La vida es un arma. Gerardo Garay

La vida es un arma - Gerardo Garay


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están siempre dirigidos por una exhortación a la sensatez; con aguda ironía desnuda las contradicciones y el carácter absurdo de una clase dirigente poco acostumbrada a la crítica. Cuando la indignación ante la injusticia lo vence, sus palabras se vuelven directas y amenazantes: «Yo acuso de expoliadores, atormentadores de esclavos, y homicidas a los administradores de la industrial Paraguaya y de las demás empresas yerbales. Yo maldigo su dinero manchado en sangre. Y yo les anuncio que no deshonrarán mucho más tiempo este desgraciado país».

      «La cuestión social» se estructura en contraposición a una serie de artículos que el Dr. Rodolfo Ritter, director por entonces del «El economista paraguayo», venía escribiendo sobre esta temática. La primera parte de este trabajo está dedicada a discutir ásperamente las aseveraciones de este intelectual, para quien la cuestión social es «insoluble». Si esta afirmación fuese cierta, opina ­Barrett, quienes han dedicado sus esfuerzos en intentar resolverla, se han dedicado a un problema propio de la ‘imbecilidad humana’; se han gastado vanamente «infinitas teorías utópicas, frases subversivas y conspiraciones rabiosas». La postura de Ritter asume un carácter determinista en tanto naturaliza una lectura del pasado de la humanidad, creando una ruptura histórica; en opinión de ­Barrett, la historia presenta una constante búsqueda de liberación del trabajo y de la explotación.

      Es interesante señalar que en el análisis que realiza Ritter —según los fragmentos citados por ­Barrett— se presenta, a través de múltiples acontecimientos, una misma actitud: en los conflictos sociales, políticos y económicos del pasado, en las ‘luchas de clases’ —según sus propias palabras— «no encontramos ninguna tendencia contraria a la propiedad individual […] ni la menor contra el principio de la propiedad individual». Esta postura introduce un quiebre en la comprensión histórica al utilizar el siguiente dispositivo teórico: las actuales propuestas de solucionar los conflictos sociales, las posturas contrarias a la propiedad privada, son un factor a-histórico, en ninguna época anterior de la humanidad el principio de propiedad individual fue cuestionado, solamente sus «excesos».

      ­Barrett explicita irónicamente una consecuencia de este planteo: «Luego nuestra época está aislada de las anteriores, nuestros conflictos, nuestras angustias, nuestras esperanzas no tienen pasado; Babeuf y Owen han crecido por generación espontánea; Marx y Kropotkin han caído de la luna…». Los esfuerzos de ­­­Barrett actuarán como discurso contra-hegemónico al oponerse a este representante de la intelectualidad política paraguaya y a la prensa mayoritariamente oficialista de la época; en este sentido, presenta una crítica que muestra la contingencia del orden vigente al señalar que la agitación social y política forma parte de una historia de luchas humanas, de un proceso continuo de búsqueda de liberación del trabajo y de la explotación. Reintroduce una comprensión histórica, posibilitando el discernimiento del determinismo a-histórico de Ritter; este discernimiento consiste, en primera instancia, en confrontar otra interpretación de los textos, en los que ve de un modo contundente que la situación de dominación y explotación entre los seres humanos no ha variado sustancialmente: «¿tanta distancia hay del ‘dadlo todo’ de Jesús al ‘todo es de todos’ de los modernos agitadores?». Los ejemplos escogidos por él son textos bíblicos (Isaías, los evangelios, cartas paulinas), la patrística, pero también Epicuro y sus discursos para probar a los griegos que un esclavo es un hombre y Tiberio Graco con su apóstrofe a los patricios.

      De manera evidente, en todos estos ejemplos se trasluce una solidaridad histórica entre los desposeídos de todas las épocas y en todos los lugares: «la fraternidad del dolor borra las fronteras entre los proletarios». Esta solidaridad es fácilmente reconocible para quien quiera verla, aunque este no es el caso de su interlocutor:

      «El doctor Ritter, con una imparcialidad digna de elogio, nos presenta una larga serie de ejemplos por el estilo, debidos a filósofos, a moralistas y a la agudeza popular de todos los tiempos, y, mal que le pese, no consigue sino convencernos de la solidaridad histórica de los miserables».

      Esta solidaridad de los miserables es la reacción a la dinámica histórica que reitera, con variantes poco relevantes, la misma situación de opresión a lo largo de las edades: «Siempre, lo mismo ahora que hace seis mil años, hubo una minoría que ha vivido del trabajo y del sufrimiento ajenos. Siempre hubo una vasta multitud de infelices que para el grupo de propietarios armados no eran más que máquinas».

      En su opinión, las diferencias naturales que con nuestro nacimiento los seres humanos traemos al mundo se corrompen por las estructuras injustas que hemos erigido; las diferencias entre los seres humanos no están al servicio de la solidaridad sino de la explotación de unos hombres sobre otros:

      «La sociedad completa el destino fisiológico de las criaturas. La injusticia de las civilizaciones prolonga la injusticia fundamental de la especie. Por el único crimen de nacer, unos nacen débiles y enfermos y otros robustos; unos inteligentes y otros idiotas; unos bellos y otros repugnantes. Algunos están ya condenados al asco y al desprecio en el mismo vientre de su madre; algunos ni siquiera nacen vivos. Nosotros hemos añadido algo a todo eso; por el único crimen de nacer hemos conseguido que unos nazcan esclavos y otros reyes; unos con el sable y otros bajo el látigo».

      La constatación de una «solidaridad histórica de los miserables» desnuda los mecanismos de opresión, producto del egoísmo, apoyado en la cuestión «esencial» que caracteriza a toda opresión política o económica: la que «obliga a tratar como instrumentos inertes a los hombres, los cuales, sean los que fueren, jamás piensan en descender al nivel de máquinas materiales».

      Insiste en mostrar que este orden social tuvo un comienzo, su concreción legal es la propiedad privada, su dimensión moral es la entronización del egoísmo y la avaricia como valores supremos, «donde se establece la propiedad se establece la lenta y cobarde tortura de los desposeídos».

      De modo implícito, distingue entre lo que podría denominarse trabajo «creativo» y trabajo «esclavo»; la creación humana otorga un sentido distinto y renovado a la materia, aportando su cuota en la «gran tarea de la evolución», realización violentamente impedida por la propiedad privada:

      «Admitirás entonces que no son las joyas de tu propiedad legítima, sino de quien las hizo, igual que son de quien los escribió los papeles que guardas. El palacio pertenece al arquitecto, y la tierra a quien la fecunda y embellece. Sólo es nuestro lo que engendramos, lo que por nosotros vive, lo que como padres no repudiaremos nunca; sólo es nuestro lo que sólo con nosotros resplandece y obra».

      Toda el andamiaje de la actual «civilización moderna» está orientada en defensa de la propiedad, no existe mayor crimen que la posibilidad de alterar este orden de cosas:

      «Así la civilización moderna, bajo la cómica insignia democrática, se basa únicamente en la propiedad, es decir, en la avaricia. El crimen sumo es pretender modificar la monstruosa distribución actual de las riquezas».

      A pesar de las experiencias frustrantes y los fracasos en las luchas que los desposeídos han librado en el pasado, ­­Barrett exhorta constantemente a redoblar esfuerzos en busca de la liberación, los sectores populares son agentes de cambio y protagonistas de su historia:

      «No somos solamente hijos del pasado. No somos una consecuencia, un residuo de ayer. Antes que efecto somos causa, y me rebelo contra ese mezquino determinismo que obliga al Universo a repetirse eternamente, idéntico bajo sus máscaras sucesivas».

      Otra afirmación que realiza el Dr. Ritter es la de que en el Paraguay no se han planteado los problemas de la ‘cuestión social’. ­Barrett responde que el único modo de que no hubiese cuestión social en el Paraguay es el de que la sociedad paraguaya fuese perfecta, pero «¿se puede negar el estado miserable de la población?». El discurso de ­Barrett, además de plantear la importancia de visualizar una continuidad histórica, busca al mismo tiempo aprender de los procesos que vienen configurándose en otros países. Existen experiencias que se están dando en América Latina a las que es necesario estar atentos, «Al lado tenemos a los argentinos, hace pocos años eran sus condiciones económicas semejantes a las nuestras. Y ya han entrado en la era de la dinamita». La postura de Ritter, al negar que exista una ‘cuestión


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