Orígenes y desarrollo del fútbol en el Uruguay. Juan Carlos Luzuriaga
campeón de 1884, poco después de que este venciera en la final al Queen’s Park. Unos años más tarde incursionó en la League, donde compitió contra equipos profesionales.
Pese a sus intenciones, el ansia de triunfo y la espiral competitiva propia de quienes gustaban medirse en los campos de juego llevaron al Corinthians a desvirtuar sus principios buscando a sus players en el ámbito nacional —aunque elegía, eso sí, a los de su propia clase social—. Después de integrarse en la Amateur Football Association, donde mantuvo en alto los principios del sport, el club hizo varias giras alrededor del mundo, en las que difundió el fútbol y sus valores. Su camiseta alba y sus pantalones oscuros se hicieron famosos y fueron referentes para el Madrid Football Club (desde 1920, Real Madrid), que adoptó el blanco en su blusa, y para el equipo que tomó su nombre en la ciudad brasileña de San Pablo.
Otro club que continuó una práctica amateur fue el legendario Queen’s Park de Glasgow, que alternó empeñosamente los torneos de clubes de aficionados y los de las ligas escocesas profesionales de las divisionales de ascenso. El Queen’s tiene una divisa en su blasón que es una declaración de principios: ludere causa ludendi, o sea, ‘el juego por el juego mismo’.
Estrategias y estilos de juego
Inicialmente el fútbol se jugaba sin ningún criterio táctico: los once jugadores se desplazaban en el campo de un lado para otro. Se buscaba patear la pelota hacia adelante, controlándola y a la vez intentando superar a los defensores oponentes, ya que, como se vio, no se podía pasarla a un compañero más adelantado. Por lo tanto, en aquellos primeros momentos del fútbol se destacaba la actuación personal, la de los jugadores más fuertes y hábiles para superar a los contrarios y vulnerar su arco.
Este estilo de juego se practicó hasta la década de 1870. A principios de 1880, ya definido el papel del cuidavallas, el Bolton Wanderers puso en práctica una distribución en el campo de 1-1-1-8 —o sea, un arquero, un defensa, un medio y ocho atacantes—, distribución que fue seguida por otros equipos. Pocos años más tarde, en 1884, el Aston Villa comenzó a presentar una disposición 1-1-2-7. No obstante, fue el Blackburn Rovers el que desplegó un esquema que devendría clásico: el 1-2-3-5. De los tres medios, el central debía contener al director de ataque o centre forward adversario.
En estos años de consolidación del deporte nacieron dos estilos distintos: el británico y el escocés. El primero, heredero de los colegios, era más simple. Se basaba en pases largos a espacios abiertos, aprovechando la velocidad de los atacantes para hacerse de la pelota, disparos al arco desde cualquier posición medianamente favorable y balón al centro del área rival, para habilitar a los cabeceadores que entraban por sorpresa. Este estilo favorecía el lucimiento individual en desmedro de la búsqueda de resultados. Se conoce como el dribbling game.
Los escoceses practicaron un estilo más colectivo, basado en la combinación en triangulación, el pase a corta distancia y rasante, y más orientado a eludir al adversario que a superarlo en fuerza al llevar la pelota al pie. Los pioneros en esta forma de encarar el juego fueron los players del Queen’s Park. Además, comenzaron a ensayar con regularidad las posibilidades del pase hacia adelante a un compañero que no estuviese fuera de juego. Era el passing game.
La extensión del fútbol: Europa, América, Asia, el Pacífico
El predominio político y económico de Gran Bretaña en las últimas décadas del siglo XIX facilitó naturalmente la difusión mundial del fútbol. Para la St. James Gazette, la reina Victoria ejercía su autoridad sobre «un continente, cien penínsulas, quinientos promontorios, mil lagos, dos mil ríos y diez mil islas». Pero la extensión del imperio no solo era geográfica: se manifestaba también en su poderío financiero —en la práctica era el banquero del mundo— y en sus inversiones.
El fútbol se difundió en todo el orbe a través de sus profetas británicos. Estos eran desde profesores y alumnos de las selectas escuelas secundarias hasta marineros que tras largas jornadas de navegación aprovechaban los momentos en tierra para divertirse con el sport que hacía furor en las islas. Estudiantes ingleses pupilos en colegios de Suiza llevaron el fútbol a ese país, donde en las últimas décadas del siglo XIX se formaron instituciones deportivas históricas, como el Servette y el Grasshoppers. Desde Suiza se extendió a través de Europa; en Austria se creó el First de Viena; en Alemania el TSV 1860 München; en Hungría el Újpest Dózsa y el Ferencváros; en Bélgica Le Gantoise, el Royal Antwerp y el Ligeois; en Suecia el Norrköping.
En Francia el fútbol se introdujo a través del puerto de El Havre. En esta ciudad se fundó en 1872 el club del mismo nombre, mientras en España nacía el Huelva Recreation Club, formado por técnicos y obreros mineros británicos, que daría origen al Recreativo Huelva en 1889; el Athletic de Bilbao se creó en 1898 y al año siguiente el Barcelona. Al mismo tiempo surgían en Italia tres instituciones particularmente prestigiosas: el Juventus de Turín, el Genoa y el Milan.
En América, Asia y África el fútbol llegó también de la mano de los súbditos de la reina Victoria. Mientras que en Asia y África su inserción fue más tardía, como forma de recreación y como espectáculo, en el continente sudamericano el sport, y en particular el fútbol, arraigaron rápidamente. En parte ello se debió a la existencia de fuertes clases altas nativas que admiraban las ideas, las costumbres y los logros anglosajones. Además, en América Latina se ubicaba el veinte por ciento de las inversiones británicas.
Las primeras ligas y asociaciones se formaron en puertos y capitales, donde la presencia de las colectividades británicas era más importante: el 21 de febrero de 1893 en Argentina, el 19 de junio de 1895 en Chile y el 30 de marzo de 1900 en Uruguay.
II
EL ESCENARIO
Y LOS PERSONAJES
Guerra e inmigración
Montevideo, y por extensión el resto del territorio oriental, sufrieron a partir de la tercera década del siglo XIX una transmutación honda y decisiva. De su profundidad hablan a las claras más de diez años de enfrentamiento —la Guerra Grande—, el aislamiento de la capital y, pese a los hechos bélicos, la duplicación de su población a los treinta años de establecido el Estado nacional en la Banda Oriental.
Fue en muchos sentidos el resultado de la presencia de miles y miles de inmigrantes. Como una vara de mimbre verde, la joven sociedad oriental cimbró, se tensó y se adaptó plásticamente a una mutación digitada por múltiples factores políticos, sociales, ideológicos y económicos procesados muchos de ellos en Europa.
Desde 1880 los inmigrantes se radicaron mayoritariamente en el medio urbano, sobre todo en la capital. A fines de esa década los extranjeros eran casi la mitad de la población, con una proporción mayor en la población activa: de los alrededor de cien mil trabajadores censados en 1889, dos tercios habían nacido fuera del país. Los algo más de mil ingleses constituían cerca del uno por ciento de los habitantes de Montevideo.
A partir de la década de los ochenta fue cada vez más visible un Estado afirmado y tecnificado, embarcado en la búsqueda de una identidad nacional, con una clase alta consolidada, formada por criollos e inmigrantes prósperos. En aquel Uruguay los pobres, tanto nativos como extranjeros, fueron percibidos como distintos en cultura, sociabilidad e incluso higiene; temibles por provocar o ambientar enfermedades y más aún por instigar el cuestionamiento social con ideologías extrañas. Para 1908 los extranjeros eran el 30 % de la población de Montevideo y solo el 12 % de la del interior.
A inicios del siglo XX, junto con los inmigrantes, el fútbol y el carnaval, se afianzó un nuevo integrante: el tango. Todavía circunscrito a los sectores populares y marginales, su prestigio crecía día a día como la poesía, elevada o simplona, de