latinoamericana», (Pérez Maricevich, 1984), condición que, sin embargo, no lo ha librado de un «olvido interesado o deliberado» según Augusto Roa Bastos.
Este estado de cosas tiende a agravarse si, además de anarquista, quien intenta realizar esa reflexión es una mujer. Efectivamente, existen para América Latina importantes estudios históricos sobre mujeres, pero no abundan aquellos que valoren el alcance filosófico de su pensamiento. Fornet-Betancourt, en una reciente publicación, aborda directamente el tema pero sin por ello contribuir a debilitar esta falencia. La relación de las mujeres y la filosofía en Iberoamérica —nos dice el autor— ha tenido y tiene aún hoy una «relación difícil». Este libro pretende contribuir a la comprensión de hasta dónde el problema creado por el androcentrismo en la historia del pensamiento filosófico iberoamericano ha influido en su desarrollo y pretende ofrecer perspectivas que alimenten un nuevo vínculo, que permita reconstruir y transformar la filosofía actual con y desde la experiencia filosófica de las mujeres.
Según el autor, la consecuencia más nefasta del «monólogo masculino» —expresión que toma de la ensayista argentina Victoria Ocampo— consiste más que en la propia situación de silenciamiento y marginación que la mujer ha padecido, en el hecho de que esto priva a las mujeres de su propia historia y de sus experiencias de ser y hacer, ya que el discurso masculino habla por ellas. Es una relación difícil entonces porque:
«Así como en la filosofía en general no se puede hablar simplemente de ausencia o marginación de la mujer, así tampoco se puede decir que en la filosofía iberoamericana la mujer está simplemente ausente. Más que ausencia lo que hay es una mala y ofensiva presencia porque, si vemos bien, tenemos que reconocer que está presente, pero justamente a través del discurso masculino, es decir, como un tema de y para hombres.»
La filosofía hecha por hombres, no sólo habla de y por la mujer, sino que ubica a la mujer como lo otro, una alteridad que la deja fuera del mundo racional-teórico de la filosofía, caracterizada como expresión de sentimientos, emociones, pasión, intuición, etc. Refundar la filosofía, en opinión de Fornet-Betancourt, implica que sean las mujeres mismas quienes digan qué tipo de filosofía necesitan para dar cuenta de sus experiencias. Este estudio sin embargo no escapa a las características habituales que presentan las investigaciones sobre el anarquismo: la referencia que realiza sobre autores libertarios no logra ir más allá de la valoración como «precursores», «antecedentes históricos», esfuerzos loables tal vez, pero en todo caso, superados. No analiza en profundidad los postulados de los artículos de «La voz de la mujer», aparecido por primera vez en 1896, ni realiza un balance crítico de las reivindicaciones de Virginia Bolten, Juana Ruoco Buela o María Collazo. No establece un diálogo de ideas, bajo el supuesto de que dicha contribución es algo que ya tuvo su lugar y ese lugar es el del pasado.
El caso de Luce Fabbri es un ejemplo de este ostracismo: mujer, anarquista y librepensadora, a pesar de haber contribuido con vastísimas críticas en la literatura, la filosofía y la política —tanto en el ámbito académico como en el de los movimientos populares— no aparece una sola referencia a su pensamiento en la obra de Fornet-Betancourt.
Capítulo II
Rafael Barrett: la «cuestión social»
«Apóstol» de América
De la vida de Rafael Barrett permanecen aun importantes lagunas; tal vez convenga destacar que pertenecía a una rica familia, hijo de un hombre de negocios inglés, encargado de empresas británicas en España y de ascendencia aristocrática por parte materna; su educación osciló en centros españoles, británicos y franceses. Huérfano a los veinticuatro años, culminó abruptamente su estancia en España debido a un escándalo en la alta sociedad madrileña1.
En los primeros meses de 1903 desembarca en el puerto de Buenos Aires. A pesar de su talento comprobado en el terreno de las matemáticas, las circunstancias lo acercaron a la obra periodística; sus artículos comenzaron a aparecer en diversos medios de prensa porteños como El Tiempo, Ideas, Caras y Caretas; pero es en el diario El Correo Español, de extracción republicana, donde publica la mayor parte de sus escritos en este período. Su contacto con América y con Paraguay fue su «camino de Damasco», según expresión de Roa Bastos; fue allí donde maduró sus ideas y elaboró sus principales textos. «Barrett se descubrió a sí mismo en el Paraguay», indica Irina Ráfols, al punto de que su identificación con esta tierra fue plena:
«Paraguay y su miseria resuenan en él como un llamado urgente que termina por alejarlo de los círculos privilegiados que frecuentaba y lo empujan al corazón de una historia ajena al punto de hacerla propia. Quizá nadie como Barrett sintió en sus entrañas la historia del Paraguay. Quizá nadie fue tan paraguayo como este español».
Como corresponsal del diario «El Tiempo»